Situada en la latitud 0º, en la división de los dos hemisferios, con sus 2 mil 850 metros de altura sobre el nivel del mar, Quito, en Ecuador, es la segunda capital más alta del mundo, después de La Paz, con 3 mil 640 metros. Desde esta considerable atalaya andina es posible observar el mundo convulso en que vivimos con una cierta distancia y perspectiva.
También aquí en Quito, las vallas publicitarias anuncian el gran estreno de cine norteamericano del momento, la película “Joker”, aquí traducida como “El guasón”. El filme es muchas cosas y tiene muchas capas, pero resulta oportuno como metáfora del alzamiento del marginado, de la venganza de la víctima frente a un sistema despiadado, cínico y maltratador de los más débiles. La víctima se revela, despierta a los oprimidos y les abre la puerta de la liberación.
Mientras tanto, tras la resaca de los 6 meses violentos de los “gilets jaunes” en París, en la retina de la opinión pública mundial están vivas las protestas y los duros enfrentamientos con la policía en importantes ciudades de los cuatro continentes.
Ahora bien, aunque las imágenes de la represión policial son muy similares, las causas de las protestas y la manera más o menos brutal de reprimirlas no lo son tanto, por más que una mirada rápida basada en golpes de titular o Tweet precipitado nos hagan pensar que todo esto responde a lo mismo y que todas las policías actúan igual.
Las protestas violentas son el estallido de una frustración grave frente a algunas medidas de los estados respectivos, pero todas tienen sus particularidades y no cabe meterlas en el mismo saco.
¿Cuáles son las claves de esta ola de protestas urbanas?
DEMOCRACIA, SUPERVIVENCIA Y DESESPERACIÓN
En Hong Kong, capital financiera global, grupos numerosos de jóvenes muy bien organizados defienden el estatus especial de la excolonia británica, que conserva algunos mecanismos de participación democrática, amenazados por la gobernadora del enclave, en complacencia con la República Popular de China.
Los manifestantes acumulan muchas semanas de enfrentamientos violentos, armados con cascos, máscaras de gas, protección corporal, incluso guantes ignífugos, y han conseguido de momento que el gobierno aplace las medidas, ante la vigilante mirada de Pekín.
En Beirut, son los desposeídos los que queman llantas de automóvil, una combinación de lo que queda de las ruinas de milicias chiíes y de gente desamparada, que protesta por las últimas subidas abusivas de impuestos y precios en un sistema profundamente injusto que, como siempre, se ceba en los más débiles.
Mientras tanto, en el Valle de la Bekaa languidecen los refugiados sirios, que se unieron a eterna desesperanza de los palestinos en el Líbano, por décadas tratados como despojos del Estado de Israel.
Las protestas violentas son el estallido de una frustración grave frente a algunas medidas de los estados respectivos, pero todas tienen sus particularidades y no cabe meterlas en el mismo saco.
Y esta semana también arde Santiago, donde la frustración acumulada por muchos, sobre todo jóvenes que, ante la sensación de abuso y de desprecio social ha acabado estallando. Vemos violentas protestas ante una medida profundamente antisocial como es el aumento desproporcionado del precio del transporte público, que son la punta del iceberg de un sistema socioeconómico profundamente injusto y lesivo para los más desfavorecidos.
Y al gobierno derechista no se le ocurre otra cosa que declarar el Estado de Excepción, poner la situación en manos de los militares, y empezar a matar gente (se contabilizan hasta 11 muertos en el momento de la redacción de estas líneas). “Estamos en guerra”, ha declarado Piñera, en una actitud desproporcionada y reaccionaria, rayando el crimen de Estado.
Nadie esperaba que la tan liberal y estable democracia chilena estallara de manera tan violenta.
REVUELTA EN ECUADOR
También los violentísimos enfrentamientos vividos en Quito las dos primeras semanas de octubre responden a una frustración colectiva muy importante por parte de muchos ecuatorianos.
Como en Chile, la gota que colmó el vaso, la cerilla que prendió el incendio fue la duplicación del precio del combustible dentro de un paquete de recortes y medidas de reducción del déficit, al gusto del FMI. Y fue cuando las distintas comunidades indígenas, principales afectadas por las agresivas medidas de austeridad, decidieron movilizarse y acudir a la capital en distintas marchas, que la situación de confrontación se puso muy tensa hasta estallar en una batalla campal.
Los indígenas ecuatorianos has sido y siguen siendo víctimas de un agresivo sistema neoextractivista (como antes lo fueron del colonialismo) donde las grandes explotaciones petroleras, madereras y mineras arrasan con el territorio.
Esto arroja a los pueblos originarios a la miseria y al desarraigo y penetra y destruye sus hábitats, donde ya solo pueden vivir en un frágil equilibrio y rayando la miseria. En su lucha, los indígenas, que son los supervivientes de mil abusos y matanzas durante siglos, se unen a otros sectores sociales también afectados por el paquete neoliberal. Pero ellos ponen su cuerpo al frente porque no tienen más que perder, solo su propia vida, cuyo valor en el mercado es casi nulo.
Los indígenas lograron la negociación con el gobierno gracias a la fuerza, la determinación y la responsabilidad de los líderes de las comunidades.
Finalmente, tras 12 días de batallas durísimas con una policía antidisturbios entrenada en tácticas norteamericanas de guerra urbana e inspiradas en robocop, los indígenas lograron la negociación con el gobierno. Esto fue gracias a la fuerza, la determinación y la responsabilidad de los líderes de las comunidades, que acamparon en Quito dispuestos a no ceder.
Sus pobrísimas condiciones levantaron la solidaridad de muchos quiteños, y recibieron sopa caliente, cobijas y primeros auxilios. En este caso sí (a diferencia de Hong Kong o incluso Santiago) son los desheredados de la tierra, dispuestos a luchar hasta morir. Como indígenas, saben desde hace siglos que resistir es la única manera que tienen de sobrevivir.
Una vez entablada la mesa de diálogo con el Gobierno, y retirado el lesivo artículo 883, en una lección de dignidad que sorprende a los que desconocen la naturaleza de estos pueblos, las comunidades enterraron a sus muertos, designaron cuadrillas que durante dos días limpiaron y ordenaron la ciudad.
Restauraron las heridas causadas por los salvajes enfrentamientos, se subieron a sus camiones, y regresaron a sus poblados. La sensación general, aquí en Quito, es de calma tensa, de que éste ha sido solo un capítulo de una batalla, que será larga y habrá de continuar. Muchos dicen que lo que estamos viendo ahora es solo una tregua.
EN CATALUÑA ES DIFERENTE
Pero, ¿cómo encaja en todo esto Barcelona?
Visto desde lejos podría parecer que aquí estamos otra vez en el caso de un Estado – un viejo Leaviatán que reprime y encarcela a una nación históricamente oprimida y castigada, periférica y empobrecida, que sólo lucha democráticamente por su libertad.
Un Estado autoritario, heredero de la dictadura fascista del general Franco, que solo busca destruir al pueblo catalán, despreciando sus derechos históricos y al que se golpea con saña a la menor ocasión. A nadie debe extrañarle entonces que el pueblo se levante y se enfrente, incluso violentamente, a las “fuerzas de ocupación” antidemocráticas provenientes del enemigo exterior.
Esa España sin duda existió durante 40 años en el siglo XX . Pero a muchos les cuesta superar el cliché de una España autoritaria y retrógrada y asumir que los españoles consiguieron superar su pasado más oscuro y construir un régimen democrático avanzado, homologado a las democracias europeas en uno de los estados más descentralizados del mundo.
Pero se descalifica a los índices que así lo corroboran, por provenir del “mainstream”. El Democracy Index que publica la prestigiosa Economist Intelligence Unit sitúa a España entre las 20 democracias más plenas del mundo, y España consigue 94 de 100 puntos en el índice de libertad de Freedom House. Aún así, para muchos eso será manipulación, mentira.
En la actual batalla de los relatos políticos el populismo se encarga de sostener que cualquier cosa es mentira, que todo es fake y que la verdad es opinable.
Y es que en la actual batalla de los relatos políticos el populismo se encarga de sostener que cualquier cosa es mentira, que todo es fake y que la verdad es opinable. Para el populismo, negar la evidencia y construir un cuento alternativo igualmente fake es legítimo, si de lo que se trata es de salvar al pueblo.
En el mundo de los hechos alternativos del nacional populismo, atacar a la prensa libre y de calidad, descalificar los pilares de la democracia institucional y abominar de los tribunales de justicia independientes es igualmente legítimo, si sirve para debilitar al enemigo.
Cataluña, una de las regiones más ricas y con mayor capacidad de autogobierno de España (y del mundo), también se ha visto atrapada en las redes del nacional populismo. Y eso quizás desde el principio de la transición política, cuando la constitución otorgó al territorio en estatuto de autonomía suficientemente amplio como para desarrollar un potente proceso de “nation building”.
Pero, aun con todos estos instrumentos y en situación de cierto privilegio frente a otras regiones de España en función de sus “derechos históricos”, las elites extractivas y rentistas, en una batalla intestina por la hegemonía política, pusieron la promesa de la “independencia” como eje casi único de su agenda política. Afirmaron que eso es lo único que les va a garantizar un espacio plenamente democrático frente al Estado opresor, tapando todo lo demás.
Este relato ha sido asumido por una parte importante de la sociedad catalana, que siente el agravio en propia carne. Y cuando, después de haber llevado al límite esta agenda, de haber roto las costuras constitucionales y de haber fragmentado la convivencia entre las gentes de origen plural y diverso que habitan el territorio catalán, los políticos impusieron a las bravas su referéndum.
Lo hicieron desoyendo al Tribunal Constitucional y sin contar con mayoría social para ello, sin censo ni garantías democráticas, un referéndum en el fondo “fake”, seguido por una declaración unilateral de independencia, igualmente “fake”, pero en la que quisieron creer, ilusionados, con fe casi ciega, casi dos millones de catalanes.
Y digo “fake” porque al día siguiente de declarar la independencia, en vez de izar la bandera y publicarla en el diario oficial, una parte del gobierno salió de fin de semana y la otra, temerosa de las consecuencias penales de sus actos, huyó a Bélgica y Suiza, para enfundarse la dorada capa de un exilio político también “fake”.
El viejo Leviatán, esclavo de su arcaísmo y su incapacidad de anticiparse políticamente al desastre irresponsable que se avecinaba, cayó en la trampa de golpear a los ciudadanos
Inexorablemente, el viejo Leviatán, esclavo de su arcaísmo y su incapacidad de anticiparse políticamente al desastre irresponsable que se avecinaba, cayó en la trampa de golpear a los ciudadanos que impedían en resistencia pasiva la retirada de las urnas chinas en las que ivan a depositar su voto para ser por fin libres.
Luego, tras la declaración unilateral de independencia, el Leviatán intervino la autonomía y puso en manos de la justicia a los responsables de lo que sintieron como atropello al Estado de derecho. Algo que era, según creen muchos a derecha e izquierda, el ejercicio de su derecho irrenunciable a autodeterminarse.
Al cabo de dos años de encarcelamiento preventivo (y seguramente abusivo) de los principales líderes, las condenas han sido duras, aunque abren la puerta a una aplicación inmediata del tercer grado, con lo que los condenados verán en breve suavizado su régimen de reclusión.
Pero tras dos años de descalificar sistemáticamente cualquier sentencia que no fuese absolutoria y acusar al Tribunal Supremo de no ser más que un instrumento para la venganza (aunque se trató de un juicio con todas las garantías procesales de un Estado democrático, y fue retransmitido en directo por televisión con máxima transparencia) llegó la indignación, institucional y popular. Con las movilizaciones masivas de Octubre se buscaba crear un nuevo “momentum” que llevase al levantamiento popular y a la “independencia” por incomparecencia y colapso del Estado español.
Es hora de rasgarse las vestiduras y convocar, desde el gobierno autónomo, sus organizaciones civiles y sus medios afines, a salir a las calles a manifestar indignación. Apelan no sólo a los cientos de miles de fieles que han creído religiosamente que el proceso iba en serio, genuinamente esperanzados en que algún día llegaría una liberación, sino a otros indignados con la crueldad de la justicia, acompañados por unos cuantos miles de militantes radicalizados que, bendecidos por el presidente, están dispuestos a provocar colapsos viarios infinitos y enfrentarse violentamente a la policía.
Lo que mueve a jóvenes (y no tan jóvenes), más allá de la comprensible emoción de ver a los suyos humillados por la justicia, es la inmensa frustración de ver que las promesas no han llegado, de que la supuesta república catalana independiente resultó ser “fake”, y de que el engaño está siendo monumental y permanente.
La pasmosa incapacidad de autocrítica de los políticos catalanes viene del tic de atribuir cualquier cosa (incluso sus propios errores) al enemigo exterior llamado España. Algo de eso ocurre también viceversa, puesto que en España el “problema catalán” siempre es utilizado con ventajismo político y electoral, sin ningún tipo de escrúpulo.
Solo queda quemar la ciudad, rica y burguesa, esa ciudad de la que son sus hijos privilegiados, ese lugar único en el mundo en el que habitan los ”burgueses oprimidos”.
FRUSTRACIÓN COMPARTIDA
La frustración, aunque provocada por distintos motivos, es el motor de las protestas que estamos viendo en tantas ciudades del mundo.
Pero no son lo mismo unos estudiantes radicalizados en una capital financiera asiática, unos desheredados libaneses, unos indígenas despojados, o unos jóvenes chilenos que acumulan dificultades inasumibles y recortes sociales ante un sistema desigual que los castiga injustamente.
Tampoco unos muchachos de clase media, frustrados porque sus padres les contaron que vivían oprimidos por un Estado autoritario del cual se iban a liberar muy pronto, y cuyos líderes acabaron haciéndolo rematadamente mal.
Pero esos muchachos que arrojan proyectiles y queman contenedores en Barcelona no son primos del Joker que encarna Joachim Phoenix, de ese “guasón” víctima de la marginalización y el abandono de una sociedad neoliberal y salvaje.
Él es víctima de abusos innombrables que lo convierten en criatura marginal y enferma, y que acaba asesinando en directo al máximo representante de la sociedad del espectáculo, hipócrita y abusadora, alentando una revuelta contra el sistema que prende fuego a las calles de Gotham.
Los que queman Barcelona no son los desheredados de la tierra que se juegan la vida, ni tan siquiera los marginados y explotados de una sociedad salvajemente neoliberal. Son los hijos de clases medias atrapadas por el nacional populismo
Ese Joker que plantea un discurso político contra la sociedad del capitalismo más salvaje, capaz de generar monstruos en la Norteamérica más trumpiana sin inmutarse siquiera, no se parece en nada a estos muchachos europeos. Estos, en la Barcelona burguesa, juegan a provocar a la policía como si jugaran a paint-ball, sabiendo que delante no tienen a policías militarizados, ecuatorianos o chilenos dispuestos a matarlos. Y así luchan por alcanzar una libertad de la que ya disfrutan.
No son los desheredados de la tierra que se juegan la vida, ni tan siquiera los marginados y explotados de una sociedad salvajemente neoliberal. Son hijos de clases medias estancadas, rentistas, atrapadas por el nacional populismo que florece entre las democracias europeas avanzadas.
Desde la altura y la distancia del Ecuador cabe preguntarse cómo será que construimos alternativas viables y constructivas y relatos esperanzados y optimistas para una sociedad mejor, pues a la vista está que la frustración crece, como crece la depredación de la naturaleza.
Hoy es urgente superar el autoritarismo, el neoliberalismo destructivo y el nacional populismo, que deprime a los mayores, que frustra a tantos jóvenes y que acaba prendiendo fuego a nuestras ciudades.
No es suficiente con invocar al diálogo. Hay que ir más allá.