Desigualdad colectiva

Por: Zaira Rosas

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Escándalos de acoso o violación sexual, el muro de la paz que se volvió un memorial a las víctimas, listas que circulan en todo el país nombrando a presuntos agresores, candidaturas de personajes con denuncias o señalamientos de violencia o acoso sexual. Todo lo anterior tiene un punto en común: la desigualdad de género.

Durante la semana escuché todo tipo de argumentos de personas que señalaban errores del feminismo, la molestia que les genera el daño a los monumentos, que la violencia sólo genera violencia, escuché la palabra feminazi como un adjetivo despectivo para calificar a quienes marcharon el Día Internacional de la Mujer, incluso escuché a mujeres decir que también hay mujeres que se aprovechan de la situación para descalificar a cualquiera y sí, las hay como también hay hombres que se preocupan por deconstruir todo lo aprendido y verdaderamente entender cómo construir un entorno más equitativo.

Después de una semana ardua de descalificativos y mis redes sociales tapizadas de personas intentando explicar por qué la molestia, por qué las peticiones constantes de equidad y justicia o por qué los señalamientos respecto al acoso, me queda claro que la desigualdad es colectiva. Como sociedad aún no entendemos que hemos propiciado que generaciones enteras disfracen el acoso como un cortejo cuando existe intimidación o abuso de poder, como mujeres aún hay generaciones enteras que tenemos que aprender a no culparnos para poder señalar acciones erróneas. Cuya responsabilidad es de quien comete los actos, no de las víctimas.

Mientras veo imágenes de la marcha y leo casos que explican el por qué las víctimas han tardado en hacer denuncias o señalar públicamente a los agresores, leo con detenimiento dos casos en los que ubico a los acusados, he estado cerca de ellos en eventos o la escuela, leo sus defensas en las que alegan que todo es parte de una conspiración. Sin embargo, las acusaciones provienen de mujeres que se atreven después de años a narrar con detalle el horror vivido, aunque en estos casos los abusadores son de personalidades y ámbitos sociales distintos, tienen en común el saberse inmunes.

El primer caso se trata de una figura intelectual, cuyos cargos honorarios han sido internacionales, ha propiciado eventos de diálogo social en los que se abordan temas de feminismo, desarrollo tecnológico o cualquier innovación que nos permita progresar socialmente. No obstante, detrás de él hay más de 20 mujeres que narran cómo este personaje se acerca a ellas y les manipula valiéndose de su poder. Les ofrece oportunidades de crecimiento, tal como lo haría un proxeneta para capturar víctimas en su red de prostitución. Las víctimas son profesionistas, provenientes de familias prósperas, lo cual demuestra que todas en algún punto somos vulnerables.

El segundo caso se trata de alguien que conocí en la universidad, las víctimas lo señalan como el amigo de las fiestas, que en cuanto ve a alguien con copas encima intenta un beso forzado, desgraciadamente más de un caso no quedó ahí, aprovechaba el momento para abusar de quienes han perdido total control de su cuerpo. ¿Por qué apenas hablan de lo sucedido? Es la pregunta más común.

Lo anterior se debe principalmente al miedo, pero también está el no querer reconocerse como víctima, Tener que lidiar con los señalamientos sociales y encima de todo pasar por burocráticos procesos en un intento de justicia. Las víctimas tardan en promedio más de 8 años en hablar de lo ocurrido y quizás también exista un factor generacional pues mientras mayor sea la víctima, más pasa el tiempo para que se reconozca como tal.

¿Por qué la urgencia por evidenciar todo lo vivido como mujeres? Porque sirven como ejemplo y apoyo para que sean más las que se atrevan a narrar lo ocurrido, porque en medio de la necesidad de entender también se enseña a otros, porque al reconocernos entre nosotras, dejamos de ser vulnerables por el reconocimiento de los demás. Cada 8 de marzo se conmemora una lucha que lleva décadas, con la esperanza de un día no tener que salir a pedir lo que por derecho nos corresponde.