LA VIDA ES UN VIAJE DE SORPRESAS
Uriel Flores Aguayo
Hablar de la vida es decir de todo y de nada; cada quien lo hará de acuerdo a su circunstancia. Cuenta la edad por supuesto e influye, en mucho, la ubicación social de cada quien. Otros datos fundamentales por tomar en cuenta son el género, la geografía, la salud, la religión y los estudios. Con matices, desde luego, pero esos factores van dando forma a nuestra existencia. Las familias son determinantes en nuestra formación, influyen poderosamente en el papel qué jugamos individual y colectivamente. Los ciclos políticos y económicos nos dan el entorno social y crean condiciones para avanzar o retroceder como ciudadanos. Es altamente posible que estén leyendo obviedades, pero consideró indispensable dar bases a las opiniones generales que sobre la vida, la nuestra, pretendo desarrollar en este artículo.
Uno nace, crece y muere. Tiene infancia, juventud y edad adulta hasta llegar a «la vejez». Son ciclos biológicos, sociales y cronológicos. Somos guiados y protegidos en las primeras etapas de nuestra existencia para, después, hacer lo propio con nuestros hijos y nietos. Son leyes de la vida. La vida es todo: crecimiento, tropiezos, descubrimientos, caídas, alegrías, tristezas, victorias, derrotas, estabilidad, turbulencias, amor, decepciones, felicidad, días oscuros, en fin, es todo. Nada es seguro para siempre, ya sea positivo o negativo. Hay un hilo conductor que sostiene estilos, condiciones y compromisos en nuestra vida. Somos lo que queremos o podemos.
De la experiencia propia y con observaciones simples se puede concluir que la generalidad de las personas son buenas personas de origen, que depende mucho de la crianza y educación para que lo sigan siendo siempre. Somos más civilizados como sociedad sin dejar de anotar los todavía importantes rezagos en materia de género, derechos diversos y la tolerancia. Sigue siendo importante el déficit de diálogo y convivencia pacífica. El desarrollo social es una construcción y nos remite a la democracia y el bienestar colectivo. Una ciudadanía despierta, crítica, participativa y de derechos es condición indispensable para vivir en armonía colectiva y sana comunidad.
El espejo de uno son sus hijos y nietos, compromiso vital e infinito. Son experiencia humana íntima y de sangre. Son el mayor compromiso y obligación. Verlos es iluminar el momento, pensar en su futuro. Uno se cuestiona, mientras disfruta sus momentos, que pasará con ellos, si estudiarán, en que trabajarán, en su salud, en su seguridad y en las etapas donde también serán padres o madres. Se les quiere entrañable e incondicionalmente, para siempre. El vínculo con ellas y ellos es infinito. Son nuestro clima, nuestro humor y también nuestra estabilidad. La vida se llena con las sonrisas de la niñez, el arrojo de la juventud y la responsabilidad de los adultos que recogen la estafeta. La vida es compleja, tanto como queramos. La vida es multicolor. La vida no es perfecta. La vida es nuestro día a día, es abrir los ojos. Si hacemos el bien y cuidamos a los seres queridos habrá valido la pena haber vivido.
En la vida hay todo tipo de enfermedades, a veces muy comunes, a veces no. Es la ciencia la que nos ayudará a superar ese tipo de situaciones. Pero también la fe y las sanas creencias, por la actitud, solidaridad y ánimo que despiertan. Uno tiene que enfrentar con entereza las adversidades y propiciar que quienes vivan decaimientos de salud lo superen y vivan con dignidad. Si ellas y ellos saben que son apoyados y queridos, se mitiga un poco sus padecimientos. Por nuestra niñez y juventud, por nuestros hijos y nietos, hay que dar todo hasta el límite de nuestras fuerzas.
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