La verdad te hace libre

Cladia Viveros Lorenzo

Conozco a algunos que adoran el bajo perfil. Son pocos los que lo hacen con la real convicción de no necesitar ningún tipo de reconocimiento. Los que se encuentran en ese círculo, merecen toda mi admiración. Pero hay otros, que viven de la mentira, y por lo mismo, recurren al bajo perfil para escabullirse de todas sus fechorías y para ir sorteando, miles de situaciones “chuecas” en las que están involucrados.

Y estas situaciones no necesariamente tienen que ver con actos delictivos. Aquí entra un “modus vivendi” que está de la mano a la mentira. Se engolosinan, les llega a gustar tanto, que luego ni siquiera pueden delimitar entre lo que es real y lo que no. Mienten y se enredan con tal facilidad que son fantasmas de barro, espíritus chocarreros, que al final, acaban mal muy mal. Yo sé que no todos somos felices ante una cámara, o con los reflectores encima, y por favor no me mal entienda, cuando hablo de los mentirosos que manejan el bajo perfil, me refiero a esos, que no tienen una imagen digital, correcta, por ejemplo. Aquellos que buscan seudónimos, que celan enfermizamente sus datos, que nunca dan detalle de sus vidas, (seguramente porque viven dos o tres distintas). Es horrible. La mayoría de las personas a su rededor se dan cuenta, y solo los toman como lo que ya describí arriba: pobres fantasmas. Esta gente por regular también vive enferma, porque existe algo importante e invaluable que se llama consciencia, y esa, aunque muchos dicen no conocerla, la tenemos todos. Es nuestro peor juez. Nos habla todo el tiempo y de ella no tenemos escapatoria.

 

Tan bonito que es no tener nada que ocultar y ser transparente (ojo, esto no quiere decir que uno debe andar contando tooooodo lo que hace, tiene o aspira a ser) pero es muy reconfortante saber, que jamás se podrá tapar el sol con un dedo. Vivir con la paz que te da la verdad, hace que el espíritu se sienta reconfortado y agradecido de estar sin situaciones tergiversadas, que puedan provocar malos entendidos, o disgustos por ocultar o cambiar la verdad. Cuando pienso en este tipo de personas, me dan mucha pena, imagino la triste vida que llevan, pues ha de ser tristísimo no compartir, pero sobre todo, engañar.

 

Engañar a quien no se lo merece, a quien pueda ofrecer amistad y cariño sincero y luego lo que es peor, decepcionar. La decepción quiebra cualquier situación, y esta vive de la mano de confianza, así que ¡imagínese! Lo terrible que es caer en algo así.

 

Nadie es tonto, muchas veces nos hacemos, en la búsqueda, si… también, de paz, para no entrar en debates ni conflictos que realmente no valen la pena, pero la mayoría sabe detectar a estos especímenes campeones olímpicos del engaño, y lo único que se acaba haciendo con ellos,  es sobrellevarlos y así como ellos juegan a engatusar, uno, juega con ellos, a  burlarse de los pobres, al solo observar sus intentos y distanciarse de esa desventajosa posición de embustero a la que no deseamos cerca.

 

La verdad nos hace libres, la mentira, te encierra en una cárcel con cadena perpetúa, en la que solo se obtiene obscuridad y soledad. En esta vida solo hay de dos caminos, y es mejor caminar con autenticidad, aunque eso cueste uno que otro descalabro, al toparse con los falsos. Mi mamá desde chiquita me enseñó que siempre, siempre, hay un “yo te vi”, así que mejor ni le busque, que la almohada de la imperturbabilidad, es la mejor pastillita para dormir tranquilo.

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