Al servicio secreto de su Majestad

 

La muerte de (Thomas) Sean Connery me produjo un irreprimible  desconsuelo, era un actor memorable, dotado de una gran personalidad, categoría y calidad humana. Para hablar de tan entrañable actor me tengo que remitir necesariamente a mis épocas púberes, en donde sus películas personificando al afamado agente secreto fueron un verdadero deleite para mis ojos y en general para todos mis sentidos que, como ustedes comprenderán, estaban en etapa de aprendizaje.

 

Como adolescente (que viene de adolecer, de carecer), nada más tuve un héroe, un referente cinematográfico en el que quise ver retratado mucho de mi futura existencia: ese héroe se llamó Sean Connery (Edimburgo, Escocia, 25 de agosto de 1930-Nassau, Bahamas, 31 de octubre de 2020). Aquellas películas que hizo de la saga del célebre agente 007 James Bond, más que un referente de la pantalla grande lo convirtieron en una leyenda del celuloide. En aquellos años de los 70, para chavos como yo no había más entretenimiento que ir al cine. La televisión estaba acaparada por nuestras madres que no perdonaban la barra de las comedias. Bueno, al menos así sucedía en mi casa.

 

Luego entonces el cine era un divertimiento sensacional, barato, masivo, al alcance de cualquier bolsillo y, en mi caso, muy cerca de mi cantón, a poco más de dos cuadras y media. Pero las películas de James Bond tenían todos los ingredientes para que los que fuimos chamacos en aquella lejanas épocas las hiciéramos nuestras preferidas: historia, guión, ambientación con los escenarios más espectaculares, suntuosos y sofisticados; por supuesto la elegante, impactante y monumental presencia del escocés, a la que no dudaría incluso de calificar como deslumbrante, poniendo en un primer plano la aparición de bellezas femeninas  que se convirtieron en una especie como de iconos sexuales o Sex Symbol de la talla de la suiza Ursula Andress, probablemente la más icónica de las Chicas Bond de las películas que protagonizó Sean Connery. Aun la tengo en la memoria, deslumbrantemente sensual saliendo del mar con un bikini blanco –nada sugestivo para estas épocas-, portando un carcaj para cuchillo en la cintura- en ‘James Bond contra el satánico Dr. No’ –malvado entre los malvados, ojalá se esté retorciendo en el averno-.

 

Pero la historia de Connery no se agotó con el personaje de la novela de Ian Fleming. Pero antes debo decir que el escocés tenía el porte del actor clásico hecho para el teatro ya que era poseedor de una voz y una dicción shakesperiana –que bien me lo hizo notar mi querido amigo Lalo Galland-. Su pronunciación del inglés británico era impecable. Me quedo con el célebre agente y sus interminables y peligrosas aventuras, pero sus actuaciones en filmes memorables como ‘The Man Who Would Be King’ (El hombre que sería rey o El hombre que pudo reinar en América Latina), de 1975, junto a otro extraordinario actor, Michael Caine; ‘El viento y el león’, también de 1975, con Candice Bergen –yo le hubiera dado el Oscar por esta portentosa aparición, y ‘Robin y Marian’ (1976) junto a la inmortal Audrey Hepburn.

 

Realmente lamento la partida de Sean Connery, lo vamos a echar de menos.

 

gama_300@nullhotmail.com   @marcogonzalezga