Día del economista 2021
Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto.
John Maynard Keynes

David Quitano Díaz

Últimamente una de mis profesiones “la de economista”, cada vez me da más nostalgia, esto como consecuencia de la denostación a la evidencia científica, condición que sobra decir, es vaso comunicante y deliberativo para la riqueza de las naciones.
Además de ser elemento que con la aparición de la posverdad ha generado tanto ruido que exacerban y limitan la racionalidad económica, esto como una condicionante fundamental dentro de la toma de decisiones para el desarrollo.
Me formé en los últimos reductos de una profesión con la convicción del sentido social, donde más allá del espíritu natural de las “ambiciones” personales, sí se quería trascender para servir al pueblo.
Hoy las opiniones tienen precio, han sido dinamitadas por el fetichismo de las mercancías, situación que nos ha llevado a un precepto declarativo sin eficacia alguna, es decir, cada vez menos se arriesga algo por un ideal, por un sueño, por las ganas de ser para los demás.
Por otro lado, dicen unos que la economía es la más científica de las ciencias sociales; la más cercana a la astrología -dicen otros-. Sin embargo, nuestras decisiones diarias, están inevitablemente sumidas en un mar de fenómenos económicos. No hay persona que al menos no mencione una vez al día algo relacionado con esta disciplina.
En 2017 escribí en este espacio, que quienes nos hallamos inmiscuidos en el andar económico, debemos ser nigromantes al combatir el dogma que tanto daño le ha hecho a la humanidad, justificando dictaduras desde el adoctrinamiento político-económico.
No debemos perder de vista a la creatividad como factor motriz de la innovación de la globalización; más con la incorporación y el cambio tecnológico en conjunto con la humanidad ha cambiado radicalmente. Hoy el individuo no reconoce más límites que los de su imaginación.
Hoy el individuo es el último autor de la norma y único juez de su propia conducta, delimitada esta última por los incentivos económicos.
Actualmente parece que la economía deja de crear armonía entre las necesidades y escasez, con el afán de lucro convertido en su único motor y el dinero como símbolo casi exclusivo de riqueza.
Quizás no exista ciencia social, más lúgubre que la economía, pero tampoco alguna otra que explique mejor los acontecimientos más sensibles del comportamiento humano en su conjunto. Habría de ser diversa, amplia y de interés general.
En ese sentido, cabe la trillada interrogante ¿Qué es un economista? Me permito, esbozar una definición que me encanta, que hizo en su momento Sir Maynard Keynes (1924): «… el economista debe poseer una rara combinación de virtudes. El economista debe alcanzar un estándar elevado en diferentes direcciones y debe combinar talentos que con frecuencia no se encuentran reunidos en la misma persona. Debe ser matemático, historiador, estadista, filósofo -en algún grado-. Él tiene que entender símbolos y hablar con palabras. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo de pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado para los propósitos del futuro. Ningún aspecto de la naturaleza humana o de sus instituciones, debe quedar enteramente al margen de su interés. Debe ser persistente y desinteresado de manera simultánea: soñador e incorruptible como un artista, y sin embargo a veces tan terrenal como un político».
Dicha estructura cada vez se encuentra más escasa que cuando Keynes lo aseveró, ya que la búsqueda de la verdad absoluta a través de un método científico, sin considerar el relieve histórico y empírico, precisamente solo enfocado al procesamiento de datos, desde la simpleza de los manuales, ha coartado la integridad del economista moderno (no todos) que en términos aristotélicos se encuentran más cerca de la Crematística, que de la propia economía.
No me resta más que celebrar este día, y exhorto a colegas y alumn@s, a nunca perder la pasión por esta hermosa ciencia que cada vez más las sociedades requieren de su marco de pensamiento para resolver todos aquellos desafíos como son la exclusión, pobreza, el deterioro de nuestro bienestar, y por supuesto la utopía de dejarles a nuestras hijas e hijos un mejor mundo.