El 22 de marzo de 1895, los hermanos Auguste y Louis Lumière realizaron la primera proyección de lo que habían logrado crear a través de su novedoso invento, el cinematógrafo, un artilugio que era capaz de registrar el movimiento de la vida y también mostrarlo simultáneamente a una gran cantidad de espectadores. Aquel evento privado, en la Sociedad para el Desarrollo de la Industria Nacional Francesa, selló el destino del séptimo arte.
“Su aparato fue el parteaguas de la cinematografía por su movilidad y sencillez: podía registrar y mostrar. Basaron su trabajo en la relación con las personas: mostraron su artilugio y lo que éste era capaz de hacer lo más pronto que pudieron y lo llevaron a todo el mundo”, señaló a La Razón el crítico de cine Saúl Arellano.
El 28 de diciembre de ese mismo año, en el Gran Café de París, el dúo organizó la primera proyección pública con su invento: mostraron 10 cortometrajes, siendo el primero La salida de la fábrica Lumière en Lyon, considerado la primera filmación de la cinematografía mundial.
“Lo que maravilla de esta pieza es que pusieron su aparato en la calle y comenzaron a grabar sin saber exactamente qué iba a ocurrir, y eso me parece mágico: es esta parte de la cinematografía actual que se ha perdido por el negocio: hacer algo y ver qué sucede, cuestión que quizá para nosotros es normal, pero gracias a ellos tenemos esta posibilidad”, expresó Arellano.
Mario Luna, académico de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas, señaló que aquella función revolucionó la percepción que el mundo tenía de la imagen: “pasó de ser una mirada natural a partir de nuestros ojos, a ser una visión seleccionada, que permitía llevar muchos lugares a otros lados.
“Prepararon a una serie de operadores que partieron a descubrir el mundo a través de su aparato. Ellos hicieron que la gente pudiera vivir lo que pasaba en otras partes del planeta”, abundó.
Así, el cinematógrafo viajó a Japón para registrar las calles de Tokio, a los beduinos y sus camellos en Egipto, al zar Nicolás II de Rusia y su esposa Alexandra Feodorovna, los pescadores y los puertos italianos, los mercados de Argelia, la danza tirolesa alemana y hasta al primer “actor” de México, don Porfirio Díaz, mientras paseaba a caballo en el Bosque de Chapultepec.
Sin embargo, después de algunos años los Lumière consideraron que el cinematógrafo no tendría mayor trascendencia, por lo que abandonaron la producción fílmica para centrarse en la fotografía a color, la cual patentaron en 1903 y comercializaron en 1907.
“No creyeron que sus experimentos dieran pie a todo lo que entendemos hoy como cine. Sin embargo, sus proyecciones hicieron que las audiencias convirtieran su quehacer en un espectáculo; ahí fue donde entraron figuras como Alice Guy, la primera en dirigir una película, y Georges Méliès, quien hizo de esto un arte”, concluyó el historiador fílmico Aurelio de los Reyes.