A 26 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, aún hay incógnitas por resolver. ¿Quién o quiénes “decidieron” el asesinato?
La especulación sobre los motivos del magnicidio de Colosio y la identificación de los autores intelectuales es ya deporte popular. El periodismo debe llamar a la cordura y, sobre todo, mirar con atención el escenario del crimen y perseguir las historias particulares de los posibles implicados. De ahí la importancia de testimonios como los recogidos dos días después del crimen y que ahora recuperamos.
Aún tengo fresco en la memoria aquel miércoles 23 de marzo de 1994. Pasaban las siete de la noche cuando Verónica, mi esposa, me pidió que viera la noticia que transmitían en la televisión.
Una y otra vez, las imágenes se repetían. Una mano con un arma de fuego se estiraba hacia la cabeza de Colosio y se veía como una detonación impactaba contra el cráneo del candidato.
El candidato a la presidencia del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio Murrieta, había sufrido un atentado en Lomas Taurinas en Tijuana, Baja California.
Me quedé pasmado. Recordé la plática que había tenido el domingo 2 de enero de ese 1994 con mi prima Rosa sobre el levantamiento zapatista y del futuro del candidato presidencial. Recuerdo que le había dicho que las presiones eran muchas y que Manuel Camacho Solís no se iba a quedar tranquilo hasta no lograr ser el candidato presidencial. Que podrían pasar muchas cosas. Lo más viable era que “enfermaran” al candidato, pero lo más lamentable sería que lo mataran.
Recuerdo que lo mismo habiamos comentado Alejandro Almazán, Pedro Díaz, Fermín Sada y yo en la redacción de la revista Macrópolis…Y eso había pasado ya…
Liébano Sáenz, secretario de Información y Propaganda de la campaña de Colosio, informaba que el candidato había fallecido y que el presidente Carlos Salinas de Gortari se comprometía a que no quedaría impune el “artero crimen”. “Todos los autores, intelectuales y materiales, recibirán todo el peso y el castigo de la ley”. Y remataba: “el asesinato de Colosio es una ofensa para todos los mexicanos”.
Inmediatamente me comuniqué con Ramón Márquez, director editorial de la revista Macrópolis, donde trabajaba entonces. Me pidió que estuviera atento a lo que se decía y que me preparara, porque lo más seguro era que viajara esa misma tarde a Tijuana.
Cobertura en Tijuana
El cambio de horario me desconcertó un poco. Mi reloj marcaba las 22:00 horas, pero el del aeropuerto de Tijuana marcaba las 21:00 horas. Tomé un taxi y le pedí al chofer que me llevara a un hotel del centro que fuera barato. Me condujo a uno llamado Las Palapas.
Al día siguiente, muy temprano, me dirigí a las instalaciones del PRI Municipal ubicado en avenida Insurgentes Norte 59, en la zona centro de Tijuana. Me puse en contacto con el jefe de prensa y le entregué la carta de acreditación que me había dado Ramón Márquez, para que me dieran las facilidades para enviar mi información vía fax.
Serían poco más de las 10:30 de la mañana cuando tomé un taxi para que me llevara a Lomas Taurinas. No sabía a qué me enfrentaría en aquel lugar marcado con rojo sangre. Para entonces habían transcurrido dos días del asesinato de Colosio. Había mucha confusión y sentimientos encontrados. Miedo, coraje, impotencia. Y por encima de todo, una profunda incertidumbre por no saber quién, y por qué motivos, un tal Mario Aburto había asesinado al carismático candidato que desde su primer día de campaña había sido recibido con agrado por gran parte de la población.
Día negro en Lomas Taurinas
Entre el fraccionamiento Otay Universidad, y las colonias del Río, Aeropuerto y Centro Urbano 70-76, su ubica un cañón, el cual, a partir de 1983 se fue poblando poco a poco, hasta llegar a ser lo que hoy se llama Lomas Taurinas. Es una colonia que cuenta con los servicios públicos básicos, pero que aún padece los atrasos de un asentamiento irregular.
Para el martes 29 de marzo de 1994, poco había encontrado acerca de quién era Mario Aburto Martínez. Ese día me dirigí hasta la colonia Buenos Aires Sur, una de las concentraciones urbanas populares de Tijuana. Lugar donde vivía Mario Aburto. Las calles de tierra son irregulares. En su mayoría las casas son de madera y con techos de lámina. Los servicios, son insuficientes.
En la parte baja del cañón se puede observar un riachuelo de aguas negras que lo surca. A un lado, un parque. A la derecha de éste, el altar improvisado que los vecinos han levantado en memoria de Colosio.
La vida parece seguir su curso normal. Pero el ambiente está enrarecido. Caras largas de los vecinos, miradas interrogantes, temor ante el patrullaje de la policía municipal…
No lejos de allí, a unos cinco minutos de camino por esas calles de terracería, me encontré con doña Rosalía Contreras, vive justamente en la casa contigua que es habitada por la familia de Aburto Martínez y que ahora está desocupada pues se habían ido a refugiar a la casa Campos de San Miguel. Ella, dice, fue testigo de innumerables pleitos en ese hogar. Frunce el ceño al hablar:
-No sé por qué quieren decir que Mario era un buen hijo, si siempre andaba de vago con unos amigos en un coche americano. Allí se la pasaba fumando y tomando.
-¿Cuál era el comportamiento de Mario?
-Dicen que era muy tranquilo, pero la verdad es que se creía el papá de los pollitos. Todo se le hacía poca cosa. Siempre andaba presumiendo que iba a salir de pobre y que iba a ganar mucho dinero.
-¿Les dijo como lograría eso?
-No, la verdad es que nos daba risa y lo tirábamos de a loco.
-Y ahora que pasó lo de Colosio, ¿que piensan?
-Que puedo pensar joven. Que está loco. Solo una persona sin sentido hace lo que hizo ese muchacho.
La señora Rosalía no quiere opinar más. Sólo dispara un último comentario: “Sabía que esa familia era muy bronca, que acabaría mal. Que Dios los perdone por el mal que han hecho”-
El presidente de los colonos, Pedro García, afirma que el 80 por ciento de los vecinos del lugar son priistas. Y fue justo aquí, en este lugar de priistas, que Luis Donaldo Colosio perdió la vida.
Pedro García es uno de los fundadores de Lomas Taurinas. Sus modestas ropas comprueban que es una persona sencilla. Platica con los vecinos a sólo unos pasos del altar hecho por los propios vecinos. Al principio se muestra renuente a hablar con la prensa, pero luego de unos minutos accede: “Lomas Taurinas no tenía ningún resentimiento con Colosio, al contrario, sabíamos que nos ayudaría con nuestros problemas”.
-¿Ustedes conocían a Mario Aburto?, ¿vivía en esta colonia?
-En esta colonia nadie lo conocía. Él vivía hasta por Otay, a la salida de Tijuana. No sabemos cómo se enteró que aquí se llevaría un acto político.
Suponemos que hubo personas que le informaron.
Antes de poder realizar la siguiente pregunta, agrega:
-Creo que esto fue de acuerdo común. Si no con la seguridad personal del candidato, sí con la municipal, porque ese día no hubo guardias. Yo personalmente, donde está la cruz, donde estaba el charco de sangre, se quedó un buen tiempo el casquillo. Nosotros no lo quisimos recoger. Aquí estaba un licenciado del PRI que se llama Aarón Juárez, y yo decía: ‘debería usted llamar a un perito o a la policía federal porque es de su competencia’.
Media hora después del asesinato, unas personas, aparentemente judiciales, llegaron a Lomas Taurinas para retirar a la gente que merodeaba la zona. Nunca mostraron su identificación. Uno de ellos tenía una plaquita del PRI en la solapa de su saco; cuchicheaban entre ellos. Hablaban y hacían como que buscaban, pero sin hacerlo; uno de ellos disimuladamente se quitó la placa y se la guardó en la bolsa de la camisa.
Se pregunta García: “¿Qué puede uno pensar o imaginar de todo eso. Que hubo complicidad en su contra. Eso fue lo que yo vi porque estaba junto a Colosio”.
Por unos minutos se queda, inmóvil, observando el lugar donde está ahora el pequeño altar. Reflexiona, trata de recordar cada momento de aquel fatídico miércoles de marzo. Al final, elucubra:
-Sé que algo se estaba fraguando desde debajo del agua. Porque antes de que yo bajara al lugar donde se realizaría el acto, estaba arriba parado en una de las tarimas. Pero hubo algo que me llamó mucho la atención. Casi todo el acto estuvo en silencio. No fue como en otras ocasiones en que no dejaban de hacer ruido; ahora estaban totalmente callados. Sin embargo, y aquí lo extraño, apenas terminó el acto, el sonido empezó a hacer ruido a lo bruto. Observar cuando llegara el candidato; mientras, vacilaba con unos miembros de Solidaridad. Cuando llegó el candidato, les pregunté si iban a bajar. Me dijeron que no, que no podían estar presentes porque no les competía ese asunto. Yo bajé y estuve en el acto.
“Cuidado con la culebra que te muerde los pies…”, se escuchaba una y otra vez, tan fuerte, que ahogó el ruido que produjeron los dos disparos que terminaron con la vida de Colosio.
La gente quiso linchar a Mario Aburto, pero los de seguridad lo protegieron y se lo llevaron. Pedro García alcanzó a escuchar que algo le decían -y que algo decía él- pero no pudo entender ninguna palabra. “La verdad, no sé si haya actuado solo, pero sí estamos seguros que fue un complot. Así lo creemos todos los que vivimos aquí en Lomas Taurinas”, asevera.
A la plática se suma doña Carmen Ramírez:
-Aburto es una marioneta, un chivo expiatorio. Esto viene de muy alto. Todos en el pueblo pensamos eso. El se sentía muy seguro de lo que hizo. Todo viene desde arriba. Lo van a dejar morir solo, porque muerto el perro se acaba la rabia. Un día de estos va a amanecer muerto y van a decir que se ahorcó.
En su rostro se reflejan la ira y la impotencia. Cuando parece que no tiene más que decir, suelta: “El mismo PRI puso a Colosio y el mismo PRI se lo quebró”. Ese sería el sentir no sólo de Carmen, sino de gran parte de la población que ven en el PRI al principal sospechoso.
Al lugar van llegando poco a poco más gente de la misma colonia y de otros lugares. Entre ellos Álvaro Francisco Colosio, primo hermano del candidato asesinado. Dialoga con algunos vecinos sin que éstos sepan de quién se trata.
Al igual que los pobladores de esa barraca, Álvaro Francisco señala que no cree que Mario Aburto hubiera asesinado a su primo por decisión e iniciativa propia. “Estuvo preparándose por allí, debe haber algo más de fondo, creo que lo vamos a saber poco a poco, confiamos en el estado de derecho, las personas que están haciendo la investigación lo van a sacar adelante”, confía.
El primo de Colosio Murrieta, abogado de profesión, menciona que hay una permanente comunicación de la familia Colosio en diferentes partes del país y destaca que están recibiendo mucha información, pruebas, nombres, fechas, fotografías y videos, aunque no todo puede ser catalogado como verídico.
¿Complot contra el candidato?
Allí también estuvo José Zavala, miembro del Comité Político del PRI de Tijuana.
-Es muy difícil pensar que si no querían que fuera presidente se lo hubieran dicho. El pueblo deseaba que lo fuera. Si esa expresión tiene alguna intención y va dirigida a alguien, hay un dicho que reza: “A quien le quede el saco, que se lo ponga”. Quien sabe si haya alguien a quien le quede. Es muy difícil especular.
-¿Cree usted que se haya fraguado un complot en contra de Colosio?
-Todo parece indicar que sí. Pero sólo las investigaciones deberán decir la verdad.
En su opinión, la salida de Córdoba es significativa en las investigaciones, y “quizá haya sido para protegerlo o para que no entorpezca las mismas”.
-¿Cree que se pueda llegar a conocer la verdad?
-Lo deseo ardientemente, con mucha fe y esperanza. Que se sepa quiénes fueron. Exigimos que se esclarezca, lléguese a donde se llegue, pero que se aclare. Es tiempo de que no se maquillen las cosas. Si hay alguien atrás, que se aclare por justicia.
El sol de mediodía cae a plomo sobre Lomas Taurinas. A lo lejos se puede ver la movilización de elementos de Seguridad Pública. Más de seis patrullas escoltan una camioneta con vidrios polarizados. Tres pick up transportan a funcionarios de alta seguridad. A diferencia del 23 de marzo, la seguridad es notoria, excesiva. La orden es detener a cualquier persona que haga un movimiento sospechoso. ¿Quién será la persona a la que custodian? La pregunta tiene pronta respuesta.
Lo vemos acercarse, lo reconozco. Es Rafael Aguilar Talamantes, candidato presidencial del Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, quien viene a depositar una ofrenda floral ante el altar de quien dice, fue su amigo.
Los vecinos no pueden ocultar su rabia, su consternación. “Esto es un insulto. Ahora sí hay vigilancia. ¡Qué poca madre!”.
El ambiente en esta colonia es tenso, la gente es reservada y nadie quiere opinar de Mario Aburto.
Unos, temerosos, solo nos comentan que trabajaba en la empresa Camero Magnéticos que se encuentra en la Garita de Otay, en la calle Sebastián Vizcaíno.
Durante el tiempo en que trabajó en Camero Magnéticos sus compañeros lo catalogaron como un hablantín. A Olivia Moreno, por ejemplo, le dijo “que estaba escribiendo un libro”. A otro trabajador, Daniel Pineda Vázquez, “le platicó que se encontraba elaborando un proyecto muy importante y que era un libro de actas”. Fue precisamente él quien lo vio marcar con una cruz los días 23 y 24 de marzo en un calendario. Días más tarde, Aburto le confesó “que había trabajado en el ejército y que tenía un proyecto muy confidencial”.
Una persona le oyó decir que había leído libros sobre el socialismo y escrito dos obras “en donde trataba sus inquietudes personales respecto a las desigualdades económicas que prevalecían en el país”.
Al supervisor de la empresa le dijo que tenía conocidos en la política y platicó con él “cosas de Carlos Marx”. A alguien más le pidió “si le podía conseguir una pistola en Los Ángeles”.
También por eso días, comentaron que se veía de manera muy extraña y que regularmente traía fuertes cantidades de dinero, sobre todo dólares y que se los gastaba en uno de los tugurios que están a las laderas del hipódromo y casino Caliente.
Decidí ir a ese lugar a ver que podía encontrar.
El lugar era un tugurio de mala muerte, como la mayoría de los tugurios de Tijuana. La iluminación es escasa, las mesas están acomodadas al lado de una gran pista de baile. En esos momentos había poca gente, y las meseras con su tradicional vestimenta de microfaldas y blusas escotadas.
Una de ellas, mostraba que ya había ingerido una buena cantidad de copas, pues se le veía algo mareada. Platicaba con otras de sus compañeras acerca de lo que había pasado en Lomas Taurinas y en repetidas ocasiones dijo que ella conocía al tipo que habían presentado como el asesino y que ella había estado en él, que le había dicho que iba a ser famosos y ganaría mucho dinero.
Sus amigas le decían que se callara porque se iba a meter en problemas, que mejor no dijera nada. Pero ella, insistía en que lo conocía.
Las investigaciones del comandante Benítez López
En la comandancia de la policía municipal el hermetismo era evidente. Nadie quería hablar de las investigaciones en torno al asesinato de Colosio.
Me remitieron con uno y otro agente que se negaron a hacer alguna declaración a la prensa.
El comandante Benítez López fue el único que acepto hablar.
Lo primero que me comentó fue que había recibido un baúl donde había algunos documentos que había escrito el mismo Aburto.
De acuerdo con el parte correspondiente, en el baúl se encontró un manual de marxismo, así como varios “documentos personales y familiares”. También, el Libro de Actas que la madre de Mario acababa de esconder. No se trataba del mismo libro en el que Aburto dijo haber plasmado sus ideas siete años antes —todo parece indicar que el Libro de Actas fue redactado al filo del 23 de marzo—, pero contenía algo semejante a lo que Oscar Daniel Pérez Fernández había escuchado aquella noche de 1987: una declaración “suscrita por un hijo de la patria” que colocaba, bajo su firma, la leyenda “Caballero Águila”:
“Aquellos que esten encontra de las decisiones del Pueblo,
que se consideren traidores a la Patria.
Se abre un capítulo mas en la istoria de estos
estados heroicos y de la nación entera,
dando paso a los ideales de un hombre que preocupado
por el futuro de su país deside constribuir
para seguir construllendo un país mejor cada día, acosta
de su propia vida, renunciando a todo, asta su propia familia.
Por que los verdaderos hijos de la Patria lo demuestran con hechos no con palabras.
El país ha ido cambiando gracias a todos aquellos valientes que han ofrendado su vida por los ideales de un pueblo que sufre las injusticias de sus gobernantes y luchando por una verdadera justicia y democracia.
Que no sea henbano el sacrificio de aquellos valientes que isieron baler los derechos del pueblo oprimido y engañado, ellos que contanto sacrificio quisieron damos un país cada día mejor.
Esto es solo el principio de un gran y verdadero cambio, y el cambio se vera desde donde empiesa la Patria.
Hagace responsable de los hechos atodos aquellos gobernantes que siempre quisieron tomar decisiones que solo le correspondían al Pueblo.
Los gobernantes que no cumplan con el pueblo con una verdadera justicia y democracia que pagen las consecuencias”. (sic)
De acuerdo con lo comentado por el mismo comandante Benítez, también se consiguió una novia, o algo parecido a una novia. Fue ella —Graciela González Díaz—, quien a principios de marzo, mientras paseaba con Aburto por el Parque de la Amistad, lo vio saludar a un hombre —al que luego en la cámara de Gessel reconocería como Tranquilino Sánchez Venegas— y enviarle “un mensaje consistente en levantar tres dedos de su mano izquierda”.
Gabriela recordaría que por esos días Mario la llevó al museo de cera, y le mostró la figura del Caballero Águila, “diciéndole que cuando pasara el tiempo lo iba a ver en ese lugar, ya que en el grupo político al cual pertenecía le llamaban Caballero Águila, ya que en el mismo se nombraban con nombres de animales”. (Meses más tarde, el 9 de septiembre de 1994, mientras Aburto rompía a llorar detrás de la reja de careos, la muchacha exclamó: “No, él no me lo dijo”, refiriéndose a que no le había dicho nada relacionado con “lo de su partido político”.
Tal vez por esos días, después de visitar el museo de cera y dejar correr pensamientos que no podremos conocer jamás, Aburto daba los toques finales a su Libro de Actas:
“En una ocacion que me encontraba en el campo, en mi infancia, seme hacerco un señor de avanzada edad; todo un revolucionario: alto, ojos de color, cabello blanco de la esperiencia y de la sabiduría, con una enerjía envidiable; y me dijo: —Hijo, dame fuego de la fogata, y le conteste:
—Suelen ofenderme de esa manera, mas no saben que yo tan solo soy la mecha, y un día la pluma sera mi arma, pero mi arma mas peligrosa serán mis ideales y mi filosofía reconstructiva, y cada vez más mis filas irán asiendose cada vez mas numerosas, por que todos apollaran ala justicia. El me dijo:
—Estas seguro de lo que dises y de tus ideales, por que yo estoy de acuerdo con ellos. Yo le conteste que si. El dijo:
—Que sea para bien de la patria, y en nombre del Pueblo yo te nombro Caballero Aguila. Alo que yo conteste:
Rindo protesta sin reserva alguna, guardar y hacer valer la Constitución y las desiciones del pueblo que es nuestro país, con sus reformas a las leyes y desempeñar patrióticamente mi nombramiento, mirando por el bien y prosperidad de nuestro pais. Alo que el dijo:
—Si asi lo hicieres, que la nación os lo premie, y si no os lo demande.
Tal vez por esos días pensó que
Mis declaraciones recorrerán el mundo en vusca de apollo y comprenciones por parte de los países hermanos de América entera y de los demás continentes Asiéndoles saber que en este país un partido aformado un imperio que a tenido al pueblo engañado desde hace muchos años, y que utilizan los términos equivocados y que no les corresponden, escudándose también tras las grandes figuras de grandes Heroes de la Revolución.
…Y dejó caer, entonces, la primera señal:
(…) Su propio candidato a la presidencia alguna vez asepto que su partido había fallado y siempre ablo con demagojia al higual que algunos mandatarios que dejaron el pais siempre con mas problemas… Aunque ustedes no lo crean, pueblos del mundo entero y Naciones, en este pais existen todavía dictadores apollados por el imperio formado por un partido político.
(…) Hermanos, es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo; y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo…(sic)
Eran los días finales. Los previos al proyecto. Esos días en los que declaró haberse estado preparando en un campo de tiro de la ciudad de Tijuana y en los que, nervioso, mostró a dos de sus primos un revólver 38 que tenía bajo el colchón: el mismo, un Taurus con cachas de madera color café que, según uno de sus hermanos, Aburto había comprado dos años antes “a un capo cara de perro”.
—Tengo planeado un negocio —les dijo.
Lo traicionaba la excitación. Una de sus compañeras de trabajo le habría oído decir “que iba a venir a Tijuana una persona muy importante, que muy pronto iba a salir en televisión y que se iba a convertir en una persona muy importante, y que no sabía si iba a salir con vida de la acción que iba a llevar a cabo pero que dejaría a su familia mucho dinero”.
A otra de las empleadas, María Elena Lugo Valdés, le confesó “que se dedicaba a la política para ayudar a los trabajadores y a todo el mundo”. A ella misma, una noche de frío, le prestó una chamarra. La misma, por cierto, con que se cubriría el 23 de marzo. Dentro de una de las bolsas había dos balas. La joven las descubrió con extrañeza. “Entonces Aburto las tomó y se las echó en la bolsa del pantalón”. También a ella le dijo “que un trabajo que iba a desempeñar le haría ganar mucho dinero”, sólo que iba a arriesgar su propia vida, y “que ya se enteraría por un medio de la televisión”.
Así llegaban las noches. Tal vez antes de dormirse Aburto anotaba las frases finales en el Libro de Actas, y lo guardaba en aquel baúl en el que había 495 fotografías, un acta de nacimiento expedida en Campeche a nombre de María Cruz Zendejas, un acta de nacimiento girada en Sinaloa a nombre de Jesús Ángel López, un acta de nacimiento a nombre de Mayra Guadalupe González Villa, una credencial de elector a nombre de Alfredo Ochoa Maravilla, un gafete expedido por la empresa Geron Furniture a nombre de Antonio Almaraz, un certificado de nacimiento del estado de California a nombre de Maridam Alarcón Ríos e Irvin Beltrán, diez credenciales diversas a nombre de un sujeto llamado Niels Francis (que declaró haberlas perdido), una credencial a nombre de Salvador Manzo Serrano (de quien nunca se encontró el rastro), unas arras de matrimonio, una carta expedida en 1990 por el Department of Army de los Estados Unidos, a través de la cual se invitaba a Aburto a enrolarse “dándole cuenta de las cantidades de dinero que recibiría por participar”, una forma con el logotipo United States Marín Corps, en donde Aburto “acepta participar en el Army”, una credencial expedida por la Asociación de Comités del Pueblo a nombre de Mario Aburto Martínez, una constancia de prestación de servicios en el Club Britania en 1993, una carta con el logotipo Our Lady of Victory Church firmada por el padre Carlos S.T. en 1989, una hoja de cuaderno con recibo de venta de un mustang blanco modelo 79 cuyo comprador fue Mario Aburto, un recibo de pago “de un lote ubicado en el ejido Chilpancingo, por la cantidad de cuatro millones y medio de viejos pesos” (1989), los resultados de un examen de sangre que Aburto se practicó en el laboratorio Análisis Clínicos Médicos, y también un objeto de plástico que representaba una garra, y contenía una figura: la figura de un águila.
Tenía también una agenda. Estaba rotulada “Adresses” y contenía sólo 14 nombres. Entre ellos figuraban el de José Luis Pérez Canchola —¿el procurador de los Derechos Humanos en Baja California?— y el de un sujeto que declaró no tener la menor idea de por qué su nombre aparecía ahí: Blas Manrique Arrevillaga. En una de las páginas aparecía la anotación “Palacio Azteca”: un hotel de la localidad. en cuyo Salón Jacarandas se reunían una vez a la semana varios militantes del PRD. Los encargados del hotel, sin embargo, aseguraron no haber visto jamás en aquellas reuniones, ni en otras, a nadie que se pareciera a Mario Aburto Martínez.
En esa agenda, según nos comentó el mismo comandante Benítez, se encontró un cheque por 50 millones de pesos que se trato de cobrar en la sucursal de Banamex de Playas de Tijuana y del cual buscaría darme una copia.
Tras la entrevista con el comandante Benítez, las cosas empezaron a ponerse un poco turbias. Por varios días note que una persona me seguía por los lugares donde andaba buscando información y sobre todo cuando intentaba contactar al comandante Benítez.
Temeroso por mi seguridad, pues me encontraba yo solo en Tijuana, me comunique con Ramón Márquez, quien me dijo que al día siguiente me regresara a la ciudad de México y que uno de mis compañeros me relevaría.
A las pocas semanas de haber llegado a la ciudad de México, me enteraría que el comandante Benítez López moriría acribillado.