La puerta de cristal electrónica abre y cierra de forma monótona cada diez segundos. Antes, sí algún cliente de la sucursal BBVA entra o sale. Ejercicio de abrir-cerrar, grosso modo, unas 190 veces antes de que me toque turno. Afuera hace calor, 28 grados a la sombra, con sensación térmica de 30. Una veintena de clientes del extinto Bancomer organiza distintas colas: Para ventanilla, para cajero automático –los menos, bendita tecnología- y para hablar con un Ejecutivo de Cuenta, la mayor suplicia, pues por la pandemia del Coronavirus, la mitad del personal ha sido enviado a “aislamiento provisional”.
A cien metros de ahí, en la sucursal Banorte, el separatismo del COVID 19, también obligó a hacer cambios radicales: A la derecha los que van a ventanilla, a la izquierda los que van con Ejecutivos de Cuenta. Afuera, en el cristal del llamado banco fuerte de México, un cartel publicitario “invitando” a que descarguen sus aplicaciones móviles, para no “exponerse” e ir al banco en tiempos de pandemia. Demasiado tarde el anuncio, pienso. El sol sigue cayendo a plomo, una señora con bolsas de mandado desiste a los quince minutos de espera. Para un taxi y se va. “Hay cosas que el dinero no puede pagar, para todo lo demás existe MasterCard”, pienso y sonrió, mientras recuerdo que llevo hora y media sin untarme gel antibacterial.
Regresemos al BBVA, día primero de abril, posteriori a quincena, un contenedor de gel antibacterial ha sido pegado a la pared de la entrada de la sucursal bancaría. Un joven se unta gel en tres ocasiones mientras espera su turno. El empleado bancario que reparte turnos y resuelve dudas lo hace cada 20. Por cada tres clientes ya aparece uno con cubrebocas. Adentro, se toman en serio la “Sana Distancia”: Dejar máximo cuatro clientes espaciados por cada 12 sillas, mientras esperan su turno para retiro en efectivo de ventanilla.
Aún en la fila, una señora joven, grueso cubrebocas azul atado a la cabeza, pelo recogido, se le ve molesta, cada cinco minutos ve su reloj, se sale de la fila, vuelve a ingresar. Se le nota exasperada. Ella, trata de cuidar escrupulosamente su metro y medio de distancia, busca la manera de “ganar” unos centímetros más de espacio, pero no lo logra. El de adelante, retrocede pasos hacia atrás; el de atrás avanza hacia adelante, como metiendo presión al que reparte turnos. La señora de plano se irrita. En dos ocasiones se untó gel antibacterial en manos, brazos, codos y cara. Una “parvada” de seis clientes entra en masa por la calle de Enríquez, afuera el sol está imposible. La señora menea la cabeza y opta por salir por la calle de Lucio, se pierde entre el pasaje Enríquez, sí, esquivando la cercanía de la gente. El pendiente bancario –quiero pensar- será otro en otra ocasión.
En el área de ejecutivos, apenas tres resuelven los trámites: Hipoteca de casa, solicitud de un crédito bancario, problemas con la tarjeta de crédito, aclaración de cargos no efectuados con la tarjeta de crédito y claro, el distraído que únicamente va por una reimpresión de contrato, porque no recuerda su número de cuenta. Aquí la sana distancia es más rigurosa: Solo un cliente por una hilera de cinco sillas. “Mayor riesgo de contagio, a mayor estrato social”, pienso, para luego reírme de semejante estupidez.
Habremos –entendiéndose en el término mexicano de calcular las cosas a grosso modo- 25 personas adentro de la sucursal bancaria de Lucio 1. Y pienso: Porqué es inevitable pensar. ¿Cuantos de aquí habrán viajado al extranjero en lo que va del año?, ¿Cuántos habrán ido a la fiesta patronal de Tlacotalpan?, donde dos veracruzanos dieron positivo de Covid-19 –bueno, uno quedo en calidad de “sospechoso”- y ambos ya perdieron la vida. ¿Cuántos habrán estado en zona de contagio en Xalapa, el Puerto de Veracruz o Ciudad de México? Dejo de pensar, recuerdo la estigmatización en que se está convirtiendo el Coronavirus en otras partes del país, con acciones tan estúpidas como bañar de cloro a enfermeras del sector salud.
En Banorte, el acceso principal está cerrado. Desde el interior, una empleada te pregunta que tramite vas a hacer. Te indica que fila tomar y en algún momento –claro, la consabida espera en la que mejor ya no se cuentan los minutos- alguien del interior te grita: “habrán de pasar de cinco en cinco. Únicamente los que van a ventanilla”.
Como el juego de Televisión de la OCA –el programa español o el mexicano-, cada cliente habrá de tomar un espacio en un casillero y esperar el timbrado electrónico de turno. Una vez adentro el depósito se torna ágil. Afuera el viacrucis con todo y sol es inquietante, nadie respeta la “sana distancia”. Unos encima de otros, como en la parada de camiones afuera de la SEV. “He visto filas más ordenadas en las tortillas de mi barrio”, pienso.
Algunos comercios del centro histórico ya están cerrados. El tráfico vehicular ha descendido drásticamente. En Palacio de Gobierno el poco movimiento ilustra algo similar a la inanición. Los otros bancos del centro, Santander, Banamex, HSBC y Scotiank Bank también registran movimientos frecuentes, aunque no tan masivos como BBVA y Banorte. Con la pandemia del Coronavirus sigo pensando que hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás, existe MasterCard.