David Quitano Díaz
Confinamiento y sus implicaciones personales
“Las respuestas económicas convencionales para una recesión no van a funcionar hasta que las personas puedan volver a trabajar con seguridad”.
Paul Romer
Nobel de Economía.
El COVID-19 como epidemia es un doble agente, instaló una nueva agenda mundial, y signó la aparición del concepto “confinamiento”, mismo que convencionalmente se entiende como “quedarse en casa”.
Lo anterior, a fin de entender a las medidas preventivas bajo nuestro nuevo marco de acción, otra identidad, en un estricto apego al lenguaje, el confinamiento visto desde el derecho, debe ser entendido como pena que consiste en obligar a alguien a residir en un lugar diferente al suyo, aunque dentro del área nacional, y bajo vigilancia de la autoridad.
Si bien, el esquema coercitivo no existe aún para la movilidad en el caso mexicano, ya que los programas preventivos han posicionado a las personas como el centro de todo esfuerzo, para cuidarse más allá de las medidas reactivas que son obligación del Estado mexicano, por ser un tema de seguridad nacional.
En términos generales, los primeros días eran dos los factores que marcaban el ritmo del confinamiento: el estado de propagación del virus y la economía. Sin embargo, tras un mes de confinamiento, los expertos añaden un tercer elemento a la ecuación: la salud mental.
Al respecto los científicos llevan muchos años observando que los individuos que tienen una menor cantidad o calidad de relaciones sociales presentan más problemas de salud y un riesgo mayor de fallecer. En particular, existen abundantes evidencias de que el aislamiento social prolongado tiene un impacto negativo sobre el sistema nervioso y nuestro comportamiento.
Si a ese vaso comunicante le sumamos la precarización adquisitiva en una sociedad como la mexicana donde la cultura del ahorro es prácticamente nula, asociado a una contracción del comercio, tenemos en consecuencia un estrés agudo, lo que ha aumentado la violencia doméstica de acuerdo a los reportes, en algunas regiones saturando las líneas de atención telefónicas, las cuales suenan constantemente con denuncias de abuso, lo que ha causado que los gobiernos intenten atender una crisis que, según los expertos, debieron haber visto venir.
En el mercado laboral, hay otro cambio diametral, de ello escribe e Ariadna Estévez en la Revista Nexos en un artículo titulado “El zoomismo y el disciplinamiento para la inmovilidad productiva” menciona que el zoomismo sería una migración en el modo de producción a través del autoencierro, el cual además incrementa la plusvalía (excedente del productor) porque se transfiere a los trabajadores los gastos de operación de las oficinas corporativas: luz, internet, agua y hasta café. Sin traslados ni salidas nos hacemos más productivos.
Advierte que la cuarentena actual nos disciplina para la inmovilidad, para recluir los cuerpos y proyectar nuestros avatares profesionales a través de plataformas digitales, reformulando la percepción del tiempo y el espacio de la globalización.
En lo que considero es una aseveración muy precipitada, si bien está generando magros cambios, no podemos totalizar esto, porque el espacio público tendrá que se presentarse adaptativo en el futuro.
Si el presente es la nueva normalidad, habremos de adaptarnos para convivir, lo cierto es que por el momento si tenemos una microeconomía del autoencierro y está ya en marcha, y son las plataformas de comunicación digital las cuales nos permiten mantener los canales de intercambio.
Afortunadamente, como hemos comentado, la tecnología pone a nuestro alcance herramientas fantásticas para que podamos estar en contacto, aunque sea virtualmente.
Para calmar nuestra impaciencia frente a ciertos rasgos altamente insatisfactorios de la actual realidad social, es siempre útil que formemos una nueva idea de progreso mediante renovadas formas de vinculación social.
Al tiempo hay que recuperar la visión de fortaleza que planteaba nuestro maestro el jurista F. Margadant: “a menudo la historia nos enseña que, sin que debamos perder nuestro afán de mejora la situación, es mejor sentir agradecimiento por lo ya logrado que desesperación por lo largo del camino que nos queda por hacer, y que, para evitar soluciones bruscas y en última instancia contraproducentes, mas conviene considerar la botella como medio llena, que como medio vacía”.
Hoy cualquier prospectiva, queda elíptica, el futuro será lo que nosotros construyamos, esa ha sido siempre la esencia humana, contumaz esta vez no será la excepción.