El testimonio de Juan. En este día, 19 de enero de 2020, celebramos el Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (1, 29-34) el cual presenta el segundo testimonio de Juan Bautista en favor del mesianismo y la divinidad de Jesús: “Vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo he dicho: el que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel. Entonces Juan dio este testimonio: Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Juan reconoce y presenta a Jesús como el Cordero de Dios. Este título mesiánico se basa en el cuarto canto del siervo de Yahvé: Isaías (53, 7) y está relacionado con el Cordero Pascual de la liberación de Egipto, así como con los sacrificios de corderos en el Templo para expiación de los pecados del pueblo Éxodo (29, 38). Jesús es el Siervo de Dios por excelencia; el nuevo Cordero Pascual inmolado para la salvación de la humanidad y el perdón de los pecados.
Jesús es el Hijo de Dios. Juan Bautista no sólo reconoce en Jesús al Cordero de Dios, al Mesías, sino al Hijo de Dios, al auténtico poseedor del Espíritu Santo. El Espíritu de Dios que aleteaba sobre las aguas en los comienzos de la creación del cielo y la tierra, según Génesis (1, 2) ahora se posa sobre Jesús y así comienza una nueva creación, una nueva humanidad. Los cuatro Evangelios canónicos tienen como finalidad dar testimonio de que Jesús de Nazaret, el hijo de la Virgen María es verdaderamente el Mesías, el Ungido por el espíritu Santo, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios vivo, la Palabra eterna del padre que se hizo hombre y habitó entre nosotros. Esa es la fe de la Iglesia que siempre debemos anunciar y defender con la palabra y con el testimonio de nuestra vida personal y comunitaria.
El Cordero de Dios. Las palabras de Jesús en la Última Cena traslucen su propia entrega como Cordero Pascual: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”; “Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. En la Misa, antes de la comunión, la asamblea proclama: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”. Enseguida, el sacerdote toma el pan consagrado y dice: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que se nos da como alimento y bebida, y que nos invita a entregar nuestra propia vida a Él y a nuestros hermanos. El Apocalipsis (5, 9s) establece un impresionante contraste entre la debilidad del cordero inmolado y el poder que le confiere su exaltación en le Cielo. Cristo es un Cordero en su muerte redentora pero también es un León cuya victoria libertó al pueblo de Dios de los poderes del mal. Jesucristo comparte ahora el trono de Dios y recibe también la adoración de los seres celestiales. Él es quien ejecuta los decretos de Dios contra los impíos y la guerra contra los poderes del mal. Sólo recobrará su primera mansedumbre cuando se celebre su boda con la Jerusalén celestial, que simboliza a la Iglesia.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
Foto de Elsbeth Lenz