Por Juan Salomón
Breves de Aguarena
Pido licencia a los pocos lectores de esta columneja para escribir por única vez en primera persona y no en tercera como recomiendan maestros del periodismo tradicional.
Hace unos 43 años lo conocí en las antiguas oficinas de la Policía Judicial del Estado, en la calle Zaragoza frente al Hotel María Victoria. Yo era reportero de “nota roja” y fuí en busca de información. Un joven de recia personalidad que estaba en la entrada, con extraordinaria y educada voz me saludó amable:
–Quihubole (dijo mi nombre completo como si fuesemos amigos de toda la vida), soy Federico Castellanos Balbín –y estrechó mi mano con firmeza.
Él era el locutor estrella de una estación de radio que yo escuchaba todos los días. Así que por la voz y el nombre lo identifiqué de inmediato.
Federico Castellanos Balbín y Hugo López Solano, reportero de notas policiacas y también luchador profesional enmascarado, conducían un exitoso noticiario radiofónico, parece que se llamaba “Caleidoscopio”.
Bohemio, enamorado y echado para adelante, Federico era capaz de cualquier acción por defender a un amigo.
Lo mismo se movía como pez en el agua en el submundo de los barrios populares que en el medio artístico, cultural, político, eclesiástico y empresarial. Lo apreciaban personas de todos los estratos sociales. Obvio, también tenía sus malquerientes acaso por su estilo bronco.
Lo perdí de vista por varios años hasta que lo volví a encontrar. Frecuentaba el café “Bola de Oro” de Plaza Museo, envejecido y con achaques de salud por la vida intensa que había llevado.
Hablaba fuerte y directo, con palabras altisonantes que escandalizarían a quienes no lo conocían. No le importaba que hubiera damas o familias con niños cerca de donde estaba. Sus compañeros de mesa lo reprendíamos para que moderara su lenguaje. Hacía caso omiso.
Aunque se veía desaliñado, con ropa un poco pasada de moda y un viejo sombrero, no estaba en la miseria. Vivía bien. Trabajó en Radio Universidad y en otras estaciones radiofónicas. Por un tiempo fue reportero de deportes en el Diario de Xalapa, hace más de 20 años.
Muchas veces lo vimos tomando café con su hija adolescente en el “Bola de Oro”.
Hace unos días un amigo mutuo me comentó:
–Oye, no ha venido Federico, no será que ya se murió. Lo he visto muy acabado.
No le dí mucha importancia al comentario porque ya otros amigos habían expresado lo mismo en anteriores ocasiones y a los pocos días reaparecía Federico igual de campante que Johnny Walker. Aunque ya caminaba lento.
Nos relataba muy ufano que su padre había sido pistolero de un cacique del sur del estado. El propio Federico era un formidable peleador y mostraba con orgullo una tremenda herida en el brazo derecho, producida años atrás con arma punzocortante durante una riña.