Tren Maya

 

«El proyecto es una enorme oportunidad para la región, pero el éxito o fracaso no está en las variables que se consideraron, sino en todas aquellas que están ausentes del análisis.»
HACERLO MEJOR / Verónica Baz
en REFORMA

 

El documento público donde se muestra el análisis costo-beneficio del Tren Maya es optimista.

Este considera la inversión pública como costo y lo sopesa contra el incremento en la productividad, los beneficios derivados de que las personas pasen menos horas en el transporte y la derrama económica como consecuencia de que los turistas tengan estancias más largas y diversifiquen sus actividades, entre otras variables.

Las motivaciones para echar a andar este proyecto sobran. Una de ellas es un reparto más equitativo de la derrama económica derivada del turismo. Hoy 83% de los turistas llegan a Quintana Roo, mientras que Chiapas, Campeche y Tabasco reciben en conjunto el 6% de los visitantes de la zona.

También se trata de tener una mejor infraestructura para conectar, ayudando así a más personas a salir de la pobreza económica y acceder a mejores ofertas de servicios en materia de salud, educación y trabajo. A nivel de unidades productivas, los beneficios están asociados al surgimiento de economías de aglomeración, es decir, las ganancias que obtienen los actores económicos por el simple hecho de estar cerca los unos de los otros al compartir conocimiento, incrementar el comercio, compartir mercados laborales, etc.

El proyecto es una enorme oportunidad para la región, pero el éxito o fracaso no está en las variables que se consideraron, sino en todas aquellas que están ausentes del análisis. Entre lo que se dejó fuera, el costo más evidente es la destrucción del medio ambiente y los efectos que su deterioro tiene sobre la región, el continente y el planeta. Esto va más allá de la tala de árboles. Se trata de entender y proteger ecosistemas complejos e interrelacionados que hoy están en riesgo no solo por la construcción del tren, sino por una visión del desarrollo que ignora ecosistemas enteros.

Con respecto a la derrama económica, no queda claro que esto venga aparejado de un proceso de diálogo, empoderamiento y capacitación de las personas de la zona. El modelo de grandes inversiones que generan empleos para las comunidades locales ya mostró muchas limitantes en un sinnúmero de lugares del país. Hacer algo diferente requiere procesos permanentes, que reconozcan a las personas y las comunidades de la zona y  que vayan más allá de las consultas públicas a modo. Pueden llegar muchos recursos a la zona y, aún así, empeorar variables como equidad y seguridad.

Está en riesgo también el patrimonio cultural inmaterial del que poco se habla pero que consiste en proteger, no sólo la biodiversidad y las zonas arqueológicas, sino las artes rituales, los actos festivos, idiomas, tradiciones y expresiones orales, los conocimientos relacionados con la naturaleza y el universo, entre otros.

Para que el Tren Maya realmente sea un proyecto cuya misión sea el de la «justicia social»  y llevar desarrollo a «los olvidados» (como se ha manifestado) se tendría que empezar por comprender qué es desarrollo y justicia para las personas de la región, y qué es lo que estas quieren para sus comunidades y territorios. Asimismo, es fundamental atender deficiencias y problemas básicos como la corrupción a nivel federal pero también en los gobiernos locales, la falta de coordinación entre los tres niveles de gobierno, y la carencia de servicios básicos en la zona.

Hacer las cosas diferentes requeriría algo que hasta ahora no hemos visto ni en esta ni en otras administraciones.

veronicaebaz@nullgmail.com

@VeronicaBaz