En el anterior Carrusel, esta pluma planteó la pregunta, un poco como para provocar a los respetables lectores, que si estaba el género ranchero en vías de extinción. Hubo todo tipo de reacciones, algunas lo negaron rotundamente, otras con desdén, como desestimándome, y otras estuvieron de acuerdo con el cuestionamiento. No sé, a lo mejor no planteé la pregunta de manera correcta. La también conocida como plaza Santa Cecilia –el nombre oficial es plaza Giuseppe Garibaldi-, que es como el recinto de la música vernácula y de los charros cantores de la capital. Válgase la comparación, Garibaldi es como la madrileña Puerta de Alcalá, ahí está, ahí está y ahí va a estar cuando, al menos el que escribe, se rinda tributo a la madre tierra. En realidad el género no está en peligro. Vamos a seguir cantando por los siglos de los siglos a José Alfredo, a Manuel Esperón, a Juan Gabriel, a Cuco Sánchez y, en fin, a tantos inmortales autores, y vamos a seguir escuchando y cantando ‘El rey’, ‘Cielo rojo’, ‘El jinete’ y ‘El son de la negra’, entre otras canciones. Pero voy al grano, nos estamos quedando sin charros y charras cantores, porque Pedrito Fernández es como una broma portando el traje de charro, o el mismo Alejandro Fernández, que ya no sé qué es. Para empezar es un personaje enigmático que, me parece, le ha faltado el respeto al traje de charro. Lástima de voz que Dios le dio, un privilegiado, sin duda, pocos han gozado de la cuna que él tuvo y, bueno, ser hijo de la última leyenda de la canción ranchera de México no es cualquier cosa. La fama y la fortuna llegan solitas. Y de ahí brinco a las damas en donde Aída Cuevas es el último frente de guerra, porque hasta la “española más mexicana” (Rocío Dúrcal) ya se nos adelantó. Ojalá pronto surjan nuevos valores, nos hacen falta, son una de las caras más afortunadas que este gran país tiene para dar al mundo. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal. Foto de songkik.com