Leía a la sensata canciller alemana, Angela Merkel, que dirigió el miércoles a sus connacionales un muy reflexivo discurso en el que explicó con sencillas palabras la lucha que está librando el mundo entero contra el coronavirus. Palabras más, palabras menos, les dijo en su mensaje que “solo tendrán éxito si (los alemanes) comprenden que este es un reto colectivo”. Les pidió que cumplan las restricciones impuestas. «Tómenlo en serio”, insistió a la ciudadanía sobre la gravedad de la situación. “Desde la Segunda Guerra Mundial –y esto lo subrayo para ustedes, queridos lectores- no ha habido un desafío para nuestro país –y para el orbe entero- que dependa tanto de nuestra acción conjunta y solidaria.” ¡Caray, que ejercicio de sabiduría que da cuenta a la grave situación que nos estamos enfrentando! Y esa ponderación de Merkel me llevó a otras reflexiones, más locales digamos, que aquí les comparto. Por ejemplo, qué va a pasar con el bolero que depende de los parroquianos que salían al café matutino, porque lo más sensato en estos días es permanecer el mayor tiempo posible encuartelado, o una ciudad como Xalapa que está llena de pequeños hornos de panadería artesanal. En mi tierra no hay de estos hornos, allá hay panaderías industriales, y esto lo digo no como una ostentación, pero mis paisanos panaderos son ricos, muchos españoles, por cierto. Dos o tres meses de bajas ventas seguro los aguantan. Y también he pensado en mis dos o tres amigos de la tercera edad que envuelven mis compras en el súper, las ventas van a bajar y sus propinas también, pero seguramente ahí van a estar, como siempre, al pie del cañón, indemnes hasta donde su salud y paciencia se los permita. Dejarles un kilo de arroz y de frijoles no nos va a hacer más pobres en la próxima visita que hagamos al súper, aparte de su respectiva propina. Y sigamos comprando las picaditas, los tlacoyos y las flores de calabaza a las marchantas. Lo escribe Marco Aurelio gonzález Gama, directivo de este Portal.