De toda la vida, he respetado el espacio y el libre albedrío de la mujer (es) desde siempre, de su libertad a decidir, incluso sobre un tema tan delicado como es el aborto, del cual no estoy a favor, pero que, al menos a mí, no me corresponde decidir, ni opinar. Es un tema de la mujer (es), más allá de convencionalismos morales, éticos, legales, religiosos, entre otras consideraciones. Un amigo me decía un día, respecto a este pensamiento: “… cómo no, si yo soy el que fecundé, ¡yo sí tengo derecho a opinar! No sé, supongo que habría que analizar las circunstancias en que se da lo que él llama “fecundación”, pero bueno… Pero ante todo, el que escribe está por el derecho de la mujer a decidir en todo a lo que ella concierne, y por supuesto estoy por la igualdad, la equidad (oportunidades, salarios, libertades, independencia, a la no discriminación, a la diferenciación, a la no violencia de género, no al machismo, sí al derecho a equivocarse –todos nos equivocamos-, etc.), a mí me seducen –y cuando digo seducir es un decir, yo ya no estoy para que me seduzcan- mucho las mujeres fuertes, independientes e inquebrantables, simplemente son maravillosas, son como un muro infranqueable de 3 metros de altura. Ahora, una cosa muy distinta es hablar de la protección de la mujer. Tengo claro que muchas de ellas pueden valerse por sí mismas, inclusive repeler una agresión, la física y violenta me refiero, pero tienen límites naturales, son más vulnerables –no débiles-, por eso todos deberíamos estar junto a ellas el próximo 9 de marzo. ¡Por ningún día en el mundo sin las mujeres, son imprescindibles! ¡que vivan las mujeres para siempre!