El poder de la oración. Pedro Chavarría Xicoténcatl.

Según nuestro lugar de nacimiento y desarrollo vamos aprendiendo aspectos espirituales, de modo que vamos comprendiendo que hay un plano ultraterreno en que la materia es secundaria o hasta menos que eso. En ese mundo se encuentra una figura divina a la que llamamos Dios, nuestro Creador. Según cada religión puede haber variantes, casi siempre menores, pues en todas ellas se trata de un Ser Supremo que ha dictado reglas que debemos acatar.

Aunque no podemos verlo, sí podemos comunicarnos con él, al menos elevar a él nuestros pensamientos, peticiones y agradecimientos. Representa una fuente de consuelo y esperanza cuando todas las demás instancias terrenales han fallado. Creemos que nos escucha y nos atiende, aun cuando no siempre entendemos sus aparentes decisiones, sea porque las cosas no resultaron como esperábamos o porque no son lo que pedíamos. Ya esto representa en muchos casos un descalabro que debemos estar dispuestos a aceptar.

Cualquiera que fuese el resultado, favorable o negativo entendemos que su decisión es suprema, aunque resulte en nuestro perjuicio. Hay diferentes voces que explican este desenlace no ventajoso para el que pide. Bien sea porque a pesar del sufrimiento nos espera un bien mayor, bien sea porque hay una razón que no podemos conocer. El caso es que siempre podemos pedir, pero no siempre vamos a recibir lo que esperábamos.

Pero ¿habrá un poder más terrenal de la oración?, sin perjuicio de lo que profesamos en la fe. Desde los hombres primitivos, apenas hombres, la creencia en otro nivel más allá de nuestra vida en este planeta, ha estado presente. Se han encontrado tumbas muy antiguas y esto nos deja ver que existía una creencia acerca de otra vida. Los restos humanos yacen acomodados en ciertas posiciones; poco más adelante se encuentran ornamentados y más adelante acompañados por una serie de objetos útiles para la siguiente vida. Para no hablar de la amplísima variedad de monumentos funerarios.

Si esta creencia y tendencia se ha mantenido a lo largo de muchos siglos y hasta milenios, debe haber una base biológica responsable de este comportamiento, que poco a poco fue evolucionando en la cultura hasta desarrollar sólidas ideas, mitologías, historias y reflexiones que no solo explican el funcionamiento de este mundo, sino la existencia y características de otra vida posterior a esta en la que habremos de desembocar todos los que ahora vivimos, así como han hecho los que nos antecedieron.

Ya se han dedicado múltiples estudios científicos al asunto de la fe y su asiento biológico, al grado de hablar ya de “neurobiología de la fe” y del “God spot” que buscan ese asiento biológico que explique la insistencia milenaria en la fe en otra vida y un ser supremo responsable de todo lo que vemos y hasta lo que no vemos, pero sabemos que está ahí, como la materia y energía oscura. Si fuera solo una tradición cultural se habría presentado en algunos grupos humanos, pero en otros no y el caso es que todas las culturas se apegan a estas ideas centrales.

No solo debe existir una base biológica, sino que debe tener una utilidad para la sobrevivencia de la especie, puesto que se mantiene hasta la fecha, aunque siempre habrá algunos grupos disidentes que sostengan otras versiones.

Es un paso muy audaz, pero al mismo tiempo muy lógico, asentar la fe en nuestra biología. De este modo, debe haber una serie de genes que nos llevan a pensar como pensamos y a creer como creemos. Podría argumentarse que en realidad se trata de un designio divino y que si pensamos e tal modo es porque Dios ha querido que lo conozcamos –Verdad Revelada-Pero si bien se mira no hay conflicto entre ambas posturas. La revelación bien podría asentarse en un plano genético, lo que aseguraría que todos la recibieran, así como se ha aceptado que la Teoría de la Evolución es parte del Plan Maestro de Dios –Juan Pablo II-.

Todo lo que se mantiene en biología es porque tiene alguna utilidad,  de lo contrario termina desapareciendo. Si permanecen estos genes, localizados activamente en alguna parte del cerebro que no hemos detectado con certeza, seguramente de alguna manera compleja dirigen nuestros pensamientos relacionados con la divinidad. Se han hecho algunos estudios con monjas franciscanas mientras oran profundamente y mediante estudios de imágenes cerebrales se han detectado áreas delimitadas del cerebro que se activan selectivamente, sugiriendo que esa región cerebral tiene algo que ver en ese estado profundo e oración.

La ciencia no puede, al menos por el momento, indagar acerca del destino de los pensamientos generados por y en trance de oración, pero concedamos el aspecto de la fe sobre el que no podemos probar nada y veamos, en lo que respecta a la biología y a la psicología, qué podemos desentrañar, a fin de entender mejor el asunto, que no es de poca importancia.

Pensamos que debe haber una zona cerebral que participa en los momentos de profunda concentración durante la oración, que parece estar relacionada con sensaciones relativas a los límites físicos del propio cuerpo, que permiten determinar hasta dónde llega, por lo que nos afianza en el mismo. Si estas zonas se activaran de modo diferente darían lugar a sensaciones de fusión del propio cuerpo con el resto del universo, generando una especie de comunión en la que nos disolvemos. Obviamente esta sensación en la que salimos o disolvemos nuestro cuerpo está muy relacionada con experiencias religiosas de trascendencia y contacto con la divinidad, o al menos un estado superior de conciencia.

Esta debe ser una sensación muy especial, generada por el propio organismo, sin necesidad de drogas u otros agentes externos. De este modo podría generarse una especie de auto-adicción, como parece sucederles, toda proporción guardada, a los atletas que generan endorfinas con el ejercicio intenso, lo que produce beneficios no completamente entendidos hasta ahora, pero relacionados con el estado de ánimo, resistencia física y hasta con la supresión del dolor.

El estado de oración profunda generaría, desde el punto de vista de la psicología, un estado alterado de conciencia, aunque prefiero el término “modificado”, el cual genera una sensación poco usual, capaz de ejercer efectos transformadores en la persona y que podrían muy bien traducirse como una sensación de paz, espiritualidad, consuelo y otras similares entremezcladas, que explicarían los efectos benéficos inmediatos de la oración, además de la confianza que tienen los creyentes en que serán atendidos sus ruegos. Así, la oración ejerce un papel benéfico inmediato y podría ser una respuesta, al menos parcial, para tantos casos de depresión que sufrimos ahora en el mundo.

Tendríamos dos efectos, uno biológico –liberación de algunos neurotransmisores cerebrales que modifican el estado de ánimo, con efecto inmediato- y la esperanza de que habrá una intervención divina, que o bien favorece al que pide, o bien le da la fortaleza para resistir la adversidad, con la tranquilidad de que pidió y fue escuchado. El efecto es muy bueno y puede hacer la diferencia en situaciones desesperadas, que son las que suelen aquejar a quienes piden vehementemente y a quienes se atribuye una fe religiosa profunda.

Concentrar los pensamientos en forma de oración impacta en el propio cerebro y la respuesta de este genera de inmediato una sensación de alivio, más allá de la cual estaría la respuesta divina, la que pretendemos logre imposibles. Pero ya la primera transformación se opera casi de inmediato y produce tranquilidad, que en el lenguaje de la neurociencia es un efecto de neurotransmisores cerebrales. A mediano plazo estaría la respuesta divina, sea favorable a la petición, o bien otra inesperada que abre otras perspectivas, o bien la resignación. El caso es que hay una, o más, respuestas con efecto tranquilizador que mejoran el estado de ánimo.

Desde luego que los efectos de la oración son como los de liberación de endorfinas en el atleta: se requiere cierto empeño, nivel y práctica para obtener los beneficios, de modo que un poco de carrera o una oración dicha mecánicamente, con la mente en otra cosa, con el cerebro bombardeando ideas inconexas, o pertenecientes a otros asuntos, no logrará el efecto. Los estudios de neuro-imagen se han practicado en monjas con el hábito de rezar profundamente concentradas, de modo que ningún pensamiento extraño se abre paso, no hay más lugar que para la oración, que va mucho más allá que recitar un rezo maquinalmente.

Estas sensaciones de descorporalización, comunión con el universo y la divinidad logran un fuerte impacto, que a mediano plazo se refleja en la conducta de la persona, quien logra una mayor tranquilidad y confianza en que los acontecimientos por venir no serán desastrosos, pues por fuerte que sea el impacto, son voluntad divina. Esta forma de sentir se transmite de manera misteriosa a los cercanos a la persona que ora y eventualmente les convence del poder de la oración y de la confianza en el futuro.

Los efectos son, a todas luces, benéficos, pues con mejor estado de ánimo y confianza en el porvenir, las posibilidades de enfermar son menos y las de sobrevivir, más, de modo que es evidente el impacto en el triunfo de la especie, al menos los que logren llegar a esas alturas. Si además, la divinidad interviene, el efecto será aún mayor. Oración, biología y psicología están entrelazadas en algún recóndito lugar del cerebro, sea por pura biología, sea por Revelación.

28 11 2022.