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Crónica del Poder

 

Con el miércoles de ceniza comenzamos en la Iglesia católica el tiempo de la cuaresma. Se trata de un periodo especial de gracia para vivir la experiencia de ENCUENTRO: encuentro con Dios, con uno mismo y con los demás.

Durante la cuaresma la comunidad católica se dispone  a celebrar con júbilo la fiesta de la pascua. Esta fiesta pascual hace referencia al misterio de la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús que celebraremos en la Semana Santa, pero también, al paso del pecado a la gracia al que estamos llamados todos los que somos discípulos de Jesús.

La Cuaresma se inicia con la imposición de la Ceniza y la invitación de Jesús de “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). La conversión y la fe son dos elementos fundamentales de la espiritualidad cuaresmal.

CONVERTIRSE significa cambiar de mentalidad, cambiar el modo de ver y juzgar las cosas y, por consiguiente, en la circunstancia concreta de nuestra vida, significa cambiar de conducta en el modo de proceder. La conversión nos mueve a dejar los ídolos personales para hacerse discípulo de Jesús.

La conversión está precedida por la gracia de Dios, antes que ser ascesis es mística; es decir, es Dios el que toma la iniciativa y nos llama primero (mística); después seguirá la respuesta personal (ascesis). Mediante la conversión Dios nos hace una propuesta de salvación. La respuesta a la llamada de Dios se expresará por medio de las diferentes prácticas que la Iglesia nos propone: ayuno, penitencia, prácticas de piedad, obras de misericordia.

Además de llamarnos a la conversión, Jesús nos invita a CREER EN EL EVANGELIO. Creer en el evangelio significa poner la confianza en Jesús y en la buena nueva que él trae al mundo, es decir, la buena noticia de que Dios nos ama mucho y quiere que todos nos salvemos porque todos somos sus hijos. Creer en el Evangelio es ante todo, creer en la persona del Hijo de Dios y encontrarse con él; confiarse a él y estar dispuesto a seguirlo.

La conversión no es sólo una acción individual que se queda en una especie de auto perfección, la conversión tiene repercusiones sociales; es decir tiene que ver con la vida y las relaciones humanas que construimos todos los días.  Quien vive la experiencia de la conversión está llamado a proyectarse con los demás de una forma nueva. En este sentido, la conversión se relaciona con la justicia, la verdad, la solidaridad, la rectitud, la transparencia; por ello todo el que se encuentra con Dios y acepta su mensaje no puede convivir con la maldad, ni participar en actos de corrupción o practicar la violencia en cualquiera de sus formas.

Por todo lo anterior, LA CONVERSIÓN LA NECESITAMOS TODOS. Nadie es tan bueno que no tenga que corregirse o superarse en alguna cosa o aspecto de su vida. En este sentido la conversión no se reduce sólo al ambiente religioso sino que es necesaria y saludable para todos. Basta detenerse un poco, guardar silencio, observar nuestros actos y nos daremos cuenta que no todo lo hacemos bien.  La conversión toca el corazón, la mente, los pensamientos, los sentimientos, los afectos y los actos. Todo se armoniza cuando hay conversión.

Nadie ignora que el tejido social está lastimado y todos estamos viviendo y sufriendo sus efectos. En este sentido, sea por una motivación religiosa o ética, todos necesitamos transformarnos, ser mejores personas, recuperar los valores humanos que nos permitan respetarnos unos a otros, superar el egoísmo y mejorar el ambiente donde se desarrollan nuestras vidas.

El camino para la conversión comienza con la escucha atenta de la Palabra de Dios y de la realidad, sigue con la experiencia de encuentro con él y se alimenta con los sacramentos y las obras buenas. Que esta cuaresma que estamos comenzando nos prepare para celebrar gozosos la pascua de Cristo y junto con él, nuestra propia pascua.

 

Pbro. José Manuel Suazo Reyes