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La Razón Online

Maritza, de 28 años, llevaba varios días en aislamiento como medida de prevención ante la epidemia por Covid-19. Hace dos semanas su mirada se nubló, no se podía parar, su mano izquierda no respondía y las plantas de los pies le hormigueaban. “Yo sabía que era un ataque de ansiedad, y sientes como si te fueras a morir, por mucho que sepas lo que está pasando, la sensación de que estás al borde de la muerte te rebasa”, contó.

En entrevista con La Razón, la mujer relató que estas semanas ha tenido que atender su trabajo y estudios a la par de procesar la ansiedad, el pánico y el estrés, pero aseguró que ha intentado sobrellevarlo hablando con sus amigos y manteniendo terapia en línea con su psiquiatra.

El de Maritza no es un caso aislado. En las últimas cuatro semanas cientos de mexicanos han acudido a la Línea de la Vida de la Secretaría de Salud (800 911 2000) en busca de ayuda por malestares o enfermedades mentales.

Este repunte en llamadas coincide con el aumento de las medidas para la mitigación de contagios de Covid-19: tras darse a conocer el primer caso positivo en México, el pasado 27 de febrero, algunas personas decidieron autoaislarse como medida preventiva.

Para el 19 marzo, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, hizo un llamado para que las personas se quedaran en casa; esta medida se reforzó el 30 de marzo, luego que las autoridades de Salud declararan emergencia sanitaria, la cual se prevé que dure hasta el próximo 30 de abril.

En los primeros 10 días de marzo, en la Línea de la Vida se atendieron 84 llamadas por ansiedad, depresión y crisis emocional; es decir, un promedio diario de 8.4; pero del 29 de marzo al 3 de abril se atendieron 524 llamadas, lo que representa un promedio de 87.3 al día y un aumento de 939 por ciento, según datos proporcionados por la Secretaría de Salud.

Ver noticias, el encierro y saber que hay un virus latente son situaciones que han afectado el bienestar de Maritza, a tal grado que somatizó problemas para respirar y tos, que le llevaron a ser clasificada en las estadísticas de casos sospechosos de coronavirus.

“Creo que saber que hay un virus allá afuera, pero que no lo vemos es algo que no puedo controlar y me causa muchísimo pánico y estrés. Mi psiquiatra me diagnosticó hace muchos años, y sabía que podía tener estos niveles de ansiedad tan altos. Entonces me tomo dos gotas de rivotril (clonazepam), baja la ansiedad y puedo hacer las cosas medianamente bien. También hago ejercicio o me tomo una pausa, pero eso implica perder tiempo que puedo utilizar en cosas que sí necesito hacer”, explicó la joven.

A principios de marzo, durante la primera semana de cuarentena, Gabriela Díaz comenzó a tener dolor de cabeza y a la par tuvo una infección estomacal, pero ella pensaba que había sido infectada de Covid-19. Fue a consulta y la doctora que la atendió le dijo que estuvo a punto de tener un cuadro de ansiedad.

“Ya no me ha vuelto a dar con ese nivel de ansiedad, pero cuando voy al súper y la gente no respeta la sana distancia se me cierra la garganta o, por ejemplo, en la caja (de cobro) que está aglomerada es donde me siento mal y trato de pensar que sólo será un momento; pero ya cuando llego a mi casa y sigo en mis cosas se me olvida”, explicó.

La mujer de 29 años actualmente trabaja desde casa como redactora; sin embargo, aseguró que su productividad ha disminuido al no tener interacción con sus compañeros.

“Me surge esta frustración, también de que no tengo tanto espacio en casa; aunque sí hago el trabajo que me piden, siento que ya no soy tan productiva, yo necesito de la convivencia. Lo único que me ayuda es platicar con amigos, escribir, tratando de tener pequeños objetivos en el trabajo, mi familia y el gato; tenía a mi psicóloga, pero el año pasado falleció, entonces estoy como en duelo y aún no me he decidido a buscar a otra persona”, agregó.

A Laura, de 40 años, cuyo nombre fue cambiado para resguardar su identidad, el encierro de la cuarentena le ha pegado. Ella fue diagnosticada con depresión 15 años atrás, y para procesar de la mejor manera su ansiedad y tristeza recurre a sus amigas, redes de sororidad que ha fortalecido con mujeres, quienes además son sus compañeras de trabajo.

A la par, comenzó una nueva manera de sobrellevar la cuarentena: acudió con una chamana, quien le ayuda en un trabajo de introspección y a liberar y procesar mejor sus emociones y depresión, inclusive utilizando hongos alucinógenos.

“Hace unas semanas comencé a sentir una presión en el pecho, no sé si haya sido ansiedad, y consumí un hongo, y en una ocasión pasada recuerdo que sentí mucha felicidad, una descarga de serotonina. (…) Esta segunda vez no fue tan feliz, más bien el mensaje de mi mente fue que la tristeza es tan importante como reír, porque la depresión la tenía enjaulada, y no la dejaba salir a jugar por miedo, pero ahora el mensaje fue: no tengas miedo, abrázala”, manifestó Laura.