CENTENARIO DEL NATALICIO DE LUIS G. BASURTO. (II)

Con la frente en el polvo.

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

De toda la gran cantidad de piezas teatrales que escribió Luis G. Basurto, la obra: “Con la frente en el polvo” es sin duda alguna de las más profundas, muy sentida, en momentos desgarradora, humana, sensible, provoca reflexiones e introspecciones, y si bien la obra se compone sólo de dos actos y participan dos personajes, un Sacerdote y un Obispo, los temas abordados son inherentes al hombre universal, porque, ¿Qué hombre no ha sentido soledad, vacíos, remordimientos de consciencia? ¿Quién no desea encontrar un profundo y poderoso amor? el drama interior planteado por Basurto realmente es cautivante y conmovedor, sin más preámbulos se abre el telón e introduzcámonos en la historia.

El padre Terencio es un humilde sacerdote de una pobre y olvidada Iglesia, de joven trabajó muchos años como prefecto en el Seminario, uno de sus alumnos consentido, mejor dicho, su alumno consentido se llama Agustín. Agustín desde joven demostró ser un hombre con muchas capacidades, culto, carismático, firme, y con el paso de los años llegó a ser Obispo. Una tarde Terencio escuchó que tocaban la puerta, abrió y se llevó la sorpresa que era Agustín, Terencio por respeto a la jerarquía católica se quiso arrodillar para besar la mano del Obispo, pero éste no lo permitió, le dijo que, al contrario, venía a confesarse ante él.

Agustín al inicio se negó, y agregó que él ya sabía que el Papa lo había nombrado Cardenal, el futuro Príncipe de la Iglesia se impresionó, le preguntó a Terencio cómo se había enterado si aún no era algo oficial y mucho menos público, Terencio le contestó que de manera muy discreta el Papa lo consultó a través de una carta sobre si usted tenia los méritos para ser Cardenal, cosa que después de meditarlo, consultarlo en oración con Dios, no tuve la menor duda en contestar al Papa que usted es sin duda uno de los elegidos para ser Príncipe de la Iglesia.

El futuro Cardenal le comentó a su antiguo Maestro que precisamente por eso venía a verlo, porque no tan sólo dudaba de tener los méritos, además, no lo dejaban vivir en paz muchos errores del pasado que no ha podido sanar, que en muchos lapsos de su vida fue un hombre insensible, cobarde, inhumano, soberbio, malagradecido, el ejemplo más puntual es que al momento de llegar como Obispo envío a su antiguo Maestro a una Iglesia olvidada y arruinada, donde en ocasiones sufría hasta para comer.Terencio respondió que no se preocupara por eso, que él es un hombre pobre, pero feliz y tranquilo e incluso se sentía orgulloso de la ascendente carrera eclesiástica de su ex-alumno, no obstante, esto no evitó que Agustín le exigiera que lo confesara y a continuación nos encontramos con el siguiente desgarramiento.

De entrada, independientemente a lo que nos dediquémonos, el hombre es un ser que piensa, siente, quiere, ama, en momentos odia, duda, normalmente tiene padres, sueña con desarrollarse profesionalmente, tener una familia, etc. en el caso de Agustín creció admirando a su padre y aborreciendo a su madre, su sueño era convertirse en un gran sacerdote, sin embargo, a pesar de su grandeza, poder, éxito, el pasado turbulento que vivió con su madre lo atormenta, él abandonó a su madre porque ella de joven engañó a su padre y se fue con otro hombre. Agustín jamás le pudo perdonar ese acto, y hay algo más, el aborrecimiento que sentía por su madre se trasladó a toda mujer, fue la manera más cómoda e irracional de contener sus deseos sexuales, sus deseos de sentir amor, pasión, empero, los sentimientos del alma los puedes reprimir y ocultar, aun así, tarde o temprano te acecharán, porque es de humanos amar y ser amado, es muy difícil para el hombre vivir en la nada, si de por sí esta está garantizada.

Habiendo expresado el tortuoso pasado familiar, el Obispo confesó al padre Terencio que en una ocasión sintió un fuerte y poderoso amor por una bella mujer, en palabras literales expresó lo siguiente: “Aquella mujer…aquella mujer fue la más bella, la más pura que he conocido. Recuerdo que un domingo, desde el púlpito, hablando precisamente del amor, me encontré por primera vez con sus ojos, unos ojos llenos de gracia, de magia, de misterio, que me miraban con serenidad. No sé si las palabras que pronuncié aquel día fueron sinceras desde el principio, o empezaron a serlo al contacto de su mirada, que me envolvió, me fascinó, y me hizo hablar con la emoción y profundidad que nunca antes había tenido. Yo mismo al terminar quedé asombrado por todo lo que dije. Fue…como si en realidad sintiera por primera vez, hacia Dios y hacia el género humano, aquel amor que brotó de mis labios, y que seguramente ella había inspirado. Yo me pasaba la semana entera pensando cuidadosamente lo que iba a decir. Quería deslumbrarla, atraerla, cuando en realidad estaba ya preso, crucificado en su fascinación. Pero apenas la tenía frente a mi… olvidaba de golpe todo lo que había preparado…y entonces mis palabras salidas como de otros labios. Fue entonces cuando el mío, cuando mi amor por ella, nacido seguramente desde el primer instante que la vi en el templo, tomó bruscamente, involuntariamente, la forma de una pasión terrible, alimentada por mis instintos sexuales reprimidos, y por el deseo imperioso, enloquecido de poseerla.”

Lo mejor de la confesión es que la bella mujer también estaba locamente enamorada del padre Agustín, y fue más allá, ella como persona libre y sincera le expresó su profundo amor al Padre, aquí surgen las preguntas: ¿Se impondrán las reglas y los prejuicios religiosos ante el amor? ¿El triste recuerdo de su madre es más poderoso que la presencia de un amor genuino, puro y desinteresado?que dilema tan fuerte y al mismo tiempo tan sencillo,un día leí,no recuerdo de quien,  que el hombre no pide nacer, no sabe vivir y no quiere morir, absurdo tan grande, porque desde que nacemos el diario recorrido es hacia la nada, y lo único que puede darle sentido y esencia a nuestra efímera existencia, es el acto del amor, pero el verdadero amor, es decir, el real, el que te provoca sensaciones que ni un Dios todopoderoso te las podría provocar.

¡Pobre Obispo Agustín!, ahora tendrá que pagar sus errores del pasado ejerciendo el honorable cargo de Cardenal.

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