Los grandes inventos, más que fruto del talento de los inventores, son fruto de su voluntad férrea, de su perseverancia y del buen aprovechamiento del tiempo. Por ejemplo, Stephenson, el inventor de la locomotora, , empezó trabajando de minero con su padre. Benjamín Flanklin, el inventor del pararrayos, vivía de la venta de libros; Copérnico era hijo de un panadero; Kepler, de un tabernero alemán. Y Newton y Laplace eran originarios de una casa de labradores. Lo comentan en libro «Pinceladas de Sabiduría» de Justo López Melús.