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El barrio de La Huaca acoge a Raquel Gómez con su especial sazón

En la década de los 80, una bailarina jarocha de piel mulata hechizó al público capitalino sobre el escenario del Teatro Blanquita al ritmo del Mambo Número 5 y otros éxitos musicales del compositor cubano Dámaso Pérez Prado.

El recuerdo de aquella época dorada para Raquel Gómez B., en los últimos años de vida del Rey del Mambo, se evapora sobre la plancha de acero en la que ahora cocina picadas dentro de un puesto metálico que roba la atención por su color amarillo en el barrio de La Huaca, en el puerto de Veracruz.

 

“Sobrevivo de esto, porque mi esposo ya está grande, ya no labora, entonces de aquí sacamos la ‘papantla’, como decía mi madre, aquí estamos tratando de subsistir y tomar las cosas de buena manera”, dice.

En el fondo del Callejón Toña La Negra, en donde descansan las estatuas de la cantante mexicana que tenía el mismo nombre artístico y también la de Agustín Lara, seis mesas y varias sillas de color amarillo rodean el puesto de la exbailarina: La Sazón de Raquel.

La exbailarina, ahora de 71 años, apresura el paso adentro de su puesto, en el que palmea una tortilla tras otra para completar un pedido de 400 picadas mientras en una de las mesas un par de turistas que aún pasean en la ciudad tras el Carnaval de Veracruz 2022 disfrutan de sus guisados.

Raquel se toma un respiro para narrar la que es su vida desde hace más de 30 años en el Callejón Toña La Negra, en el barrio de La Huaca, donde desde hace seis años reactivó la tradición gastronómica que caracteriza a la callejuela.

 

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Allí sobrevive con apenas un 10 por ciento de las ventas que tenía antes de que la pandemia de la covid-19 iniciara en 2020. Sola con los gastos de casa y con problemas de la presión, del corazón y una serie de enfermedades a cuestas que prefiere no mencionar.

Su esposo Jorge González Orozco, alias El Pichorra, a quien describe como uno de los tipos bravos de aquel barrio en antaño indómito, acechado siempre por la policía, o La Julieta, como la llamaban sus habitantes, es ahora un adulto mayor de 87 años que pasa sus días en casa, ya sin trabajo.

A la par de que desde hace seis años ya trabajaba como cocinera de picadas y antojitos en el corredor gastronómico de La Huaca, Raquel Gómez B. continuó su carrera artística como miembro del sindicato de la Asociación Nacional de Actores (ANDA).

 

“Desgraciadamente ahora con la enfermedad que hay, la Asociación Nacional de Actores (ANDA) está cerrada. Yo soy conductora de eventos artístico y políticos a nivel nacional, no hay trabajo”, comenta.

Raquel Gómez perdió más de 50 mil pesos en los últimos dos años en las inversiones que realizó para que su negocio de picadas antojitos se mantuviera a flote pese a que hubo días en que no vendió una sola pieza.

“El trabajo que ahora desempeño comparado con donde yo estuve, pues…”, menciona mientras hace una mueca y alza los hombros.

“La gente puede decir ‘ay, mira, después de que estuvo acá cómo terminó’, pero a mí no me interesa lo que diga la gente, yo me siento muy tranquila. Estoy en el puerto, estoy en mi tierra”, presume.

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La belleza, el color mulato y el cadereo con el que Raquel bailaba el mambo, ritmo que, como ahora el reguetón, era uno de los preferidos de los jarochos en la década de los 70’s, llegaron pronto a los oídos de Dámaso Pérez Prado.

Para entonces, el Rey del Mambo, Dámaso, de origen cubano, nacionalizado mexicano en 1980, ya había alcanzado su máxima popularidad con éxitos como Patricia, El Rico Mambo, Mambo Número Ocho y El Cerezo.

 

“Él me vio bailar y le gustó, me quedé un año, firmamos contrato con el notario, hicimos una temporada como de cinco meses en el Teatro Blanquita. Él era un ícono de los teatros en Latinoamérica”, relata.

Raquel partió a la Ciudad de México a principios de los 80’s para enfilarse como bailarina de Pérez Prado cuando su hijo Arturo Guzmán tenía cinco años. Trabajaba entonces como asistente del gerente de una papelería, quien le concedió el permiso de viajar, pero, por el gusto a la farándula, nunca regresó.

La hoy cocinera decidió cambiar su vida en el puerto de Veracruz, entre Uribe y Xicoténcatl, donde creció y vivió una infancia “bonita, sin tanta maldad” por teatros de la Ciudad de México en donde los telones se abrían para bailarle a los capitalinos.

Con su trabajo como bailarina en la Ciudad de México logró darle una vida “pobre, pero buena, decente” a sus padres, Gonzalo Gómez, del puerto de Veracruz, y a su madre Luz del Carmen Bahán, originaria de Cosamaloapan, quienes murieron hace 10 años. Solo le sobrevive su hermano mayor.