El poder y su reingeniería

Se obedece porque se quiere, aunque no se sepa bien a bien que se quiera

Coomaraswamy

Uno de los más añejos anhelos de nuestro país es que pensó que a través de la alternancia se podría acceder a nuevos órdenes de convivencia y mejoramiento económico generalizado.

Dicha esperanza ha atemperado las pulsiones del corazón, enfocadas hacia la creación de un país ordenado, justo y desarrollado económicamente, condición que parte de las estructuras de pensamiento moderno que obligan a quienes conducen las instituciones hacia el progreso y al bienestar generalizado.

A juzgar porque se nos olvidó que ganar una elección no son el fin de la acción pública sino el comienzo, ya que las instituciones son los nervios del gobierno, y entre más eficaces sean, las políticas públicas tendrán más éxito. Ese reto es nuestra cruz.

Nos enfrentamos a problemas del siglo XXI con remedios del XX. La pretensión de orden de las sociedades modernas se centra en la intención de mantener al margen y hasta artificialmente, los verdaderos asuntos públicos.

La víspera de concentración y la emergente representación de nuevos totalitarismos han reasignado la preocupación de una concentración de poder arcaico.

Cabe destacar que la experiencia histórica nos ha mostrado que la superioridad avasalladora del ejercicio de la fuerza física y jurídica nunca ha sido suficiente para establecer la multitud de diferencias dentro de lo social, de ahí el carácter y sello simbólico que acompaña a todo gesto de poder que pretenda ejercer su voluntad sobre el pueblo.

Es decir, el espacio de acción de lo propiamente político, es en realidad, el ámbito de la historia. En política los contextos y las inercias son fundamentales. Hay inercias al alza y a la baja. Identificando ese factor, se puede sumar o crecer, de lo contrario, sin entender el contexto, todo es ilusorio.

La política, su ejercicio del poder, escudriña y visibiliza, repite y reproduce: ordena. Es decir, el ejercicio de orden va desde la estructura partidista hasta la consumación ejecutiva del poder público.

Principalmente, cuando las transformaciones de nuestras relaciones sociales, no se agotan en los cambios de gobierno y sus acciones, de hecho, probablemente solo constituyen mecanismos de dominación perfeccionados.

Sabedor de ello, el maestro Giovanni Sartori, nos dice en su Ingeniería Constitucional, que las constituciones no organizan simplemente la casa del poder, sino que también aportan la ingeniería del comportamiento.

El Autor Italiano no concibe a las constituciones meramente como documentos legales, caracterizados por mandatos y prohibiciones; las concibe como estructuras de incentivos, de recompensas y reprimendas.

Las constituciones son instrumentos de proyección. Su intención principal es controlar y limitar el ejercicio del poder político. Pero también no son solamente instrumentos de protección; también son instrumentos de gobierno y, hasta donde sea posible, de un gobierno eficiente.

Esta última vertiente es lo que tanto nos ha faltado, y sigue faltando al país, lo cual da un vaciamiento para erigir cambios reales que abracen los anhelos de la sociedad de una justicia verdadera, no expresiones de diatriba y polarización que no edifican más que divisiones de consideraciones morales irreparables.

¿Cuál será el destino de nuestra Carta Magna? ¿Estamos viviendo una inercia a la inversa que en 2018?