Cada semáforo en rojo es una oportunidad para que Miguel venda un periódico sobre la avenida Ruiz Cortines. El ritual es el mismo de lunes a viernes: levantarse de la banqueta, sostenerse de sus muletas y ofrecer con automovilistas un ejemplar en 12 pesos. La oportunidad dura 60 segundos hasta que el semáforo cambia de luz.
Miguel Hernández Martínez tiene 65 años de edad y casi la mitad de su vida -30 años- ha vendido periódicos en este crucero de Xalapa. Originario de la comunidad de Atalpa Chico, del municipio de Tlacolulan, el hombre de trato amable toma un autobús para llegar a este camellón donde se gana la vida desde las siete de la mañana.
“Por muy tarde comienzo a vender a las siete de la mañana”, comparte Miguel mientras comienza a poner piedras sobre unos 30 ejemplares para que el aire nos los vuele. Ahí espera paciente cada semáforo en rojo. Él reconoce que las ventas han descendido como la temperatura en la capital, que hoy ronda en los 11 grados centígrados.
Hace años, recuerda, una buena jornada le permitía vender hasta 150 periódicos. Un ejemplar vendido le genera una propina de cinco pesos. Sin embargo, reconoce que la pandemia ha tirado las ventas y lo máximo que vende son 30 periódicos: unos 150 pesos de ganancia.
Es alrededor de las tres de la tarde cuando Miguel regresa casa, después de pasar aproximadamente ocho horas en un vaivén que va entre esperar sentado sobre el frío pavimento. “Hay veces que no vendo todos los periódicos y tengo que regresarlos”, dice con una sonrisa.
Al igual que otros comerciantes, Miguel vio afectadas sus ventas por la llegada de la pandemia a causa de la Covid-19. “Con el coronavirus bajó mucho y todo está difícil porque todo ha subido de precio”, comenta.
Pero la pandemia ni las bajas ventas han sido un impedimento para él, pues presume que ya cuenta con las tres dosis contra el covid-19 y toma licuados de ajo con cebolla morada para cuidarse y poder estar con sus tres hijos, quienes decidieron quedarse con él desde adolescentes, después de la separación entre Miguel y su entonces pareja.
“Aprendí a hacer de comer, no muy rico, pero aprendí a hacer de comer”, recuerda.
A sus 65 años, Miguel ya es beneficiario de una pensión, con lo que costea sus gastos personales. No obstante, el vendedor busca empleo para personas discapacitadas; desde joven perdió una pierda a causa de un accidente automovilístico. “A esta edad ya no te dan trabajo tan fácil”, dice Miguel mientras se impulsa fuerte para ir hasta la ventanilla donde ya lo esperan.