50 años de hacer periodismo
Marco Aurelio Gonzáles Gama
Por increíble que parezca, el año que entra, este apuntador servidor de ustedes, cumplirá, si el destino se lo permite, 50 años de estarle dando a la máquina de escribir con el mero afán de tratar de hacer periodismo honesto e inteligente. Esta noble y gratificante tarea que para muchos colegas de oficio probablemente sea algo fácil, para el que esto escribe, créanlo, se ha convertido en una cruzada un tanto difícil de realizar conforme los años han ido pasando. Pero les platico. Fue en el año de 1972, cursaba el sexto de primaria, cuando con un grupo de compañeros de pupitre —no éramos más de tres— nos dimos a la tarea de fundar un pequeño periódico al que denominamos El Latino. Sacábamos un número semanal, lo hacíamos a la antigüita, es decir, lo escribíamos en una máquina Olivetti en hojas tamaño carta de papel bond con papel carbón intercalado. La redacción se hacía de manera horizontal de tal manera que cada página del periódico ocupara la mitad de cada hoja. Al final, cuando se terminaban de integrar los varios ejemplares que hacíamos —tal vez unos 20—, simplemente se doblaban por la mitad y se engrapaban en la parte media para que el formato del periódico saliera como una especie de cuadernillo. Los responsables éramos mis entrañables amigos hasta estos días Guillermo García Montero y Ángel Rivera Pernía, y el que esto escribe. El periódico tenía varias secciones: noticias de actualidad, sociales, eventos inusitados —recuerdo que una vez publicamos que a un parroquiano lo había defecado una paloma accidentalmente cuando caminaba despreocupado por el parque central de Córdoba— y una sección dedicada al cine a la que denominamos «Del cine y sus estrellas», de la cual yo me hacía cargo por completo, y que literalmente copiaba de la revista Vanidades. Nuestras fuentes eran periódicos y revistas tanto locales como nacionales. No recuerdo cuántos ejemplares habremos tirado durante el año escolar, pero fueron varias semanas que puntualmente el periódico se distribuía gratuitamente entre los compañeros del grupo. Evidentemente era algo amateur, candoroso, inocente, pero que hacíamos con mucho entusiasmo, disciplina y compromiso, vamos, lo tratábamos de hacer bien, «con toda la barba». A partir de entonces nunca dejé de escribir tanto en periódicos escolares como en los de la localidad, sobre todo en El Mundo de Córdoba que dirigían Othón Arroniz y Billy Scully, que en aquellos años eran puntales del periodismo cordobés. Así es que prácticamente he escrito desde que aprendí a escribir, contando historias sencillas, a veces algo de literatura —sin prosopopeyas—, tratando de hacer análisis periodísticos de temas variopintos y, las más de las veces, tratando de hacer periodismo, un periodismo nuevo y honesto. Ya ustedes los lectores juzgarán si he cumplido con ese propósito.