O más gambetas da la vida. ¡Caray!, lo que son las cosas, el astro argentino de fútbol había estado driblando a la muerte, ahora sí que materialmente, desde hace como treinta años, pero como siempre sucede, el Pelusa terminó pelándole los dientes a la muerte. Con ella no se puede jugar, es lo único seguro en la vida. Tarde o temprano se nos aparece de manera improvista o dando algunas señales previas. A veces las ignoramos insensatamente o nos damos por no aludidos, al final, como quiera nos la vamos a encontrar. No nos podemos permitir jugar a las vencidas con doña parca, siempre termina venciéndonos. Y así pasó con Diego, por más que los hinchas argentinos desproporcionalmente se atrevieron a compararlo con Dios. D10s así solían aludir al legendario futbolista, pero una cosa fue él con un balón a sus pies en donde desplegó su genio y sus enormes virtudes futbolísticas por las más importantes canchas del orbe y otra cosa fue el Diego Armando hombre. Una moneda de dos caras, de la parte sombreada, oscura vamos, se concentraron en su persona las más bajas pasiones e instintos que lo llevaron a vivir un infierno que alcanzó a toda su vida personal, al mundo que lo rodeaba hasta casi hacer de él una piltrafa humana. Su vida fue la síntesis de un viaje infortunado que lo llevó de la gloria celestial al infierno. Ahí quedan sus maravillosos lances futbolísticos, su gambeta, su fantástico dribling y el arrojo que mostraba en la cancha para enfrentar a los rivales… en fin, todas las enormes virtudes y la magia que era capaz de hacer cuando tenía un esférico en las piernas. Hasta para vivir la vida hay que aprender y, por lo visto Diego no aprendió o no tuvo tiempo de aprender a vivir la vida como él se la merecía para ser feliz. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal. Foto de Wikipedia.