Cosmovisión

Por: Raúl López Gómez

 

El sentido de la vida

 

Conocí a la señora Gudi, somos un poco compañeros de caminata, por las tardes a veces que coincidimos.

 

La primera vez, la vi sentada en una banca del camellón de verdes árboles y de muchas plantas, quizás estaba en la reflexión.

 

Lo primero que me indicó ante la insistencia de platicar con una mujer que anda pasando los setenta años de cabello blanco y de esbelta figura, porque ella es muy delgada, es que no podía oír, debido a una afección del oído que le fue diagnosticado no hace mucho tiempo.

 

Pero, en la realidad no oye nada, pero lee muy bien los labios, habla muy bien y esos ojos vivarachos y brillantes, hablan por sí solos. Y poco se pudo intercambiar un dialogo.

 

Ya en otra ocasión, vi a aquella mujer viendo el mar de frente, como si estuviera orando, y con una sensación de mucha paz y tranquilidad. Parada muy erguida con su bastón en la mano.

 

Ahora, me tocó hacer la caminata y esperé para verla de frente, entonces le dije que caminamos juntos.

 

En principio no me reconoció, pero comenzó a hacerme unas preguntas, ¿nos conocemos, dijo, y le respondí que yo era el de la bicicleta que otro día habíamos platicado, y poco a poco fue recordando de aquella vez en que la conocí y me detuve a saludarla.

 

A la señora, le saludan todos los que pasan haciendo la caminata, porque le conocen de esa saludable rutina de muchos que la practican por las tardes de brisas de mar en la zona costera de Veracruz.

 

En la caminata con un poco más de claridad pudimos intercambiar impresiones, y comenzó a platicar parte de su larga vida, de que su padre fue cubano y su madre alvaradeña. De que estudió una profesión en la capital del país, ejerció por muchos años, y luego cambió un poco el giro de su actividad.

 

Con mucho pesar, habla de algunos aspectos de su esposo, al que de inmediato se percibe como el amor de su vida, y de que lo debe extrañar mucho.

 

Poco del tema de los hijos, pero evocó algunas partes de mucha emoción de la vida de su madre, de origen alvaradeño, que disfrutaba de cocinar la comida típica y todo lo de la variada gastronomía de esa región.

 

Le comenzaron de repente a fluir las palabras, y narró que la llevaron al doctor, al que no veía desde hace algunos años, pero le dio mucho gusto porque el galeno le dio un abrazo muy sincero y cálido.

 

En la realidad, doña Gudi, con todo y bastón camina más aprisa que yo, me costó llevarle el paso, porque debe ser que lleva muchos años de hacer la rutina del ejercicio vespertino con mucha convicción.

 

Se le ve sana, feliz y alegre, a pesar de que no oye, y de que al expresar sus emociones se transforma, y recordar le hace ver más feliz.

 

Al llegar a un punto del recorrido, ella se queda, y en una despedida de un adiós con la mano, no dejó de verle brillar sus ojos, que no permiten ver su nostalgia.

 

Comentó, que a veces le dicen que habla un poco alto, pero le dije, que su tono de voz lo escuché normal, muy natural.

 

El mensaje, qué a mí, me ha dejado la señora Gudi, es que es una mujer feliz, y que aprendió a vivir en el día a día con mucha felicidad, y que de la adversidad ha hecho toda una fortaleza, porque no se derrota y sabe disfrutar cada minuto de la vida. Así las cosas.