Despedida de Jesús. En este día, 10 de mayo de 2020, celebramos el Quinto Domingo de Pascua, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica. Hoy también recordamos en México el día de las madres vivas y difuntas. El pasaje evangélico es de San Juan (14, 1-12) el cual se ubica en el contexto del primer discurso de despedida durante la Última Cena de Jesús con sus Apóstoles. Jesús les pide que no pierdan la paz y que, si creen en Dios, crean también en él. Luego los consuela diciéndoles que va a preparar un lugar donde recibirlos en el cielo, ya que ahí hay varias moradas y él quiere que también ellos estén allí porque ya conocen el camino. Entonces el Apóstol Tomás expresa uno de sus típicos cuestionamientos: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí”. El Evangelio de San Juan se caracteriza por la presentación de la persona de Jesucristo como enviado del Padre para salvar el mundo. Nadie puede llegar al Padre sino a través de Jesucristo que es el único mediador entre Dios y los hombres. Ser cristiano es descubrir en Jesús el camino más acertado para vivir, la verdad más segura para orientarse, el descubrimiento más esperanzador de su vida.
Muéstranos al Padre. El pasaje evangélico prosigue: “Le dijo Felipe: “Señor, Muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replica con una nueva revelación: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: Muéstranos al Padre ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. El relato concluye con una maravillosa profecía: “Yo les aseguro, el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre”. En la actualidad, Jesucristo continúa haciendo grandes maravillas a través de los integrantes de su Iglesia en la cual habita, de muchas maneras. La oración cristiana litúrgica y personal se dirige siempre al Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo.
Institución del Diaconado. La primera lectura es del libro de los Hechos de los Apóstoles (6, 1-7), la cual manifiesta cómo surgieron las primeras crisis y problemas en la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén. Hasta ese momento la unidad de los discípulos de Cristo había sido sostenida por la homogeneidad racial y cultural. Entonces hubo ciertas quejas de los judíos griegos contra los hebreos, de que no se atendía a sus viudas en el servicio de la caridad de todos los días. Para resolver esa situación conflictiva, los Apóstoles pidieron a la comunidad que escogiera a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría para encargarles ese servicio administrativo, ya que ellos debían dedicarse a la oración y al servicio de la Palabra de Dios. Entonces se los presentaron a los Apóstoles y éstos, después de haber orado, les impusieron las manos. En la Iglesia los Diáconos reciben el Sacramento del Orden orientados al servicio eclesial pero no al sacerdocio ministerial.
Pueblo sacerdotal. En la segunda lectura (1Pe 2, 4-9), San Pedro habla de Cristo como la piedra angular rechazada por los constructores que es, a la vez, piedra escogida y preciosa para los creyentes y piedra de escándalo con la que tropiezan los no creyentes. Los cristianos somos también piedras vivas, estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada y pueblo de la propiedad de Dios, llamados a proclamar las maravillas de aquél que nos hizo salir de nuestras tinieblas a su luz admirable. El Bautismo nos hace participar a todos de la dignidad de hijos amados de Dios Padre y nos consagra como miembros de Cristo Profeta, Sacerdote y Rey, como se expresa en la unción bautismal del santo Crisma.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
Foto de Elsbeth Lenz