Sal de la tierra. En este día, 9 de febrero de 2020, celebramos el Domingo 5 del Tiempo Ordinario, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (5, 13-16) situado en el contexto del Sermón de la Montaña: “Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida; ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente”. La sal es un elemento indispensable para la vida ya que sazona los alimentos y los conserva ante la fermentación y la descomposición. La comida sin sal no tiene sabor y por esa razón las ofrendas de los sacrificios antiguos eran saladas con abundancia, para significar la voluntad de ofrecer una oblación agradable a Dios (Lev 2, 13). En el lenguaje familiar, la sal proporciona sabor a la existencia y sazona la comunicación fraterna. Así se habla de personas saladas o salerosas y de otras sosas o sin gracia. Compartir el pan y la sal es una expresión que implica cercanía y confianza. En los escritos rabínicos, la sal aparece como medicamento para desinfectar y cicatrizar las heridas, pero también es asociada con la sabiduría. La sal se hace inútil cuando ya no puede cumplir esas funciones. Entonces se desecha y se cambia. Los discípulos de Cristo estamos llamados a transformar la sociedad en que vivimos, a dar sabor a la existencia de muchas personas que han perdido el sentido de la vida, como dice Pablo a los Colosenses (4,6): “Que su conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene”.

Luz del mundo. El texto evangélico prosigue: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”. La luz es una creación fundamental de Dios que caracteriza la claridad irradiada por el sol, la luna, el fuego y las lámparas. Como el sol ilumina el camino, así es luz todo el que ilumina el camino hacia Dios: la Ley de Moisés, la Sabiduría, la Palabra de Dios y el Señor Jesucristo quien afirma: “Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas”. La luz es símbolo de la vida, de la felicidad y de la alegría, mientras que las tinieblas son símbolo de la muerte, de la desgracia y de la tristeza. El dualismo ‘Luz-Tinieblas’ caracteriza los mundos opuestos del Bien y del Mal, los cuales revelan dos imperios antagónicos e irreconciliables, el de Cristo y el de Satanás. Así también los hombres se dividen en ‘hijos de la luz’ e ‘hijos de las tinieblas’ y se les reconoce por sus obras.

Luz y tinieblas. Los discípulos de Cristo, debemos dar sabor a la vida y fortalecer el tejido social de nuestras familias, comunidades y del mundo entero. Para ello, como dice el profeta Isaías (58, 9-10): “Hemos de renunciar a oprimir a los demás, a desterrar de nosotros el gesto amenazador y la palabra ofensiva, a compartir el pan y los bienes materiales con los más necesitados. Así brillará nuestra luz en las tinieblas y nuestra oscuridad será como el mediodía”. Debemos resplandecer también a través de las buenas obras para superar nuestras conductas pecaminosas anteriores, como enseña San Pablo (Ef. 5, 8-9): “Porque en otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”. Hemos de vivir con decoro y como en pleno día, evitando las comilonas y borracheras, las lujurias y desenfrenos, las rivalidades y envidias, revestidos de Jesucristo y evitando satisfacer las malas inclinaciones de la naturaleza humana.

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

Foto de Elsbeth Lenz