Ahora sí, Thomas Piketty y el Estado social

 

Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común.

Thomas Piketty

En 2014 a Thomas Piketty los titulares de los principales diarios especializados en economía prendían las primeras planas con el encabezado el «Rockstar”.  Este estudioso social cosecha amores y odios en todo el mundo por sus postulados económicos que de forma desafiante logró lo que nadie en los últimos años: poner sobre la mesa global el debate sobre la desigualdad, la pobreza y la riqueza.

Cuando el Fondo de Cultura Económica (FCE) decide publicarlo, todos aquellos que estudiamos esta disciplina nos parecía imperdonable no adquirir la obra, estuviésemos de acuerdo o no con sus planteamientos. Retoma y utilizar el materialismo histórico para exponer los debates sobre la distribución de la riqueza que se han alimentado, sobre todo de grandes prejuicios y de muy pocos datos.

Sus teorías molestan a la derecha, incomodan a la izquierda e interesan a muchos economistas y gobernantes que quieren poner en práctica lo que teoriza este personaje.

En ese campo de batalla convergieron ideas sobre la igualdad entre los ciudadanos, el derecho de las personas a ser retribuidas conforme a sus méritos, y si la confianza en el crecimiento económico mitiga de manera natural los contrastes entre los más favorecidos y los francamente abandonados, muchos fueron los mísiles que aventó a las mesas convencionales de especialistas.

Ahora que el COVID-19 tunde el estado de cosas, y a las economías más fuertes del mundo las hace reflexionar sobre si el manual ha de seguirse o no a pie de la letra, es que en dicho tránsito histórico, aparece la oportunidad de un Estado social para el Siglo XXI que precisamente Piketty comentó hace unos años, sobre cómo la crisis que viniera después de la de 2009 redefiniría el rol del Estado, lo que conduciría a que el rol del Estado habría de ser mayor a partir de las desigualdades patrimoniales que se creían caducas volverían a sus cimas históricas e incluso rebasarlas en el marco de una nueva economía mundial.

Presentó pronósticos en los cuales mencionaba, como los bancos centrales no están para ver pasar los trenes y contentarse con mantener una baja tasa de inflación, ya que, en situaciones de pánico financiero total, desempeñan un papel indispensable de prestamista de última instancia, incluso son la única institución pública-dice Piketty- que, en caso de urgencia, permite evitar el desplome completo de la economía y de la sociedad.

Destaca que después de la crisis de los años treinta, en el contexto de la posguerra y de la reconstrucción de Europa, era razonable considerar que la solución a los problemas de capitalismo provendría de un incremento ilimitado del peso del Estado y de su gasto. En la actualidad, la elección es forzosamente más compleja. Ya se dio un gran paso del Estado: no se dará por segunda vez, o por lo menos de esa forma.

A partir de que en palabras de Piketty la redistribución moderna no consiste en transferir las riquezas de los ricos a los pobres, o por lo menos no de manera tan explícita; reside en financiar servicios públicos e ingresos reposición mas o menos iguales para todos, sobre todo en el ámbito de la educación, la salud y las jubilaciones.

Lo anterior, derivado de que la redistribución moderna se edifica en torno a una lógica de derechos y aun principio de igualdad de acceso o cierto número de bienes considerados fundamentales. Para que lo anterior se dé, -subraya el mismo autor- es muy importante imaginar el desarrollo de nuevos modelos de organización descentralizada y participativos, el invento de formas innovadoras de gobierno que a la largan permitan estructurar de manera eficaz un sector público mucho más amplio que el que existe en la actualidad.

Esos temas hay que ponerlos en la mesa o donde sea, pero no se pueden perder dos generaciones solo por la inacción. ¿México lo está haciendo?

Ahora sí, la banca en ésta crisis no es el problema, parece la solución.