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Crónica del Poder

Los Saduceos. En este día, 10 de noviembre de 2019, celebramos el Domingo 32 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (20, 27-38). Allí se narra una discusión de Jesús con un grupo de los Saduceos. Éstos, para poner en ridículo la creencia en la resurrección de los muertos, proponen a Jesús un caso extremo en donde se aplica la ley del levirato, según la cual, la muerte de un hombre que no hubiera dejado descendencia comprometía a su hermano a casarse con la viuda, con el fin de garantizar una descendencia al difunto (Cfr. Gn 38, 8; Dt 25, 5). El caso que proponen los Saduceos habla de siete hermanos que tuvieron por esposa a la misma mujer sin que ninguno de ellos hubiera engendrado hijos con ella: “Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?” En los cuatro Evangelios canónicos se habla de dos grupos religiosos muy representativos de Israel en tiempos de Jesús: los Saduceos y los Fariseos. Los saduceos adquirieron este nombre por Sadoc, un sumo sacerdote de tiempos de Samuel y David. Constituían la aristocracia sacerdotal y formaban una corriente tanto religiosa como política. Dominaban el Sanedrín y de entre ellos se elegía al Sumo Sacerdote. Defendían una conducta más libre y mundana que los Fariseos y estaban abiertos a la colaboración con los poderes extranjeros. En su teología, reducida principalmente al Pentateuco, es decir, a los cinco primeros libros de la Biblia, no tenía cabida la inmortalidad, ni la resurrección de los muertos ni la existencia de los ángeles o de seres espirituales. Su doctrina era bastante materialista y se reducía a las cosas de esta vida mundana.

Vida terrena y vida futura. La respuesta de Jesús ante la pregunta de los saduceos, que pretendía ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, se fundamenta en el principio del poder y de la fidelidad de Dios y se realiza en dos momentos complementarios. En el primer momento, Jesús declara que en la resurrección futura habrá una lógica de vida diferente a la existencia histórica propia de esta vida terrena. No se trata simplemente de la continuación de la vida presente sino de una vida plena y maravillosa en la presencia de Dios y, por tanto, la institución matrimonial no tendrá ya razón de existir en esa nueva realidad celestial en la que el hombre y la mujer participarán plenamente de la misma vida de Dios: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado”.

El Dios de los vivientes. En el segundo momento, Jesús se sitúa en el propio terreno de los Saduceos con un texto del Pentateuco tomado del libro del Éxodo (3, 15) donde se hace alusión al encuentro de Moisés con Dios en la zarza ardiente. Jesús les dijo: “Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos, pues para él todos viven”. Si los Patriarcas de Israel hubieran terminado en la muerte, Dios sería un Dios de muertos y sería infiel a las promesas de la Alianza. Para Jesús, la resurrección de los muertos se fundamenta en el poder de su Padre Dios, que es vida y amor, para quien todos están vivos en su presencia. La resurrección de los muertos es un artículo importantísimo de nuestro Credo Católico: “Creo en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro”. Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo: “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Cristo, también viviremos con él” (2 Tim 2, 11). La vida terrena se transforma por el Bautismo. La vida futura se nos otorga como fruto de la muerte y resurrección de Cristo.

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

Foto de Elsbeth Lenz