- En el XXII Congreso Internacional sobre Otopames, Raquel Eréndira Güereca analizó el movimiento religioso de la segunda mitad del siglo XVIII en la sierra de Tutotepec, Hidalgo.
Se gestó un movimiento religioso que tuvo su punto culminante en 1769, encabezado por un anciano otomí llamado Diego Agustín a quien sus seguidores nombraban también Juan Diego, que pregonaba sus dotes como curandero y predicaba la cercanía del fin del mundo, por lo que debían adherirse a su doctrina para alcanzar la salvación
José Luis Couttolenc Soto..
Raquel Eréndira Güereca Durán, estudiosa de la historia y etnología del periodo colonial, así como de los pueblos indígenas, ofreció una conferencia en la que detalló el movimiento religioso ocurrido en la segunda mitad del siglo XVIII en la sierra de Tutotepec, enclavada en el estado de Hidalgo, que se caracterizó por el culto a Guadalupe entre los otomíes.
Previo a su disertación, realizada el 23 de octubre dentro del XXII Congreso Internacional sobre Otopames, la investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) expresó su reconocimiento al trabajo de los investigadores de la Universidad Veracruzana (UV), Félix Báez-Jorge y María Enriqueta Cerón Velázquez.
El quehacer de ambos, dijo, “ha permitido conocer a mayor profundidad las características de la población otopame, especialmente en Veracruz y regiones aledañas, y quienes a través de un trabajo sistemático dentro de la docencia han formado nuevas generaciones que están haciendo sus propias aportaciones en el ámbito de pueblos otopames”.
Resaltó que en su trabajo de investigación son patentes las huellas de varias obras de Báez-Jorge, especialmente la trilogía de los libros Los oficios de las diosas (1988), Las voces del agua (1992) y La parentela de María (1994), publicados por la UV.
En su conferencia “El culto a Guadalupe entre los otomíes de Tutotepec en el siglo XVIII”, la investigadora expuso que durante la época colonial la sierra estaba habitada por una mayoría otomí con enclaves tepehuas y nahuas, que con la llegada de los españoles adquirió un carácter marginal.
En materia doctrinal, fueron evangelizados por los frailes agustinos que llegaron a la sierra en 1552; la conversión de los indígenas al cristianismo representó dificultades como la sustracción a los curas, y un escaso número de misiones que no fue suficiente para cubrir las necesidades espirituales de la feligresía indígena, lo que dio oportunidad a los indios a mantener el control de la vida religiosa de sus comunidades, favoreciendo que contaran con mayor libertad para interpretar la doctrina cristiana, y aceptar o rechazar el ejercicio de las prácticas y valores difundidos por los agustinos.
Se gestó un movimiento religioso que tuvo su punto culminante en 1769, encabezado por un anciano otomí llamado Diego Agustín a quien sus seguidores nombraban también Juan Diego, que pregonaba sus dotes como curandero y predicaba la cercanía del fin del mundo, por lo que debían adherirse a su doctrina para alcanzar la salvación.
Pregonaba que a la destrucción por medio de catástrofes seguiría el surgimiento de un nuevo mundo en el que reyes, obispos, sacerdotes y españoles que quedaran habrían de servirles, les entregarían tributos, el culto cristiano sería ejercido por un clero indígena, las iglesias serían destruidas y reemplazadas por oratorios construidos en las cimas de los cerros, el principal de ellos en el cerro de San Mateo, y que a ese mundo sólo tendrían acceso los seguidores de su doctrina.
De Tlaxco llegó una jovencita a quien Diego Agustín tomó por esposa llevándola a vivir con él al cerro de San Mateo, decidiendo nombrarla virgen de Guadalupe; “¿Por qué nombrar una nueva Virgen de Guadalupe? En palabras de los indios, la razón se debía a que la virgen del Tepeyac, nuestra señora de Guadalupe, la que había aparecido en México, cayó de su grandeza y entonces entró dicha mujer en su lugar, Diego Agustín decía que era su mujer y debían construirle su propio templo en el cerro de Tachco (Tlaxco), en donde se presentaría para su pública adoración”.
Más tarde, cuando la rebelión fue descubierta en junio de 1769, el culto a Diego Agustín y María Isabel se hallaba extendido por más de 20 pueblos indios de la sierra de Tutotepec; sin embargo, esto no impidió que las autoridades ejercieran una represión eficaz y rápida, aunque varios autores consideran que el culto a la virgen de Guadalupe fue abrazado con entusiasmo por la población indígena desde la segunda mitad del siglo XVI.
Güereca Durán mencionó que el historiador Enrique Florescano señala que la virgen de Guadalupe “fue la primera divinidad protectora del desarraigado universo de los indígenas, la primera divinidad del panteón religioso cristiano que hicieron propia los indígenas; no obstante, historiadores han mostrado que esto no fue así”.