Mitad de año a la deriva

David Quitano Díaz

Cuando los líderes políticos dan mal ejemplo, el compromiso profesional con las buenas prácticas adquiere mayor importancia.
Timothy Snyder

El que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe, sentencia el refrán popular. Eso le suele suceder a las administraciones públicas cuando se cierran y contaminan a partir del autoelogio, dejando de lado la capacidad de autocrítica.

Si hoy saliéramos del ciclo noticioso de la agenda diaria y revisáramos el marco estructural de las instituciones, en un amplio número de casos observaríamos el debilitamiento sistémico del cuerpo institucional, los números no nos dejarían mejor parados de lo que quizás estábamos hace dos o tres años.

El temor de escribir, de expresarse y de manifestar un sentir legítimo, comienza a avanzar como un fétido espasmo que nubla nuestra pequeña democracia, la cual se construyó con mucho esfuerzo, recursos y talento.

Sin embargo, con todo el peso que ello pueda significar, en 2018 se dio una votación porque las cosas estaban mal y para ello era preciso generar un nuevo acuerdo social, mismo que en el discurso existe, pero que no termina por extinguir antiguos males.

Hoy nuevamente parece que como sociedad debemos dar cuesta arriba, para edificar un puente de entendimiento con actores nuevos que revivan la parcela adolorida de la memoria en la que habitamos.

Marcha cuya fuerza fije una propuesta para el futuro con ideas propias de nuestro tiempo, apegadas a la realidad – que aprendan del pasado- pero que irremediablemente miren hacia el futuro basado en la lógica de la unidad republicana.

El riesgo existe, sin embargo, la capacidad de conocimiento unida a la voluntad de servicio, forman al hombre superior. Aquel que no se ostenta de los que ayuda, sino se recluta entre los que sirven.

El problema con la política actual no es que sea errónea o mala, sino que es incompleta; le hace falta un componente fundamental: la participación ciudadana.

Nunca hay que perder energía pensando en lo que no se puede hacer; hay que incidir y trabajar en lo que sí. Sumar a la gente nos permitirá construir un futuro y en un segundo momento acudir a la transformación, más allá de un pretérito anecdótico.

La libertad, al fin y al cabo, es la capacidad de vivir con las consecuencias de nuestras decisiones. Tenemos que precisar que ninguna gran transformación hacia lo bueno se dará o será productiva y duradera, si no creamos las condiciones para generar un incremento de la calidad institucional y no al rev

La disposición institucional supone el pleno apego a las normas, y no como lo hacemos actualmente en México, que por momentos se presenta ante el concierto mundial de naciones como un lugar donde las violaciones de las leyes no tienen castigo legal ni social, sino todo lo contrario.

Bajo ese vaso comunicante, son precisos equilibrios de polos a favor de una gestión que dé limpieza a la democracia, porque quienes somos estudiosos de la administración pública y en su momento hemos participado en ella, le seguimos debiendo a nuestro pueblo.

Lo anterior lo sustentos, en que de acuerdo a diversas encuestas como la de “Investigaciones Digitales de México Elige” a la población del país su mayor preocupación es la economía 48%, seguido de la seguridad con 33.9%, el aspecto social con 8.2 % entre otros.

Para que eso no parezca un salto al vacío, y se mantengan las preocupaciones del párrafo anterior, hay que atender lo que le preocupa a la sociedad, porque una economía débil son más familias que no la pasan bien, la corrupción un cáncer de la república que no nos permite avanzar, y lo peor, la indolencia y la arrogancia gubernamental una complicidad con los peores males.

El fluido embriagador de nuestra generación carga las grandes columnas de futuro, renunciar a los hechos es renunciar a la libertad y el progreso.

De esa forma es que hay que ponernos en marcha, por supuesto no se trata de avanzar a los extremos una vez más, basado en movimientos pendulares que vayan desde un Estado omnipresente a otros partidos, para retornar continuamente de extremo a extremo, en lo que parece se puede convertir una auténtica manía nacional que nos impida encontrar los justos, sensatos y necesarios equilibrios.