¿Quién tiene la culpa?

Cuando Dios interroga a Adán sobre por qué ha comido del fruto que tenía prohibido, éste le responde, “la mujer que tú me diste por esposa me dio del fruto y comí”. Con esta respuesta Adán se libera a sí mismo y culpa a Eva por haberle ofrecido el fruto y a Dios, por haberle dado la mujer. Es la actitud típica de quien no quiere aceptar una responsabilidad.
Acerca de la pregunta sobre ¿quién tiene la culpa del origen del coronavirus que trae esta pandemia? La respuesta es clara: nadie. Es diferente la pregunta sobre ¿quién tiene la culpa de las elevadas tasas de mortalidad en ciertos países? Aquí la respuesta no puede ser la misma.
Para ejemplificar tomemos el caso del sismo en México de 2017. Nadie tiene la culpa del sismo, lo sabemos todos. Pero, sí hay culpables de la muerte de personas que vivían en departamentos construidos sobre cimientos mal diseñados; hay culpa de quienes otorgaron permisos indebidos, fraudulentos, maliciosos. Y, no solamente culpa, sino, también, dolo; porque, sabiendo que ponen en riesgo la vida de las personas, lo hacen; es decir, no ignoran los alcances del daño que pueden provocar.
En la crisis del coronavirus que vivimos actualmente hemos visto cómo Donald Trump acusa a la OMS y a China; al primero de encubrir información, al segundo de un mal manejo de la epidemia, e, incluso, de haber creado el virus. Claro, durante la crisis muchas personas están dispuestas a creer lo que sea, es un campo fértil para inventar y creer patrañas. También los conspiracionistas culpan a Estados Unidos o a laboratorios de haber creado el virus para después vender los tratamientos o la vacunas.
Pero, realmente ¿Quién tiene la culpa del coronavirus? Es casi seguro que nadie. Aún cuando es posible la manipulación en laboratorio y la creación de armas biológicas, lo más probable es que haya pasado lo mismo que otras veces: la mutación de un virus zoonótico. La posibilidad de que esto suceda está siempre abierta, y cuando se destapa una caja de pandora como esta no es posible calcular los alcances reales, por lo que resulta igual de peligroso para quien la crea.
La actitud de culpar al otro es de un infantilismo marcado. Es, como ya he señalado, la incapacidad para aceptar las responsabilidades propias. No podemos evitar que la naturaleza siga su curso, que cumpla sus leyes. Podemos evitar que las consecuencias sean de las dimensiones que estamos viviendo, eso sí, tomando las mejores decisiones. Que los murciélagos son portadores de virus potencialmente peligrosos para los seres humanos ya se sabía. Que los científicos trabajan con presupuestos reducidos en muchas áreas. Que el gasto del Estado en investigación, infraestructura para laboratorios, promoción de carreras científicas o trabajos de divulgación es casi nulo, también ya lo sabíamos. Que la pobreza, el hacinamiento, la falta de agua, y por tanto, de higiene son espacios propicios para la proliferación de enfermedades, también lo sabíamos. De todas estas cosas que sabíamos y que tienen solución sí hay responsables. Y, si sé que la responsabilidad recae sobre mí, la primera reacción pueril es decir: “la mujer que tú me diste por esposa me dio del fruto y comí”.