Cristóbal Soto Borboa esperaba sentado sobre la misma maleta con la que llegó al Asilo Cogra, en el puerto de Veracruz, mientras veía cómo sus dos hijos y su exesposa se alejaban dejándolo abandonado afuera del departamento que rentaba.
El equipaje apenas pesaba, pero iba cargado con la historia de un hombre de cabellos blancos y voz senil al que la vejez terminó de venírsele encima a sus más de 70 años. A Cristóbal ni siquiera le pesaba el rencor.
Aunque es uno de los adultos mayores más lúcidos del asilo, su mente ya comienza a divagar. Sin embargo, recuerda con exactitud la fecha de su llegada a Cogra: el 31 de agosto de 2019. Ahí, dice, es feliz.
Inconscientemente, se protege del abandono al que lo condenaron sus familiares. Prefiere justificarlos antes que recriminárselos. «No lo resentí», asegura a pesar de que nunca esperó vivir su vejez en un asilo.
Cristóbal es parte del cinco por ciento de adultos mayores veracruzanos que, según estadísticas proporcionadas en 2017 por el Instituto Nacional de las Personas Mayores (Inapam), enfrentan abandono familiar, pese a que el Congreso del Estado reformó el Código Penal ese año para sancionar este delito.
Según expertos del Centro de Investigaciones y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el 16 por ciento de los adultos mayores de la república mexicana sufre abandono y maltrato.
De ellos, el 20 por ciento vive en soledad y olvidados tanto por los distintos niveles de gobierno como por sus familias, tal como le sucede a Cristóbal, quien lo más parecido que tiene a una familia son sus compañeros y cuidadores del Asilo Cogra.
El hombre llegó al asilo acompañado por el apoderado legal del departamento donde vivía, quien lo encontró sobre su maleta. El abogado pagó para que el adulto se quedara en Cogra por lo menos un mes, mientras lograba contactarse con sus familiares.
Unos meses antes, el hombre, quien actualmente tiene 74 años, había sido llevado por sus hijos al departamento de su exesposa. Allí se recuperaría de una cirugía y del estado de coma en el que permaneció por casi 20 días en un hospital de Veracruz.
Mientras se recuperaba, sus hijos aprovecharon para vender el local donde Cristóbal tenía un negocio de dulces y productos desechables en la localidad de El Tejar, en el municipio de Medellín de Bravo.
El adulto desconoce los motivos por los que sus hijos decidieron vender su negocio. Tampoco les guarda rencor porque se deshicieran de su patrimonio ni porque lo hayan abandonado a su suerte. Incluso los defiende, afirma que fueron ellos quienes lo llevaron al asilo.
«Ya no había dinero para mantenerme, no había quien me cuidara», justificó.
A semanas de su llegada al Asilo Cogra, la directora del refugio, María Teresa Mendoza de Infanzón, se contactó con uno de los hijos de Cristóbal para pedirle que se hiciera cargo de las mensualidades de su padre.
Pese a que el hombre afirma que sus hijos lo visitan periódicamente, la directora del asilo lo desmiente. Uno de sus hijos varones paga la mensualidad de su estancia, pero ni siquiera lo llama por teléfono. María Teresa Mendoza cree que Cristóbal omite la verdad para proteger a sus hijos.
«Yo quisiera que le llamara a él, que le dijera ´papá ¿cómo estás? ¿necesitas algo? Te voy a mandar para unos zapatos, papá, te voy a mandar unos centavos», comentó la directora de Cogra.
«YA NO QUIERO ESTAR AQUÍ»: JOSÉ LUIS
«Ya no quiero estar aquí, quiero irme a mi casa» … A José Luis Dolores se le nota el sufrimiento en la mirada. Se siente solo. Por momentos se sabe abandonado y, de repente, sabe que no puede estar en un mejor lugar.
Como Cristóbal, es otro de los adultos mayores del Asilo Cogra a los que sus familiares olvidaron por completo. A veces quiere correr a su casa, pero, la verdad, apenas puede caminar; a sus 74 años se apoya con dificultad en una andadera.
A pesar de que tiene dos hijos, un hombre y una mujer, y tres hermanos, nadie se hace cargo de él. También lo dejaron a su suerte en su domicilio en la calle Cultura de la colonia Miguel Hidalgo, a unos pasos del asilo, donde hace cinco años llegó a pedir ayuda.
José Luis llegó enfermo y con hambre a la puerta del Asilo Cogra; le faltaba dinero para comer y además tenía dificultades para caminar. Pronto, el personal del refugio se dio cuenta de que sus complicaciones se debían a una hernia en un testículo.
Hace año y medio que fue sometido a una cirugía en la que los médicos le extirparon la hernia, sin embargo, quien lo cuidó fue Daniel Hernández, el adulto mayor que goza de mejor salud en el Asilo Cogra.
José Luis afirma que uno de sus hijos vive en la Ciudad de México y otro en Monterrey y por eso nunca lo visitan, pero en realidad ambos viven en el puerto de Veracruz.
«Ellos viven aquí, pero yo siento a veces que lo hace por protegerlos», dijo María Teresa Mendoza.
Sus hermanos lo visitan espontáneamente para llevarle algunas cosas, a veces solo una bolsa de pan, pero ninguna aporta para su mensualidad. José Luis paga una cuota de recuperación en el asilo gracias a su pensión; el resto lo aprovecha para él.
«Me siento solo», reconoce con la voz temblorosa.
OLGA, MARÍA, RODOLFO… HISTORIAS DE NUNCA ACABAR
El Asilo Cogra, ubicado en la calle Cultura de la colonia Miguel Hidalgo, a unos pasos de las vías ferroviarias en el puerto de Veracruz, alberga actualmente a 58 personas, 32 mujeres y 27 hombres; la mayoría son adultos mayores.
De acuerdo con María Teresa Mendoza, directora del refugio, al menos la mitad de los asilados sufre algún tipo de abandono: el 20 por ciento fueron encontrados en la indigencia y el 30 por ciento están olvidados por sus familiares.
El asilo además da refugio a personas discapacitadas o que sufren algún tipo de enfermedad, como Olga, una mujer de 44 años con síndrome de Down, quien desde hace dos años no recibe visitas de sus hermanos.
«Ella tenía dos hermanas, vinieron a buscarla, pero la querían tener de sirvienta; se la llevaron y como a los cuatro meses la regresaron porque el hermano se murió», contó la titular del asilo.
En Cogra también vive María, una paciente psiquiátrica, quien a sus 24 años es la integrante más joven del asilo. A veces dice que está casada y que vive con su esposo en el segundo piso del lugar, u otras cambia de personalidad.
La joven, originaria de Xalapa, también fue abandonada por su familia. Sus cuidadores saben que su madre vive en la capital del estado, pero desconocen dónde pueda estar.
En Veracruz, las personas que abandonan a menores de edad, personas enfermas, adultos mayores o incapaces de valerse por sí mismas son sancionadas con la imposición de dos a seis años de prisión. Sin embargo, la cárcel para no ser suficiente para acabar con el abandono de personas de la tercera edad.