NO ES EL FIN

 

Estoy cierto que algún día en algún lugar con buenas letras y mejor estilo y conocimiento alguien escribirá, como se debe, la historia de este dramático episodio que está sufriendo la humanidad. Dirá lo que nosotros no pudimos. Tendrá su pluma y juicio la destreza narrativa capaz de despertar en nuestros sentidos, armonías de tonadas inéditas que danzaron ante nuestros ojos sin poder entender a cabalidad, esta circunstancia que parece más un relato de ciencia ficción que una dramática realidad. Tan solo supimos con asombro que de pronto, un día, con el nombre de pandemia perdimos la libertad. Que lo diga mejor que el poeta Estacio. Que nuestro hogar, símbolo de intimidad y refugio, custodio de nuestros sueños y nuestros valores, sí, de esos que siempre presumimos soñamos y aseguramos tener y que eran el generador de nuestra fuerza, se convirtió en la parte material de nuestro encierro y orfandad. Que por alguna razón individual y colectiva ya traíamos como dijo Don Octavio Paz, inoculados en el alma. Nos hizo entender. Nos hizo vibrar cuando sentimos y vivimos en carne propia la crueldad de abandonar a nuestro hermano. Cuando nada significó el conocer que enfermó el amigo, el familiar, el vecino, el conciudadano, tan solo nos cimbró enterarnos del número de los miles de muertos que dio a conocer Gatell porque ya no tuvieron aire que respirar. Seres humanos que no encontraron oraciones y rezos en su entierro. Ni llanto. Ni plegarias pidiendo a Dios por el eterno descanso de su alma de acuerdo a la norma de nuestra cultura. Para muchos la fosa común, para algunos privilegiados una urna conteniendo un puño de cenizas que fue lo único que dejó el fuego de la cremación. Cuando nuestros ojos, antes manantial abundante de cristales policromos se quedaron secos. Cuando la palabra que siempre brotó a borbotones espontánea, precisa, calurosa, afectiva, fue invadida de silencio y no pudimos decirle al deudo que cargaba su anforita ¡Cuánto lo siento! Miles de mujeres de negro marchando cabizbajas sin rezos que colgaran de sus labios rumbo al hogar donde se albergó la pena. Esa pena que era al mismo tiempo individual y colectiva, como si se presintiera que el familiar en lugar de ir al lugar donde según la religión dios nos espera, fuera la laguna Estigia compuesta de aguas infectas y pútridas el punto final de su existencia. Cuando nuestra valentía se convirtió en temor de ver las calles vacías, vacíos los parques, solos, muy solos los templos, cerradas las puertas del vecino y sin clientes los comercios. Cuando el taxista para brindarte el servicio primero te fumiga con sahumerios farmacéuticos en aerosol, pararon los urbanos y había que caminar por unas calles con ausencia de seguridad de no ser cabida de un enemigo invisible. Eso causa un temor equiparable al decir del poeta que menciona “como espantan de silencio los abismos”. El mexicano culto ya lo percibe. Sabe que se acerca. Conoce lo dicho por Goethe “que otra cosa es la muerte si no el silencio de los pájaros en la copa de los árboles” ¿han escuchado últimamente el canto de los pájaros en las ramas de los árboles? ¿Han elevado la mirada al cielo? ¿Han observado que solos y desvalidos lucen los astros en el cielo? No. No es el final:

La sanación vendrá cuando logremos entender que por adquirir un automóvil del año alejamos la posibilidad de buen pan en la mesa de los padres, de los abuelos, que ese deseo enfermizo de sobresalir le quitó a nuestros hijos la alegría de estrenar zapatos, cuando recordemos que en los hospitales hay pacientes y trabajadores de la salud que luchan contra la pandemia. “Que los sepulcros necesitan flores”. Cuando alcancemos a concebir que el yoismo era un encierro, una cárcel disfrazada de libertad, que existen ergástulas más sutiles que las de fierro y hormigón, pero no por eso menos oscuras y terribles. Que nuestra memoria podrá olvidar todo, menos las enseñanzas del más humilde de los humildes, hay que perdonar y perdonarnos conscientes de nuestro alocado proceder. Es cierto. Es muy importante saber, pero más importante “es saber qué hacer con lo que se sabe”. Eso de andar correteando por el cosmos en tubos de latón. Eso de andar escudriñando en los laboratorios tratando de manipular el origen de la vida. Encaminar los saberes y la ciencia hacia la multiplicación de la riqueza y el consumismo a costa del padecimiento del hermano, del desvalido, del indefenso. Eso de ser una sociedad donde se viola, se mutila, se mata, se envilece al ser humano. No. Eso no está bien. Esa y mil observaciones más. Si conscientes de lo que somos y tenemos con nuestras virtudes y nuestros defectos rectificamos el camino podremos mirar al futuro sin temor, con alegría, con gratitud, sin angustia y los días buenos para nuestro planeta y humanidad estarán por llegar.  Solo recordar que “Dios castiga sin palo y sin cuarta”. No. No es el final. Es solo un aviso. VIENE VIAJANDO EN EL TIEMPO QUIEN LO DIRÁ DE MEJOR MANERA.

SILVESTRE VIVEROS ZÁRATE