EL OCASO DEL MITÓLOGO

Silvestre Viveros Zárate

Llegó hace mucho tiempo. Tanto que ya no recuerdo la fecha exacta, pero fue seguramente una semana o diez días después de los aguaceros de mayo, porque el charco de agua que se hace y hacía frente a la iglesia tardaba más o menos ese tiempo en evaporarse y ya estaba prácticamente seco. Era un tipo sin ninguna prenda sobresaliente. Pantalón de mezclilla, botines y camisa de manga larga a cuadros. En una tierra de vaqueros vestido así, podría pasar por uno más del oficio. Por uno más de los integrantes de la comunidad. Pero no era igual. Era completamente diferente. Lo primero que hizo fue esperar a que se instalara el tianguis que como todo mundo sabe en este pueblo se instala los jueves en la calle Zaragoza ocupando tres cuadras, poco más, poco menos. Al principio los tianguistas le pedían que se retirara con su perorata porque los clientes, según ellos, se distraían y no miraban su mercancía. Al verlo actuar sospeché de inmediato su altísimo nivel cultural, su memoria excepcional y la dicción propia de un orador profesional. cuando inició su parloteo peligrosamente amable, lisonjero, falto de sustento y sin embargo sumamente atrayente me convencí. Habló de sirenas, de personalidad, de libertinaje, de laberintos demoníacos, de coquetería, de estrellas fetichistas, del arte de cazar, de los amantes, de lo bueno, de lo malo. La gente se arremolinaba a su alrededor y los comerciantes elevaron sus ventas de manera exponencial. Después se lo disputaban para que se instalara en medio de los que vendían ropa y le ofrecieron parte de sus ganancias, se inició una lucha por lograr que el cuentacuentos como le decían se instalara frente a sus improvisados comercios. Así los carniceros, los verduleros, los que vendían herramientas nuevas y de uso, los vendedores de queso y derivados de la leche, cada jueves era mayor la afluencia de visitantes al tianguis. Las damas emitían grititos de aprobación cuando recitaba: Cuando ya no nos interesa la forma en que nos ve aquel que amamos significa que ya no le amamos, en el amor basta tan poco para que uno se desespere que una sola mirada puede echarlo todo a perder. (aplausos) la verdad es que, si algo existe cambiante, inaceptable en la conducta y en la vida de los hombres mezcla de bien y de mal, es la soledad. Tiene sus componentes desagradables, pero, de cualquier manera, continúa siendo rectora de nuestra conducta. El cronista sintió dentro, muy dentro de sí el impacto de un recuerdo de un lejano amor que nunca, aunque se lo repetía a diario había podido olvidar. El ya maduro relator de ficciones, de fábulas, quedó callado. Inoculado de mutismo como si un animal dañino le hubiera comido la lengua. Aquella, La palabra ingrávida que simbolizaba la majestad y majestuosidad fascinadora de su audiencia, dándole una dignidad de ser superior a todo y a todos cual, si fuera un enviado de los viejos dioses, de aquellos que nuestros ancestros esculpieron en piedra para que por pesados no pudieran ascender al cielo permaneciendo por siempre entre nosotros como algo cercano, palpable, obvio. Lejanos de ser los entes evanescentes, distantes, fríos, difusos, palpables o concebidos solo por la fe o la imaginación. Por ellas temen los actuales a su exaltación, a su enojo, a su ira, a su castigo, aunque siempre se ha podido constatar que aquellos y el actual siempre fueron justos en sus dictámenes. Ya no podremos escuchar las retóricas de su diferencia con el sacerdote. Sucede, decía, que tenemos trabajos distintos, Él dice buscar y pregonar la verdad, aunque es tan manifiesto su temor como su asombro que, a lo último, resulta de una inutilidad más mística que puritana. Yo solo abandero las razones de la sed de cultura y cosas nuevas de la gente. Dialoguemos cada quien, en defensa de su tesis, de su actuar, quitando siempre el sumo del reproche a las palabras. Desde luego no quiere decir lo expresado que los ancianos solo tengan fantasías patéticas, lo que ven es solo una parodia de tristeza porque sin soledad la ensoñación no existe. La soledad para hacerse visible porque presente siempre está, necesita cierta dosis de coadyuvancia de factores externos como puede ser el rompimiento con la persona amada. La pérdida de un ser querido. Que solos se miran los deudos camino a casa después de dejar en el cementerio a la persona que amaron. Que sola y amarga la vestimenta negra. Que cruel sufrimiento de aquellos que tienen que soportar las palabras y el ruido que aparentemente alejan la soledad.  Esto lo mencionó cuando la mano de una palmera agitada al aire, daba la bienvenida a un amanecer de luces segadoras, se aproximaba con su voz de grillos y gallos que indiscretos anunciaban su llegada. Es cierto, no estamos obligados a defender aquello que no merece nuestra reprobación. Esa palabra desapareció a manera de encanto. Ya no mencionaba como antaño frases a modo de aquella de: rasguñando las olas del mar con los dedos del amanecer para alagarte en lugar de rosas te traje espuma blanca como copos de nieve. O la sentencia que predecía que llegaría el tiempo en que enmudecerían los pájaros y los follajes de los árboles serían los receptores de un silencio más grande pesado y espantoso que el de los cementerios. Alguien gritó ¡se quedó mudo! El mitólogo comprendió de inmediato que tenía que salir de su letargo. Olvidar a aquella que lo hizo caminar como sonámbulo y llegar a este pueblo de vaqueros junto al mar. Recuperar su voz. Con ella podría nuevamente manifestar los atributos necesarios e imprescindibles con los que exhibir su supremacía. Lo primero que mencionó fue que su andar estaba muy lejos de ser caprichoso. Si algún gusto, antojo o veleidad existe, no es mío ni de mi voluntad. Estoy cierto de no dejar ofendidos ni rencorosos, por lo menos en cuanto a sentimientos y deseos de mi persona. Ése, en ningún momento fue mi propósito. No hice jamás deliberadamente una apología de la incredulidad. Los pasos que mis pies siguieron fueron sobre una ruta ya trazada. ¿Por quién o quiénes? No sé. Solo sé que alguien antes que yo hizo “camino al andar” Todos los presentes lo notaron porque siempre expresó que estaba totalmente convencido que no sería capaz de amar más de lo que podía llorar y en esta ocasión no podía gimotear. Las lágrimas se le negaban. Entonces comprendieron que aquel hombre era digno de continuar los pasos caminos o senderos que han seguido los que han aportado algo a las letras de nuestro pueblo. Sí. Puede ser. Estoy convencido de que ya algunos amaron de la misma forma dolorosa en que amo yo. Hablar no fue medicina para olvidar. Callado seguiré mi camino. Adiós, pueblo de vaqueros, de agricultores, pescadores, de artesanos. Reconozco que su grandeza no fue suficiente para curar mi mal. Adiós…dicen algunas gentes que lo vieron pasar por Palma Sola.

SILVESTRE VIVEROS ZÁRATE

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