Para Agustín Ramos,
por su amistad con los amigos

“Si volviera a nacer, volvería a escribir las mismas obras, sin cambiarles una sola coma”. Con tres novelas, enormes (José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio), Fernando del Paso ya es un clásico de la literatura mexicana. Y así lo hace constar el jurado del Premio Cervantes que en 2015 decidió otorgarle el galardón más importante de la literatura en castellano “por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento. Sus novelas llenas de riesgos recrean episodios fundamentales de la historia de México, haciéndolos fundamentales”. Desde hace dos años, el narrador, ensayista, poeta, dramaturgo, pintor y diplomático se encuentra encamado debido a un ataque isquémico que le afectó el habla, el equilibrio y la coordinación. El autor de los ensayos El coloquio de invierno, Yo soy hombre de letras y Viaje alrededor del Quijote, quien reconoce las influencias de Joyce, Dos Passos, Faulkner, Sterne, Rabelais, Flaubert y Sófocles, y admirador de Borges, Carpentier y García Márquez, y amigo Fuentes y Rulfo, y conocido de Cortázar y un gran conocedor también de la historia pasada y presente de México. A principios de año, al recibir el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, que le otorgó la Feria Internacional del Libro en el Estado de Yucatán, muy a su estilo, recordó su amistad con el poeta ya fallecido y en su discurso se refirió a los sucesos que se viven en México: “Quiero decirte, José Emilio, que yo también amé a tu manera a esa patria de los cuantos bosques y ríos y de la ciudad monstruosa que fue tu cuna y la mía. Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma, que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia. Quiero decirte que a mi edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia, sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas…. ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”. En abril pasado, familiares, amigos y lectores le festejaron sus 80 años en el Palacio de Bellas Artes. Ataviado con un saco rojo y un pantalón negro, y de manera bromista, el escritor y artista plástico, al tiempo que mencionó dolerle el alma porque la “patria se desmorona”, dijo desconocer como llegó a esa edad. “Ha nacido un nuevo Rabelais” que “posee una erudición grotesca, macabra y dionisiaca”. Así calificaban en 1977 L’Express y Le Monde a Del Paso por la traducción al francés de su novela Palinuro de México, de la que Liberation decía: “Los Ulises de Homero y Joyce son como parientes cercanos de este inmenso poema sobre el amor, la muerte y el cuerpo humano”. Treinta años después, La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo reconoció con el Premio de Literatura que hasta dos años atrás ostentaba el nombre de Juan Rulfo: “Yo –dijo Del Paso en su discurso– acepto este premio con el nombre original: Premio de Literatura Juan Rulfo. Que se haya convocado con otro nombre no es mi asunto ni creo que haya nadie, ningún abogado por ahí que me diga: ‘oiga, usted no puede decir eso’. No creo que nadie se atreva a decirlo. Ahora, si hay alguien aquí que quiera decir algo, pues que lo diga o se calle para siempre”. El autor de José Trigo abundó en su descontento por el retiro del nombre del autor de Pedro Páramo al Premio: “Pues en realidad esa decisión obedece a que se dieron quince con ese nombre. El de Monsiváis y el mío ya no lo tienen. O sea, se instituyó con ese Premio, todo el mundo lo aprobó, y conste que en todo el mundo incluyo a la familia Rulfo, a su viuda y a sus hijos. En catorce años nunca dijeron nada, nunca hubo una protesta, nunca nada. Yo quiero mucho a Clarita Rulfo (viuda de Juan), la conocí hace muchos años porque de todos los premiados con este galardón, a excepción de Juan José Arreola, yo he sido probablemente el más amigo de Juan Rulfo, el que más lo conocí, a él y a sus hijos desde muy pequeños, les tengo cariño, pero eso no obsta para que a mí me parezca de pronto muy absurdo que a los catorce años se den cuenta de que este premio no quieren que se llame así, que se use su nombre. Bueno, eso lo pudieron haber dicho antes de que se usara, o en todo caso el primer año, la primera vez si les hubiera tomado por sorpresa. Yo creo que eso se consultó con la familia Rulfo, eso se les dijo antes y si no se les hubiera dicho la primera vez era cuando debieron haber protestado. Pero catorce años después no tiene absolutamente ningún sentido. El criterio para premiar a alguien se le deja al jurado, el jurado es el responsable de a quién premia y a quién deja de premiar, el criterio no lo debe ejercer ni el público, ni la familia Rulfo, ni los no premiados ni nadie. Solamente en pláticas de familia, pero esto se volvió un asunto público sumamente penoso. Yo creo que este premio se lleva, se sigue llamando Juan Rulfo, se llamó Juan Rulfo el año pasado, aplicando los usos y costumbres, no tanto las leyes como usos y costumbres”. En una entrevista abierta, realizada por la profesora e investigadora de la UdeG Beatriz Pastor (“Es uno de los escritores más representativos de la literatura contemporánea de la lengua española. Su obra narrativa se ha caracterizado por un creativo trabajo de investigación al mismo tiempo que ha sabido forjar nuevas formas narrativas y experimentar con múltiples recursos literarios… Es una obra monumental en la que convergen los modelos literarios de Juan Rulfo y Juan José Arreola y que dialoga con la gran tradición de la novela histórica-latinoamericana”), Del Paso llegó en una silla de ruedas y ante el asombro de los periodistas y del público asistente que participaron en la plática, expresó: “Primero que nada quisiera aclarar que puedo caminar, que no estoy lisiado, pero que me encuentro entre dos operaciones. Que me iban a operar el día de hoy como complemento a la operación de hace quince días y, se traspasó para mañana. Así que me verán en poco tiempo andando”. Una vez hechas las aclaraciones del caso, el autor prosiguió con su opinión sobre su designación: “Una cosa que yo he dicho siempre es que hay más buenos escritores que buenos premios, y eso es un hecho. De modo que cada vez que se premia a un escritor que lo merece según el jurado, pues se deja de premiar a muchos otros escritores que también merecerían ese punto de vista no solamente de ellos, sino de otros jurados o del mismo jurado. Yo he sido jurado en varias ocasiones y sé lo difícil que es elegir a veces entre los finalistas de un concurso. De modo que yo soy la última persona que puede decir si lo merezco o no merezco este premio. Y eso siempre da como un poco de vergüenza o mucha vergüenza, sin embargo me la aguanto”. Y en las confesiones del proceso creativo, Del Paso dijo: “Nunca he escrito nada de lo que me haya arrepentido, ni en novela ni en periodismo. En periodismo dije muchas cosas que no diría ahora, pero eso es otra cosa, ese fue otro Fernando del Paso el que las dijo, tenía yo otra edad, otra forma de pensar, que no he cambiado, sino que los tiempos cambian y todo cambia. Respecto a mi obra yo creo que José Trigo sigue siendo una novela casi inaccesible, una novela sumamente espesa, pero yo me doy a mí mismo una disculpa: estaba con una enfermedad de la que puedo yo hablar ahora: se me diagnosticó cáncer a los 27 años y yo pensé, bueno, pues que iba vivir dos o tres años más y yo creo que quise imbuir en esa novela, es un gran embutido todo lo que pude, todo lo que podía y todas las palabras que conocía, las que iba aprendiendo y las que pescaba en el diccionario, pero no me arrepiento de haberla escrito. Palinuro de México es mi obra favorita, tiene un gran contenido autobiográfico, aunque recreado, sumamente recreado. Se pueden identificar algunos personajes de mi infancia suficientemente recreados como para que si resucitara alguno de ellos no se ofendiera mucho. En cuanto a Noticias del Imperio, bueno fue un libro que yo tuve en proyecto como unos 20 años, antes de comenzarlo a escribir realmente. Desde muy niño supe que habíamos tenido aquí un emperador rubio, austriaco, al que nos habíamos ‘echado’, como decimos aquí, en el Cerro de las Campanas, y una emperatriz a la que llamaban Mamá Carlota, que se había vuelto loca. Desde esa edad yo quise saber más de eso y durante todos los años que trabajé en José Trigo y en Palinuro pensé en Noticias del Imperio. Ya cuando llegué a Londres, donde viví catorce años, y fui lector no solamente de la Biblioteca del Museo Británico, sino también de The London Library, que es una biblioteca privada absolutamente maravillosa, me di cuenta de que yo quería escribir eso, además por obvias razones, no sólo por lo exótico del tema, por lo surrealista, por lo macabro, sino por otras muchas razones más profundas, se convirtió un poco en una novela imperialista, en una novela de protesta, y bueno, no sé qué más puedo decir en este momento de Noticias del Imperio pero sí que la cita que está al principio del libro, que se atribuye a Malebranche, pero también a otros autores, y que es ‘la imaginación, la loca de la casa’, esa frase la hice reencarnar en Carlota, y a final de cuentas tiene la voz más lúcida, del enorme número de voces que aparecen en la novela y que me dio el pretexto precisamente para soltar la imaginación, para darle la vida, dejarla correr al galope, pero al mismo tiempo siendo portador de la historia. No me arrepiento tampoco de Noticias del Imperio, para nada”. Y en un afán de dictar cátedra, Del Paso habló sobre la verdad y la mentira de la literatura, los límites entre realidad y ficción: “Yo no creo que se pueda juzgar a la literatura en términos de verdad o de mentira. Vargas Llosa dijo alguna vez que la literatura era mentira, yo no estoy de acuerdo con eso. La literatura es un mundo convencional. Cuando un lector abre una novela, se coloca en una actitud muy especial: en la de creer lo que le va a contar el autor. Pero creer ¿en qué sentido?, es decir, él sabe que eso no fue verdad, en el sentido de que no tuvo lugar, eso no sucedió, son personajes, situaciones, paisajes, etcétera, inventados por el novelista, a partir de elementos de la realidad, claro. Sin embargo al lector le interesa, pero no se plantea a cada página: ‘¡Ah!, esto no es verdad’. Si lo hiciera, no resultaría el libro. Por eso hay gente a la que no le gustan las novelas, porque no les entretienen las cosas que no son verdad, verdad entre comillas. Pero si usted hace una novela interesante y al final de la novela le dice al lector, sabes que esto no es verdad, todo lo que te he contado no es cierto, el lector arroja el libro furioso. No se puede romper ese encanto, el autor no tiene derecho a romper esa magia que el mismo está creando, que él pide que se crea. Uno se sumerge en otro mundo cuya vigencia perdura no sólo cuando está abierto el libro que estamos leyendo, sino también cuando está cerrado, cuando lo recuerda uno, cuando vuelve uno a vivir el libro. ¿Qué es la verdad y qué la mentira?, ¿Hamlet lo es? Eso no lo entiendo, ¿Pedro Páramo es mentira porque no fue verdad? No es ni mentira ni es verdad, es literatura. Ahora en una novela como Noticias del Imperio, hay lugar para discutir otras cosas: qué es la verdad histórica y qué no es la verdad histórica. La verdad histórica no es que el coronel Dupin haya torturado a nadie con estrellitas y con exvotos que le prendió al cuerpo y luego los arrancó, eso no es verdad, nunca sucedió. La verdad es que él torturaba de una manera espantosa a los presos que caían en sus manos y los mataba de formas distintas. No es verdad que mató a nadie con una flecha en el corazón pero sí es verdad que mató a otros presos de 15 maneras distintas, pero eso no quiere decir que ese capítulo sea una mentira, no, es una recreación de la verdad”. Con relación a que los literatos lo saben todo, el también poeta, dramaturgo y cuentista señaló: “Cada vez que se amplía el mundo del conocimiento, sabemos que sabemos menos. No sabemos cada vez más, como sucedía antes. Humboldt creo que fue el último renacentista, todo hombre podía saber más cada día en relación a los conocimientos universales. Ahora, sabemos cada vez menos, cada segundo sabemos menos”. Tal vez la sinceridad de Fernando del Paso radica en la propia respuesta que dio cuando le pidieron que explicara sus largos periodos de abstinencia literaria entre una novela y otra, entre el 1966 de José Trigo y el 1977 de Palinuro de México, entre el 1987 de Noticias del Imperio y el 1995 de Linda. Historia de un crimen: “La libertad del silencio es un deber moral del escritor: callarse cuando no tiene nada que decir”.