Vivos, muertos de miedo
Hace unos días me vi de frente con una muerta. En plena calle, a las cuatro de la tarde, me vi de frente con una muerta. Fue espeluznante verle los huesos a la muerta. La cara seca y huesuda de la muerta era suficiente para morirse dos veces por el mismo susto. Pero la muerta me vio y siguió su camino. Fue hasta entonces que recuperé el aliento y pude respirar. Di las gracias a Dios que la muerta me hubiese desdeñado, que si me llega a hablar no lo estuviera contando. Cuando la vi de frente fue impactante. En ese encuentro, tuve el tiempo para apreciar sus atuendos oscuros, negros como la noche, y las abismales cuencas de sus ojos. La muerta llevaba su pelo ensortijado y caído sobre sus hombros, lo que la hacia más tétrica que de costumbre. Fue impresionante verle a la muerta esos labios todavía carnosos, partidos quizás. Aún cuando dicen que respirando ante la muerte uno se seca y se enjuta como cáscara de naranja cucha. Pasó lentamente junto a mi la muerta y pude oler el incienso de su tumba. La muerta era flaca y fea, sin color en su piel. Parecía la muerta una mujer como de los años treinta que se sacaban a propósito la sangre para estar pálidas. Caminaba la muerta lenta, como si no quisiera regresar a ese lugar sombrío donde quizás por muchos años había estado pudriéndose y padeciendo su muerte. La muerta era una persona sin vida, sin aliento, sin más futuro que vivir el resto de su muerte como una muerta. Pero de repente empezaron a salir muertos por doquier: hombres, mujeres y niños. Todos muertos, sin vida, sólo calaveras extenuantes. En un momento se llenó todo el centro de Xalapa con una muchedumbre de muertos. Muertos iban, muertos venían, había muchos muertos. Fue entonces que comprendí que estábamos en los días de la celebración de todos los muertos. Nuestro territorio, tiene arraigado el culto a la muerte como una tradición acendrada en lo más profundo de la médula de sus huesos. La tradición de muertos nos viene de origen, desde aquellos ancestros que se trataron de explicar la vida, la muerte, y concibieron la resurrección. El culto al Mictlantecuhtli, dios del inframundo, es representado como un ser descarnado. La figura de ese Dios del inframundo no puede ser más explícita. La muerta que ese día me vio de frente, después lo supe, era la catrina, esa muerta elegante y distinguida, sobria, de clase, con señoreo. La catrina fue la obra que nos legó con su incomparable ingenio José Guadalupe Posada, por eso me parecía tan conocida. La catrina es una muerta para todos bella. Fue el gran pintor Diego Rivera el que la vistió con los atuendos que le brotaron de su incomparable pincel. Total que Xalapa estaba inundada de calaveras, de muertos, de tradiciones. Participan en la tradición de muertos: escuelas, institutos, organizaciones sociales, y la ciudadanía en general ofrece en sus casas esos hermosos altares de muertos. Son fechas cargadas de entusiasmo, de magia, de misticidad, de recuerdos y de esperanzas. Tamales, incienso, veladoras, atole, fruta, tepejilote, poesía, altares, cempasúchil, mole, barbacoa, panteones, música, cantos, templos, llovizna de pelillo, frío, risas, dolor, lágrimas, esto solo es parte de lo que se ve en días de muertos. Tradición de muertos es algo que no debemos dejar morir. Gracias Zazil. Doy fe.