Como una cucaracha aplastada
Marco Aurelio González Gama
Antes de entrar en materia, nada más como para darse una idea de este momento de futilidad que estamos viviendo y que nos absorbe mentalmente de manera grave, aunado al mundo informativo cotidiano, lleno de violencia e imágenes desgarradoras que parten el alma que nos dejan profundamente marcados en lo emocional, afectivo y psicológico —sigo en huelga con los noticieros matutinos, vespertinos y nocturnos por pura salud mental—, me acabo de enterar en esa atmósfera asfixiante e infecta de inutilidad informativa que es imposible evadir, y por citar tan solo dos ejemplos, que el futbolista catalán Piqué, defensa central del Barcelona y de la selección española, y por añadidura ex esposo de Shakira, ¡se retira del fútbol después de una larga carrera! ¡Vaya! Con todo el respeto que me merece el catalán, si se retira o no es algo que me vale comino. Lo mismo me ocurrió con la nota recientemente difundida en medios de Kanye West, hipopero —lo que sea que eso signifique— ultra famoso, multimillonario y ex esposo de ¡Kim Kardashian!, del que los medios manejaron que, tras unos comentarios antisemitas que tuvo el desatino de proferir en no sé qué circunstancias, (muy probablemente) «esos dichos serán (los causantes) del ocaso definitivo de la superestrella». ¡Uta, pues igual, con todo respeto para el ex de la Kardashian, a quién carajos le interesa eso!, al menos a mí no. Y así las cosas, este tipo de noticias superfluas y frívolas, más las de la violencia exacerbada, dominan las noticias de los diarios y tabloides en el mundo. Como diría Arturo Pérez-Reverte: «¡Me tenéis acorralado, cabrones!», (con este título encabezó una de sus últimas colaboraciones periodísticas, por cierto muy divertida). Parece que no tenemos escapatoria. Pero, bueno, dejemos la farándula a un lado y vayamos directo al grano de lo que quiero compartirles. Lo que les voy a narrar es de carácter absolutamente confidencial, acá entre nos. No es algo apto para sensibilidades ultra sensoriales. Es intrascendente como las dos notas periodísticas que les acabo de contar. Pero para el de la pluma es importante porque le sucedió justamente a él, o sea a mí. No están ustedes para saberlo, ni yo para contárselo, pero cierto día, en una comida de esas de época que organizaba este portal con algunas amigas y amigos para celebrar un aniversario más de su fundación, en un momento determinado acudí como todo el mundo suele hacerlo a una cita obligada con el servicio del concurrido restaurant de carnes en donde se solía festejar. Como muchos varones de mi edad que hemos tenido problemas de hiperplasia, soy de los que prácticamente se tiene que encaramar en el objeto en el que se depositan los correspondientes líquidos urinarios, es decir, y para que me entiendan mejor, materialmente me tengo que trepar en el aparato empotrado en la pared, y en esas tareas esforzadas y de rutina me encontraba cuando de repente irrumpió en el sanitario un jovenzuelo muy quitado de la pena con el celular en la oreja izquierda mascullando frases ininteligibles —evidentemente traía unos aguarnises dentro— y con la mano derecha a lo que iba. Digamos que hasta ahí todo iba bien, cada quien en su respectiva área sin pisar raya para que no hubiera problemas, lo notable es que mientras yo estaba casi estampado al objeto blanco del desagüe, el joven, no mayor de 30 años quizá, dio rienda suelta a su descarga, no les miento, desde una distancia como de un metro, además, con una precisión asombrosa y sin dejar de hablar al teléfono, debo reconocer que en ningún momento mi integridad física corrió riesgo alguno por aquello de las salpicaduras, aunque me alejé discretamente unos centímetros. Por supuesto que el joven terminó antes que un servidor la delicada maniobra, se fue a lavar las manos y una vez hecho esto procedió a abandonar el sanitario muy quitado de la pena, y sin dejar de hablar ni un solo momento por el celular. ¿Ya leyeron La Metamorfosis? Cuando la lean me comprenderán. Híjoles, qué difícil es a veces la vida hasta para las cosas más simples. Y que conste, esto que les acabo de confesar que quede acá en corto y que de aquí no pase. Por supuesto hay cierta dosis de exageración en mi relato, pero hay mucha proximidad con la realidad también.