SOÑADOR

Cada vez más lejos en la fantasía has ascendido en mis afectos cual meteoro cruzando el firmamento. Claro que por reservado hubiera sido más sensato mantenerlo oculto. Solo que el velo del secreto de lo íntimo se desvanece cuando se entrelazan los caminos de la imaginación y la realidad. Cuando un emblema asume o acepta todas las acciones de aquello que simboliza.  Entonces la magia florece. Surge el escrito que contagia miedo de que la potencia de los pensamientos en apretada síntesis con las emociones se vuelva realidad. Un escrito así no es indiscreto. En el papel estos amores enigmáticos ascienden a nuevas alturas hasta desarrollar el hábito de soñar. De soñar que soñamos aquello que ya vivimos. La tarea del escritor entonces es dar cuerpo a la vida fantástica de los sueños y crear con letras un escenario donde el lector crea o sienta que están contando su propia historia. Este escrito es bastante más que letras. Si lo lee. Sabrá de inmediato de quien se trata. Dicen que soñar es fácil. Que es un oficio sin riesgos. Solo que hay de sueños a sueños y de soñadores a soñadores. Algunos sueñan tan superficialmente que al día siguiente no recuerdan lo que soñaron por la noche. Otros son soñadores esporádicos. No confiables para el mundo de los sueños por su inconsistencia. Existen los obsesivos. Los que distorsionan la realidad idealizada en función de que lo fantaseado se convierte la mayor de las veces en el tribunal de su propia conciencia. Son subordinados de las pesadillas. En cuanto a los sueños los hay en cantidad suficiente para que cada noche todos los habitantes de la tierra puedan tener uno diferente. Si existe un mundo poblado ese es el de los sueños. Todos sin excepción podemos tropezar un día o mejor dicho una noche con un sueño que no nos quiera abandonar. Que en acatamiento o sumisión al subconsciente cada noche se presente humilde, manejable, para continuar como aquel operador del cinematógrafo que vasallo nuestro, retornara cada vez para continuar con la proyección de una película interminable. Algo parecido a lo que le sucede a la ilusión que es el espejismo y motor de la vigilia. La quimera llega así, por evolución, a convertirse en utopía. Desde luego que no todos poseen la selecta virtud de poder prolongar cada que se presenten las sombras el encadenamiento secuencial de un sueño. Quien tiene el dominio de esta facultad vive una doble vida, una la que todos nosotros conocemos donde para vivirla ponemos en movimiento todos nuestros recursos motores, de inteligencia, de sentimientos, de fe, y aquella otra que arrimada por las tinieblas nos muestra la magnificencia de un mundo fascinante fabricado a la medida secreta de nuestras aspiraciones. Alfredo Pretonio Juanz, es el nombre de un amigo singular. Vivió como cualquiera lo que de visible tiene la vida. Su oficio era ser poeta improvisador y jaranero. Célebre entre cuantos gocen de prestigio en este arte propio de la zona donde nací. A solo unos meses de su desaparición definitiva, cosa extraña, no hay quien lo recuerde y no pocos aseguran que su existencia no es más que un cuento que inventó este pueblo. Pero yo lo conocí. Llegó un día sin previo aviso con su jarana al hombro. Se puso a trovar y retrató cantando para que supiéramos por sus versos como son los colores de otros cielos, los aromas de otros aires. Nos dio todo lo que el arcón de su generosidad pudo cargar. A cambio le dimos como a las golondrinas en época de invierno la tibieza de nuestros aleros. Cultivamos una sólida, bonita y sincera amistad. Conversamos en reiteradas ocasiones. Alguna vez a esa hora triste en que las tardes se visten con los ropajes color púrpura de la retirada, nuestra conversación abandonó sin presiones el cauce de lo cotidiano y penetró al mundo de la confidencia personal. -¿Porqué cantas? Le pregunté. -En algunas ocasiones, contestó, canto y toco mi jarana porque deseo rememorar algo, un sueño por ejemplo. Y otras tantas lo hago porque necesito olvidar lo soñado que por doquiera me persigue. Si vieras como me pesa por momentos acordarme de mi sueño. -De tus sueños le corregí interrumpiéndolo, vagar por el mundo de los sueños es un privilegio exclusivo de escritores, cantores y poetas, así dicen los que conocen. -No. Yo desde niño solo he tenido un sueño que ha evolucionado y crecido conmigo. Estoy seguro que envejecerá cuando yo por cansancio no pueda soportar ni una arruga más en mi rostro y morirá cuando este tu servidor y amigo, deje de respirar. Bromeando le consulté – ¿y ya tienes fecha? -Sí. Cuando deje de cantar. Entonces tendré mi verdadero rostro no el que la circunstancia temporal me impone.  -Cuando te toque entregarle cuentas al Dador De Vida, tú también tendrás el verdaderamente tuyo. En cuanto a mí, llegado el momento sé que podrás reconocerlo y reconocerme. Un ruidoso suspiro abandonó su pecho. Por el conocí el secreto de su vida. Estaba enamorado. Para mis adentros pensé: este amigo es algo más que un pájaro cantor. -Si no es indiscreción, cuéntame, me gustaría saber…Escuchando su relato de muchas horas, el tiempo transcurrió como si se hubiera deslizado sigilosamente perdiéndose entre la espesura de las ramas de los almendros. Supe por sus labios que desde su infancia una niña lo acompañó en sus andanzas nocturnales, en sus juegos e ilusiones soñadas, juntos en ese largo y secuencial sueño crecieron y un día sus manos se entrelazaron. Vivieron soñando su noviazgo y libres, sin las ataduras sociales de la vigilia, se amancebaron. Ahora su preocupación mayor estriba en que la compañera de sus sueños, la que tiene ojos de gacela, le pide que se quede con ella. Que abandone esta vida trashumante, que ya no regrese. Que lo necesita de día y de noche a su lado. Entonces él se justifica diciéndole que no puede ser porque ella y su relación pertenecen al mundo de los sueños. Que para poder verla necesita dormir. -Solo convéncete de no regresar. Dice que le contesta con esa coquetería propia de las mujeres enamoradas. -Te manifiesto amigo que un día me quedaré dormido para siempre. Es allá donde quiero estar, me confesó. Mi interés por su relato cobró nuevos bríos cuando inesperadamente con un tono de voz de amante acongojado me manifestó: -Sin dudas, con pleno convencimiento te digo que ella me esperó toda la noche. Si bien he disfrutado esta velada contigo, el único amigo y confidente que tengo, no menos cierto es que fui un irresponsable al no avisarle. -¿Y cómo le avisas? Lo interrogué sumamente cautivado por la seguridad y seriedad que le imprimía a sus gestos y palabras. Además yo estaba convencido que lo que me contaba era cierto. -Pues mira, me duermo un rato, platico con ella, la entero del compromiso que tengo y entonces se queda tranquila. Como la esposa que sabe que su compañero realiza un viaje de rutina rumbo a su trabajo. Pero te digo, alguna vez me quedaré. Es lo que realmente deseo. -Supongo habrá manera de despedirnos entonces. Dime al menos que lo intentarás. -Sí. Te lo prometo. En la senda de las amistades verdaderas no caben los secretos ni las incorrecciones. -¡Grábatelo!… Los rubíes serán la señal. A partir de ese momento poco a poco se le fueron enrareciendo las palabras hasta que nos percatamos que lívida la luz del amanecer alejaba la presencia de la noche. Ya para despedirse inclinó como oriental ceremonioso la cabeza. Con aquel gesto rescató su individualidad de cantor solitario y se marchó diciendo adiós con su jarana al hombro. Solo tuve tiempo para decirle: te felicito hermano, dale mis respetuosos saludos a tu amada. Dile que me gustaría conocerla. Tengo la certeza de que te hace inmensamente feliz. Fue la última vez que lo vi…Ciertamente pude reconocer el momento y el modo de su partida como el vaticinó. Un tiempo que no puedo precisar después de nuestra conversación, siguiendo sin saber porqué el ejemplo de la calle crucé la carretera. Caminé un tramo sobre el asfalto que conduce al poblado de Lechuguillas y ahí a la sombra de un roble joven, como si una secreta voz me hubiera llamado observé como un pájaro de vistoso plumaje revoloteaba de rama en rama, testarudo gesticulaba como queriendo llamar mi atención, lo hacía entonando su canto con vehemencia. ¡Quedé extasiado! Su multicolor hermosura me atrajo con todos mis sentidos en alerta. Los jóvenes y niños que salían de las escuelas entre otras la E.T.A. número veintinueve caminaban por la banqueta en ambos lados de la rúa rumbo a la colonia Manuel L. Morales dirigiéndose a su domicilio. El recuerdo del poeta jaranero tocó con insistencia inusitada a las puertas de mi mente. Uno de aquellos jovenzuelos apuntó su resortera. Al darme cuenta, un rayo de desesperación me hizo gritar gesticulando con angustia, ¡no lo mates! El proyectil con infernal eficacia dio en el blanco. Corrí desesperado con ánimo de auxiliar al ave lastimada. Cayó con el cuerpo sobre sus alas. De su pecho escapaba una cascada de rubíes. Abría y cerraba su pico constantemente. Su lengua delgada y puntiaguda se movía como si quisiera con las ansias de la muerte, manifestar una última voluntad. De pronto se quedó quieto. Entonces comprendí que Alfredo Pretonio Juanz vino a avisarme que había dejado de cantar y por lo mismo de pertenecer al mundo de los vivos. Que decidió quedarse para siempre. Que a partir de ese momento solo sueña y en esa dimensión es feliz en los brazos de su amada. Si el pueblo no lo recuerda es algo que carece de importancia.

 

 

SILVESTRE VIVEROS ZÁRATE