AÑO NUEVO, 2020
Uriel Flores Aguayo
Otro año inició, otra etapa para vivirse. De a poco o mucho habrá propósitos y metas que cumplir, como ruta de marcha. Los hay personales en cuanto a superación personal, los de estilo de vida y abstención de malos hábitos. Otros tienen que ver con estudios y trabajos, con cuestiones materiales y económicas. Es tiempo, distinto siempre aunque parezca el mismo; el tiempo no se detiene y avanza con o sin uno. El tiempo se cuenta pero puede ser imperceptible; es vida, de calidad o no. Un año es un ciclo suficiente para incidir en la vida de las personas, en ese tiempo pasa mucho estemos o no conscientes de ello. Este nuevo año es un horizonte a recorrer y pasará con nosotros lo que queramos o podamos pero siempre de acuerdo a nuestra voluntad y esfuerzo; sin lucha y compromiso no puede ocurrir nada extraordinario.
No se requiere ser militante de nada ni libertario para asumir que los propósitos personales son incompletos y hasta irrelevantes si no se acompañan de los colectivos y sociales. Debe entenderse que lo que pase en nuestro entorno incide en nuestras condiciones particulares. De los Gobiernos Estatal y Federal no hay que esperar cambios sustanciales porque van por su segundo año de ejercicio; tienen, por tanto, todas las condiciones de fuerza y margen de maniobra para seguir haciendo lo que les parezca mejor. De las Cámaras Legislativas menos pues habitan una burbuja lejana, inaccesible y aveces desconocida para la generalidad de la población. Influir en ambos poderes es una ocurrencia o buena intención. No hay canales serios para expresar propuestas o críticas, como tampoco voluntad democrática de quienes detentan esas posiciones. Como antes hay discursos y fachadas.
Es distinto con los Ayuntamientos. Ahí sí se tiene la cercanía al menos física y las posibilidades de ser atendidos para los asuntos correspondientes. Por su naturaleza de servicios, obras y trámites las autoridades municipales interactúan cotidianamente con la población. Se puede madurar la participación ciudadana y recibir la aceptación gubernamental si existe voluntad oficial como, al parecer, se tiene. En los asuntos pequeños se educa para la acción ciudadana y se fortalece la cultura cívica. No deben minimizarse pues son la base de la construcción de ciudadanía. Una y otra vez tiene que subrayarse que sin la participación informada y libre de la gente no hay cambio político que valga. La emisión del voto es solo una parte del proceso democrático.
Uno puede soñar, se vale, y vislumbrar un mundo mejor; puede depositar sus esperanzas en líderes u organizaciones. Uno puede creer en cambios radicales para lo inmediato, como para este Año Nuevo. Uno escucha plazos para la seguridad y la economía. Aveces lo entiende, aveces no. Es difícil analizar la viabilidad de las promesas con la información disponible, más todavía cuando hay demasiada retórica que envuelve u opaca a la verdad. Siempre será mejor que los sueños sean moderados y realistas, que no dejen en manos milagrosas las soluciones de nuestros problemas y nos comprometan en concreto y cotidianamente. Cada vez es más obvio que todo cambio real y profundo pasa por cada uno de nosotros y por asuntos pequeños, que van de menos a más. Sin la coherencia elemental entre lo que decimos y hacemos, sin la conexión individual con el colectivo, sin el respeto a las reglas, sin el ejercicio de la crítica, sin la reafirmación de la libertad, sin actos positivos y un inalterable compromiso con valores básicos de tolerancia, pacifismo, no discriminación, respeto a los derechos humanos, no habrá cambios mayores. La grandilocuencia transformadora es mero discurso del poder cuando no cambia ni siquiera lo mínimo en la vida cotidiana de las personas. Es sano que al entrar a un nuevo año nos planteemos ser mejores, empezando por nosotros mismos para avanzar a lo social.
Recadito: un año más con los Gobiernos del cambio a prueba sobre su esencia y verdad.