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Desde la calle 53 se puede ver a través de un cristal las letras bien grandes de la inscripción en la pared interior: «Hello. Again.» (Hola. De Nuevo).

El Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MoMA, saluda con esta obra del artista estadunidense Haim Steinbach y de paso da la bienvenida de nuevo a los visitantes.

El centro estuvo cerrado unos cuatro meses en los que se ha sometido a reformas por dentro y por fuera. El 21 de octubre volvió a abrir sus puertas con aspecto renovado.

El famoso museo neoyorquino, ubicado en el centro de Manhattan, necesitaba ampliarse. Cada año, casi tres millones de visitantes de más de 50 países se apretujaban en las salas de las exposiciones.

Las filas para entrar en el museo llegaban a menudo a la calle y en el interior, los visitantes más ruidosos hacían difícil contemplar las obras de arte.

En Nueva York la competencia en materia de arte es dura. Allí los potenciales visitantes pueden irse sin pestañear a otros museos de prestigio como el Guggenheim o el Metropolitan, así que el MoMA tenía que hacer algo para revalidarse.

Hace tan sólo 15 años el arquitecto japonés Yoshio Taniguchi ya casi dobló la superficie anterior del museo, pero rápidamente se le quedó corta al MoMA.

Ahora los arquitectos Ricardo Scofidio y Liz Diller han vuelto a ampliar el museo añadiendo un edificio, lo que se traduce en tres mil 700 metros cuadrados más para exposiciones. El proyecto de ampliación ha costado más de 400 millones de dólares (358 millones de euros).

Pero la cuestión no era sólo contar con más espacio, sino también de mejorar el contenido. El museo ha usado esta oportunidad para renovarse por completo. Hasta ahora el MoMA se ha concentrado en obras occidentales de finales del siglo XIX y del siglo XX y en ese sentido está considerado uno de los museos más destacados del mundo.

Las obras se mostraban cronológicamente y de forma linear, como si se tratara de una sucesión de estilos artísticos. Los artistas mostrados eran básicamente hombres blancos europeos, algo que desde hace tiempo había sido objeto de crítica.

Pero el museo, que noviembre cumplirá 90 años, es «monumento a una historia que ha sido superada», señalaba el diario «The York Times».

Ahora es diferente. En el nuevo MoMA sigue existiendo una relación cronológica, aun cuando es más sutil, pero las obras de arte están completamente mezcladas, como si los curadores de la muestra lo hubiesen revuelto todo.

La nueva arquitectura da la sensación de más apertura e invita más a deambular y dejarse llevar por algún desvío en la ruta. Aparte de los cuadros y el diseño, por todas partes se puede ver que claramente hay más esculturas, fotografías, cine o acciones artísticas y, sobre todo, mucho más arte de mujeres, latinos, asiáticos y afroamericanos.

Todo eso lleva a fascinantes descubrimientos y combinaciones. Así, uno de los cuadros estrella de la muestra, «Las señoritas de Avignon», de Pablo Picasso, cuelga junto a una obra de la artista afroamericana Faith Ringgold.

El MoMA tiene previsto además reorganizar la exposición permanente cada seis meses, en consonancia con los tiempos que corren en una manera de atraer a los visitantes más jóvenes.

El museo se muestra «como la institución viva del siglo XXI que es», indica «The New York Times» aplaudiendo la decisión. «Un grupo de curadores inteligentes ha sabido unir sus mentes y trabaja desde todos los ángulos para dirigir este enorme barco hacia otra dirección», agrega el diario estadounidense.

Pero en lo que a la arquitectura se refiere, ahí se dividen las opiniones. Mientras el «New York Magazine» elogia que sea «una obra de convincente y modesta elegancia», el «New York Times» compara el nuevo edificio con una tienda de Apple, la empresa tecnológica: «inteligente, excesiva y un poco sin alma».

Además el concepto más abierto del museo va a necesitar mucha explicación. «Ya veremos si el visitante lo encuentra liberador o confuso». Pero todavía no se ha dicho la última palabra, asegura el director del MoMA, Glenn Lowry. «El museo seguirá evolucionando», insiste.