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Universidad Veracruzana

 A Josué Sánchez (1989 Córdoba, Veracruz) le llama la atención la autoficción, pero sin especificar que se trata de él. “Me gusta más este lado ficcional en el que te puedes dar la libertad de hacer o deshacer, o reinterpretar esas formas de tu vida que no le quieres contar a los demás, pero en las cuales subyace un diseño afectivo que sí eres tú”, comentó en entrevista para Universo. 

El escritor es egresado de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana (UV), con Maestría en Literatura Hispánica por el Colegio de San Luis. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y de la Fundación para las Letras Mexicanas. 

Su primer libro de cuentos, En el pabellón de las 16 cuerdas, fue publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. El segundo, No se trata del hambrerecibió el Premio Tiflos de Literatura en España, edición XXIX, categoría Cuento, fue publicado por Castalia Ediciones y fue presentado por primera vez en mayo de este año en Madrid. 

Josué Sánchez es el primer autor mexicano y el más joven que gana este premio, al que convoca la Organización Nacional de Ciegos de aquel paíscuya intención es fomentar y distinguir la creación literaria en lengua castellana. 

En el caso de la categoría de Cuento, para la edición XXIX, participaron como jurados personalidades del concierto literario hispanoamericano como José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012, y Marta Sanz, Premio Herralde de novela 2015, por citar un par. 

Pletórica de referencias pop y también de observaciones agudas sobre la realidad, la prosa de Josué Sánchez traza una serie de tramas crispadas alrededor de un puñado de obsesiones irrenunciables: la comida como escondite, diálogo o lucha, pero también el divorcio, el abandono, la maldita soledad. No se trata del hambre es un libro memorable que abre el apetito para leer más, dice sobre la laureada obra el escritor Antonio Ortuño. 

No se trata del hambre puede conseguirse en cualquier Librería Gandhi del país, así como en El Sótano, entre otras

No se trata del hambre es tu segundo libro de cuentos publicado. ¿Por qué escribes cuento? 

Es una fijación entre los géneros narrativos. El cuento me dio la libertad de no experimentar directamente con la novela y, a pesar de no ser así, es una experimentación con una narrativa larga, porque los nueve cuentos de No se trata del hambre están entrelazados. Es como una novela rota. 

Todos los personajes que aparecen en cada cuento tienen su lugar en un cuento largo y algo que me da mucho cariño es que yo soy veracruzano y muchas de las historias que están ahí son en lugares en los que he vivido: Xalapa, referencias muy explícitas a Veracruz, San Luis Potosí, la frontera sur de Estados Unidos. 

Creo que este género tiene una tradición en México, que entre sus máximos exponentes está Juan Rulfo, Juan José Arreola y José RevueltasY seguir prolongando esa genealogía en la medida de la tradición, que respeto mucho por cómo la hicieron ellos, me da la suficiente seguridad y diversión para poder practicarla. 

No es que quiera imitar a Arreola, Rulfo o Revueltas, pero sé que tengo los precedentes de que hay una tradición de cuento en el país que no se puede ignorar ni considerar como un género menor frente a la novela. 

 

¿Crees que el cuento está desdeñado? 

¡No! Para nada. 

 

¿A qué te refieres con referencias muy explícitas a Veracruz? 

En el penúltimo cuento un muchacho se va de Xalapa para intentar hacer una maestría en San Luis Potosí y se da cuenta que conoce mucha gente que se sale de Veracruz en los mismos años en que él se fue. 

Tienen razones muy concretas, entre ellas, económicas, porque de alguna manera creen que la situación en el Bajío es mejor que la del sureste, pero se dan cuenta, tristemente, que el Bajío es como un eco o repetición de todo lo que está sucediendo en el país. 

A pesar de que no hay una esperanza clara en el tipo de cosas que están buscando en otros lugares que no sea Veracruz, la esperanza reside, de alguna manera velada, en que ellos entienden su mudanza como una forma de no ser ellos mismos en otro lugar. 

 

Es común hablar o escuchar que la novela es “el género grande”, el que se vende y buscan las personas lectoras. 

Curiosamente creo que eso corresponde más a un parámetro comercial antes que a un criterio literario. En un premio que tiene 32 años de tradición (en referencia al Premio Tiflos de Literatura en España) y 29 están dedicados al cuento, así como el tipo de jurados que tiene de renombre internacional, da buena cuenta de que el interés en el cuento es el de alguien que le gusta leer. 

Tal vez las editoriales son las que han hecho esta especie de prejuicio salido desde lo supuestamente literario, en considerar un género mayor y uno menor, entre novela y cuento. Pero no, para nada. 

Si tú te pones a pensar en la calidad de libros de cuentos que hay alrededor del mundo, se me viene a la mente Hijo de Jesús de Denis Johnson, o Las cosas que llevaban los hombres que lucharon de Tim O’ Brien; te das cuenta que los libros de cuentos, concebidos como tal, como una especie de novela rota o narrativa que se puede sostener durante más de 100 páginas –y que no por ser cuento tiene que estar dispersa–, tienen una calidad que no le pide nada a la novela ni rivaliza contra ella, se complementan. 

 

Hay escritores o escritoras que decidieron no estudiar una licenciatura alusiva a las letras, porque ahí no vieron espacio para la formación en creación literaria, sólo para la academia. ¿Qué opinas de ese planteamiento? 

Precisamente, yo llevo a caballo mi trabajo entre la academia y la creación. Después de hacer la licenciatura aquí, hice la maestría en El Colegio de San Luis, pero mi trabajo de maestría tiene un enfoque más filológico. 

Atribuyo a que mi formación en la Facultad de Letras fue, si bien académica, con un interés literario muy marcado entre todos los maestros que tuve. A partir de ese momento me di cuenta de que no tenía por qué estar peleado el enfoque académico con la creación, pero es más una cuestión personal. 

Sí, es cierto que llegas a la Facultad de Letras y comienzas a ver cosas de crítica literaria que quizá nada tienen que ver directamente con la creación, pero sí pueden abonar si tú mismo decides llevarla por ese lado. No como una manera terca de confrontarlos, sino más bien buscando esa brecha en la que puedas construir el puente entre ambas. 

Entender, por ejemplo, que los ensayos son creación, que el cuento puede ser crítica del ensayo, que la novela puede serlo del cuento. Los géneros ni siquiera tienen que ver con una departamentalización del conocimiento literario. 

Es decir, ningún poeta es mayor que un novelista, ni un novelista lo es de un cuentista, ni éste está por encima narrativamente que cualquiera de los dos anteriores, ni un ensayista tendría que estar viéndose con miras a convertirse en novelista. 

Es creación, y la creación entendida en su manera más cruda es hacer lo que tienes que hacer en esa página que está en blanco, y decir lo que tienes que decir con los recursos que tú puedes utilizar. 

A partir de esa concepción me di cuenta que si iba combinando mi formación académica con la de la creación, puedo llegar a cosas que al menos te salvan de descubrir el agua tibia en pleno siglo XXI. Y creo que si algo te lo puede hacer ver muy bien es estudiar literatura.  

 

¿Es inevitable la autobiografía en una persona dedicada a la creación literaria? 

Tanto en En el pabellón de las 16 cuerdas como en No se trata del hambre son una especie de prótesis ficcional que hice a partir de los lugares donde he vivido, que he estado y conocido. 

Todo el primer libro está desarrollado entre Xalapa y el Puerto, con referencias a Córdoba, Orizaba, Río Blanco, lugares donde he vivido, y que los considero como una prótesis. 

Son una parte de mí, pero no necesariamente son esa parte natural que podría proyectar en una conversación como ésta; es decir, la manera en que estoy hablando ahora no es la misma en la que los narradores de mis cuentos hablan, ni tendría por qué serlo. 

A partir de esa concepción, Sergio Pitol veía la escritura como una autobiografía velada, parte de eso yo creo que sí es verdad; pero que esa autobiografía velada es aún más maleable entre los cuentos que una novela. 

 

¿A qué te dedicas actualmente? 

Estoy entrando en la novela y en otro libro de cuentos. Me dieron el Fonca por segunda ocasión (la primera vez que se lo otorgaron fue en 2014-2015), propuse un nuevo libro de cuentos que tiene que ver con enfermedades, pero la enfermedad como única herencia en la genealogía. 

Creo que en la mayoría de las familias veracruzanas la única herencia con la que contamos es la genética, y entender esa herencia genética como la enfermedad y que es lo único que compartes con tu familia, es algo de lo que hay que hablar.  

Por: Karina de la Paz Reyes Díaz