Siempre hay alguien que sabe más que uno, pero…
Ya iba a dejar por la paz el tema del siempre bello puerto de Alvarado, de hecho así lo anuncié en mi última entrega. Pero a propósito de la extrañeza que manifesté —por ignorante, lo confieso— de su inusitado hermanamiento con el municipio andaluz de Chipiona (la tierra de Rocío Jurado), mi historiadora de cabecera —gran estudiosa, subrayo—, de la cual seguiré guardando su identidad, me corrigió la plana al hacerme ver que hay una teoría del por qué es posible que se haya dado esta relación de hermanamiento entre dos poblaciones tan disímbolas, por decir lo menos, de allende y aquende del mar Atlántico. Me decía mi interlocutora que, según se sabe, en tiempos pretéritos pobladores de esa región andaluza emigraron a la cuenca de Alvarado en donde echaron raíces y trajeron con ellos algunas tradiciones inclusive religiosas, como por ejemplo, la adoración por la virgen del Rosario, el vestido de jarocha, pero todavía más, el mismo término identitario y coloquial con el que son referidas las personas originarias de la región de Veracruz puerto (Puente Nacional, Ursulo Galván, Paso de Ovejas, La Antigua, Soledad de Doblado, Manlio Fabio Altamirano, Veracruz, Cotaxtla, Jamapa, Medellin, Boca del Río y Tlalixcoyan), ya que en ese grupo de andaluces algunos provenían de la playa de la Jara, ubicada en Sanlúcar de Barrameda (muy próximo a Chipiona) comenzando a identificarse entre ellos y a los naturales de esa forma en remembranza al sitio de donde eran originarios. No sé qué decir, yo conozco otra teoría del origen de la palabra que tiene que ver más con una especie de varas o lanzas llamadas jaras que utilizaban los indígenas y aldeanos para cazar —¿se acuerdan de la carta de la baraja de la lotería?— lo que derivó en jareros y de ahí pasó a jarochos. Para un servidor ambas hipótesis navegan en el terreno de la especulación, la leyenda y las tradiciones orales transmitidas a través del tiempo. Debo decir, como salvedad de mi amiga historiadora, que además es muy rigurosa teóricamente, que la versión andaluza del origen de la palabra jarocho le fue platicada a ella por una reconocida universitaria de la cual tampoco revelaré sus generales. No obstante, insisto, y lo digo con mucho respeto, me parece que ambas versiones no tienen una sustentación que las avale, es decir, no hay evidencia científica detrás de ellas. Por supuesto que lo mío es una mera opinión, no soy un especialista, también estoy especulando. Quizá sea una tarea para escarbar en algunos archivos andaluces que puedan dar alguna luz sobre el asunto o para cronistas de la ciudad de Alvarado. A lo mejor el actual o quienes hayan fungido como tales con anterioridad tengan mayores elementos para dilucidar ese misterio. Mientras tanto yo me quedo con algo real, sin temor a equivocarme en Alvarado se come el mejor marisco de la costa veracruzana, y también se habla el mejor español, propiamente dicho. Un viejo amigo que sabía mucho del tema de la pesca, que por cierto no tiene mucho que trascendió a la vida eterna, decía que en estas costas ricas de vida marina hasta langosta gigante se podía capturar. No lo sé, he comido langostinos de río y mucho chucumite empapelado, pero jamás langosta veracruzana. ¡Y como dijo el santo padre, que vivan Veracruz y Alvarado!