El Mundial de la náusea
Marco Aurelio González Gama
No sé cómo denominar en realidad al Mundial de Fútbol de Qatar 2022: ¿el Mundial de la indignidad y/o de la inmoralidad y/o de la corrupción rampante? La verdad es que no me debería sorprender, desde que tengo conciencia de lo bueno y lo malo, el órgano que regula el balompié a nivel mundial ha estado envuelto en escándalos de corrupción. Entre imágenes poco diáfanas, recuerdo al primer dirigente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) que me tocó, el inglés (Sir) Stanley Rous, que inauguró el Mundial de Fútbol de México 70 junto a Gustavo Díaz Ordaz. Recuerdo que desde entonces ya se hablaba de malos manejos al interior del organismo —¿se acuerdan de aquella polémica final en el estadio de Wembley en 1966?—. Después vino una etapa francamente oscura con el brasileño Joao Havelange. A este hombre, que de brasileño no tenía más que el primer nombre —proyectaba una imagen como de nazi—, le tocó el de Argentina 78 en medio de escándalos porque fue dado al sudamericano país cuando lo gobernaba una dictadura asesina. Y de ahí vino el suizo Joseph Blatter que, junto con una pandilla variopinta, hicieron negocios a diestra y siniestra otorgando la justa mundialista al país mejor postor. Fue así como en medio de mucha polémica se llevó a cabo el de Rusia en 2018 y y se le concedió a Qatar el de 2022. Mucho billete se dice que hubo de por medio en ambos casos. La conclusión es que no hay nada que el dinero no compre. No me hago tonto, ni me chupo el dedo, es una realidad, y parece que no hay escapatoria, me dan náuseas situaciones como estas y se refuerza el repudio que siento por el fútbol organizado a nivel mundial —sin perder de vista el nacional—. Tiene muchos años que le perdí interés al deporte de la patada. Creo que la última vez que me emocioné con un encuentro fue en la final de las Olimpiadas de Londres en 2012, cuando el seleccionado mexicano se alzó con la medalla de oro ante el combinado brasileño de Neymar. Desde entonces casi no veo fútbol y menos el que transmite Televisa. Pero este Mundial sí que rompió con todos los esquemas. El de Qatar no es la excepción que confirma la regla de que el dinero manda, se aceptan los regímenes autoritarios siempre que haya muchos dólares que compren voluntades. Qatar no es una democracia liberal en donde prevalezcan los valores de la cultura occidental y los derechos civiles no los conocen. Más que un Estado, funciona como un «feudo» propiedad de una familia, los Al Thani. El emir y los suyos son inmensamente ricos. Su clan está formado por unas 20 mil personas, todos millonarios gracias al dominio de sus recursos energéticos, lo que explica el enorme poder e influencia que tienen sobre el mundo occidental. A golpe de dinero que obtienen del petróleo y el gas han comprado todo lo que han podido, incluido el apoyo político a su régimen autoritario y fundamentalista. Por ello, pudieron conseguir y organizar un Mundial con el que quieren blanquear su sistema político, así como proyectar una imagen de modernidad. Quieren ser una referencia en el complejo mundo musulmán del oriente medio, lo que no les quita que sigan siendo una sociedad feudal incrustada en pleno siglo XXI, en donde las mujeres juegan un papel irrelevante, la diversidad sexual está penada y la vestimenta y las costumbres religiosas condicionan una forma de ser que resulta inaceptable y anacrónica en los tiempos actuales —hay latigazos de castigo corporal—. Pues que con su pan se lo coman. Allá el mundo y ellos, yo como en el póker, paso sin ver.