La influencia de los Estados Unidos en los Tratados de Córdoba

David Quitano Díaz.
“La excentricidad inglesa es insular y se caracteriza por el aislamiento: una excentricidad por exclusión. La hispana es peninsular y consiste en la coexistencia de diferentes civilizaciones y pasados: una excentricidad por inclusión”.
Octavio Paz

Antes de iniciar, me permito advertir que la presente entrega es un breve resumen de lo que a la postre será un documento de investigación, sin embargo, por la época y las conmemoraciones lo quise compartir a través de medios electrónicos, a fin de abonar al debate y escrutinio público.
Un punto de partida necesario es primero remontarnos a 1808, en ese momento todavía faltaban dos años para la lucha que iniciaría con el Grito de Dolores; ante ello, es preciso comentar que hay posicionarnos en el contexto. Desde la perspectiva politológica de las relaciones internacionales el contexto marca agenda, ya que desde la narrativa internacional también se originan movimientos locales. La narrativa en toda América y en Iberoamérica en esos tiempos, emerge como una inercia que años más adelante no se podrá detener.
En 1808 comienzan a darse a conocer las revoluciones norteamericanas y francesas. Llegan a las colonias la idea de los Estados liberales, que implicaban un rechazo a las monarquías, al tiempo que involucraban la búsqueda de una soberanía a los pueblos.
La población de la Nueva España, conformada en su mayoría por población indígena (60 por ciento) y de castas (22 por ciento), empezaba a sentir descontento hacia la corona, por la ausencia de pujanza productiva y los niveles de precariedad.
Además, en mayo de ese año el rey de España Fernando VII abdicó la corona en favor de Carlos IV, quien a su vez renunció en favor de Napoleón. Esto generó un descontento general y una serie de levantamiento, incluso hubo un intento de golpe de Estado por parte de comerciantes tras este suceso. Esto empezó a germinar la idea de conspiraciones y de lo que a la postre sería la línea convencional la historia mexicana.
Al tiempo que la escasa representatividad de los delegados del Nuevo Mundo en las Cortes, la exclusión del derecho al voto de las castas, el descontento por las disposiciones del órgano legislativo español sobre las políticas religiosas y recaudatorias, así como la búsqueda por una igualdad de derechos entre peninsulares y ultramarinos fueron eventos que aceleraron la desvinculación con la metrópoli (España).
Como hemos mencionando, la sociedad novohispana estaba formada por un mosaico humano, sólo 17.5% lo formaban los peninsulares y los criollos, sus descendientes, habitantes de las ciudades.
El grupo peninsular era minúsculo y la población distinguía entre los burócratas y los residentes permanentes. El grupo criollo era el más educado y 5% era propietario de grandes fortunas, algunos hasta con títulos nobiliarios; pero la mayoría la formaban rancheros, comerciantes, empresarios, funcionarios, religiosos y militares medios, aspirantes a los altos puestos. Alrededor de 60% de la población la representaban los indígenas, que mantenían sus estructuras corporativas.
Bajo ese mar de turbulencias, los sucesos de España tuvieron una repercusión profunda en el Nuevo Mundo. Reacios a aceptar la dominación francesa, los españoles organizaron juntas provinciales para oponerse al invasor. Aunque divididas al principio, las provincias de España finalmente unieron sus fuerzas para formar un gobierno de defensa nacional, la llamada Junta Suprema Central, y para emprender una guerra de liberación.
Sin embargo, la información ejemplifica cómo el gobierno nacional español no podía derrotar a los franceses sin la ayuda de las colonias. Por lo tanto, el nuevo régimen reconoció la igualdad de los virreinatos americanos con la Península y en 1809 los invitó a elegir representantes ante la Junta Central.
Al tenor de lo anterior, vale la pena subrayar que existe una tesis signada en la supuesta influencia ideológica de los Estados Unidos y basa en la idea de sembrar en América Latina el deseo de independencia a través de un movimiento para romper el Yugo Europeo.
Como consecuencia de ello, sale de relieve como que ni la Revolución Francesa ni el movimiento independencia persuadieron de cortar sus lazos con la monarquía española.
Ya que precisamente hasta 1808 las clases dominantes se encontraban bien, conformes con la corona española, en sí con los problemas económicos y sociales que enfrentaban la mayoría de las colonias, sin embargo, obran autos sobre la falta de indicios por quererse independizar. Ni el propio Cura Hidalgo, quien, en el grito de Dolores, aventó algunos vivas para Fernando VII.
Lo que realmente alteró todo en Nueva España fue la invasión francesa a España, toda vez que Napoleón hizo que la monarquía española abdicara, y él a su vez la cedió a su hermano José.
Lo anterior generó que los habitantes de la península y del nuevo mundo, se mostraran prácticamente unánimes en su rechazo a los franceses, y surgieran ideas de gobernarse a ellos mismos, antes de que los franceses fueran a imponer sus ideas.
Algo que la historia convencional no señala, es como tanto Francia como España ayudaron a los colonos sublevados en Nueva España con dinero, armas y municiones. Desde entonces la guerra se trasladó al sur y el conflicto ya era plenamente internacional.
Pero para que se diera lo anterior, años atrás muchas naciones se sumaban la ola de movilizaciones, como es el caso de Holanda quien también se unió a la coalición formada por España y Francia. Así se evidencia en el año 1781 cuando ocho mil soldados británicos fueron rodeados en Virginia por una legión francesa.
Por otro lado, las órdenes de George Washington, con un ejército franco-estadounidense de dieciséis mil hombres consiguieron la rendición del general británico Cornwallis tras el sitio de Yorktown. Fue el momento en el que el gobierno británico propuso la paz.
Se llegó así al Tratado de París o Tratado de Versalles que se firmó el 3 de septiembre de 1783 entre Gran Bretaña y Estados Unidos con el que se puso fin a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
De este modo, se reconocía la independencia de Estados Unidos de América y nacía una República cuyo ejemplo marcó el camino para otros pueblos americanos.
La influencia pronto se hizo ver, tal y como predijo Lafayette, respecto a cómo la revolución norteamericana era el comienzo de “un nuevo orden social para el mundo entero, es propiamente hablando la era de la declaración de los derechos”, que significaría simbólicamente una semilla en el pensamiento liberal mexicano y que se terminaría por consolidar en Córdoba Veracruz aquel 24 de agosto de 1821, por Agustín de Iturbide, y por Juan O’Donojú, días después de la batalla de Azcapotzalco.