¡LA ‘INCHE RAZÓN EN TODO!
Por Ramón Durón Ruíz (†)
Hay una historia que me encanta.
__ Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve, entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí, sábados ni domingo; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio. Trabajaba día y noche y mi único fin era: ‘el dinero’, no me paraba en nada, hacía todo lo posible para conseguirlo… ¡Quería darles a mis hijos lo que yo nunca tuve!ay una historia que me encanta y HOY parafraseo: “Un hombre todavía joven, relataba a un grupo de amigos:
Uno de los presentes interrumpió:
__ ¿Y lograste lo que te propusiste?
__ ¡Claro que sí!… contestó el hombre. Yo nunca tuve un padre: agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para besarme, acariciarme y jugar conmigo o darme un consejo cuando más lo necesitaba. Ese es el padre que yo les di a mis hijos… ¡Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve!”1
La moraleja de ésta historia es formidable, es una lección irrefutable de vida; los hijos requieren del Padre, mucho más amor y comprensión, que dinero y poder; cuántas veces las personas por tener riquezas omiten compartir un abrazo, un elogio, una palabra de aliento, su tiempo y espacio con su familia.
La idea de la celebración del Día del Padre surgió en 1910, por parte de la estadounidense Smart Dood, en Washington, pretendía que cada 5 de junio se destacara el papel que juegan los padres en la sociedad. Sin embargo, su propuesta no tuvo muchos adeptos en los primeros años, permaneciendo en el olvido.
En 1915, Harris C. Meek, presidente del Club de Leones de Chicago, retomó la idea. En esta ocasión, el proyecto contó con mejores auspicios, aunque en un principio la sugerencia fue que cada familia eligiera el día para celebrar.
En 1924, el presidente de los Estados Unidos de América, Calvin Coolidge, apoyó esta iniciativa y convirtió el “Día del Padre” en una celebración nacional. Finalmente, en 1966, el presidente Lyndon B. Jhonson firmó una proclamación presidencial que declaraba el tercer domingo de junio como “Día del Padre”.
En México, esta celebración comenzó a generalizarse en los centros escolares en la década de los cincuenta, aunque en los años posteriores se ha convertido en una fiesta de consumo patrocinada por las grandes cadenas comerciales. Sin embargo, en muchos hogares la fiesta es una ocasión para la reunión familiar y el reconocimiento a los papás.
Lo que me recuerda aquella ocasión en que Lumbalgio, el viejo carpintero del pueblo, llegó a su casa, y dirigiéndose a su hijo le dice:
–– Mi’jo ¡Quiero que me consideres tu mejor amigo!
–– Papá –dijo Epicentro, yo no te quiero como amigo, porque amigos puedo hacer muchos en la vida… te quiero como padre, porque Papá sólo te tengo a ti.
Por eso creo que un padre que es una combinación extraña de razón y sentimiento, vale por cien maestros, teniendo la habilidad de hacer que sus hijos le pierdan el temor… pero le ganen respeto.
La paternidad es concebida como un ejercicio de autoridad y provisión en el hogar. Tradicionalmente, debido a estereotipos y roles de género, se ha establecido un patrón de paternidad donde el padre, generalmente ausente por cuestiones de trabajo, es visto por hijos e hijas como un dispensador de dinero y autorizaciones.
A todos los padres del mundo, a los presentes y a los ausentes… ¡Feliz Día del Padre!
Resulta que el Filósofo de Güémez va platicando con su hijo:
— Mira mijo, ahora que viene el Día del Padre te recuerdo una cosa muy importante que debes hacer: tu abuelo… ¡se la dio a tu abuela!; Yo… ¡se la di a tu madre!; Ahora que te cases: ¡tú se la darás a tu vieja!
— ¡Ah chiga, chinga! –intriga’o el hijo dice: ¿Po’s qué es lo que les dieron apá?
— ¡LA ‘INCHE RAZÓN EN TODO MI’JO!