EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
¡ES LO QUE NO ENSEÑAN!
Por Ramón Durón Ruíz (†)
Padre a ti que eres el maestro de mi vida, gracias te doy por obsequiarme a mis maestros, gracias por enviarme a esos seres maravillosos que al igual que tú, alivianan el peso de mi cruz con su solidaria sabiduría.
Gracias por los maravillosos seres humanos que pones en mi camino para que en su calidad de maestros me cuiden, me guíen y alimenten mi espíritu de luz; permítele a este viejo Filósofo elevar una Oración del Maestro:
“Padre, gracias por ayudarme a entender que el oficio de maestro es ejercicio sagrado de Dios, en esta tarea sublime ayúdame Señor a corregir mis errores y a practicar el arte de saber escuchar, sabiendo que tengo mucho que aprender desde el niño hasta el anciano.
Enséñame Padre, a que bajo el pretexto del poder de la enseñanza está el don del aprendizaje, ayúdame a educar no para la escuela… sino para la vida.
Tú qué sabes que el amor es el mejor método pedagógico, me enseñas que educar es aprender dos veces, apóyame Señor para enseñar a mis alumnos que es a través de la lectura, el trabajo, la perseverancia y el servicio como se engrandece el espíritu del hombre.
Gracias Padre, por ayudarme a dar a mis estudiantes dos legados: raíces y alas, y por enseñarles a simplificar su vida… sin restar esencia. Gracias, por ayudarme a instruirlos para no claudicar, como la naturaleza persiste repitiendo su tarea, hasta alcanzar la perfección.
Enséñame Padre, a encender en el corazón de mis discípulos el fuego del entusiasmo, ayúdame a educarlos con la misma ternura que tú los creaste, haz Señor que frente a sus pesares mis palabras sean místico consuelo y aliento.
Enséñame a desarrollar su inteligencia y no simplemente su memoria, ayúdame a instruirlos para que aprendan a sobrellevar lo malo y para que sepan gozar la satisfacción de lo bueno.
Enséñame a semillar su alma de ánimo y a que pongan todo su empeño en las tareas diarias, ayúdame a enseñarles que el fracaso no existe para un hombre decidido a triunfar, que la majestuosidad de la ciencia, es poca cosa comparada con el formidable misterio de la divinidad.
Apóyame para enseñarles que los hombres demuestran su grandeza en el trato a los pequeños, que sin adversidades no se templa el carácter, ni se forma el espíritu, que “los hombres de genio siempre son admirados, los ricos envidiados, los poderosos temidos, pero los hombres de carácter son confiables”.
Ayúdame Padre, a enseñarles que son únicos y a que den siempre lo mejor de ellos, apóyame a desarrollar sus valores, no simplemente sus capacidades. Permite que este humilde maestro te encomiende su trabajo, porque ser maestro es la vocación de mi vida.
Dame Padre “la paciencia de Job y la sabiduría de María” para formar nuevos y mejores mexicanos; Enséñame a través del valor de la humildad a aprender y también a enseñar.
Permíteme querer y respetar a mis alumnos, con la misma ternura que tú nos amas a nosotros;
Yo que soy la extensión de tu trabajo, dame sabiduría para conducirlos por el camino del bien; Pon en mi boca las sabias y amorosas palabras que enseñen para la vida, que desarrollen su amor y el respeto a sí mismos y con ellos sus sentidos, inteligencia y espíritu.
Permíteme reconocer sus capacidades y ayúdame a imprimirles ánimo reconociendo sus éxitos;
Enséñame a enriquecer un espíritu que no se quebrante ante las adversidades, y a motivarlos para seguir siempre adelante, descubriendo sus potencialidades y sus aptitudes, y a enseñarles más que con mis palabras, con mi ejemplo.
Al luchar contra la ignorancia, permíteme proponer, no imponer; enciende fuego en mi alma, para llevar luz en mi corazón. Cuando enseñe a mis alumnos haz que mire en ellos la obra suprema de tu creación.
¡Gracias Padre! por permitirme cooperar para crear un mejor mundo para el mañana.”
A todos aquellos que ejercen el apostolado del magisterio en México: ¡FELIZ DÍA DEL MAESTRO!
Por eso el viejo Filósofo de Güémez dice: “A mí, lo que más me gusta de las Maestras… ¡ES LO QUE NO ENSEÑAN!”