Lo que es de Dios a Dios… y lo que es del fútbol al fútbol
Marco Aurelio González Gama
Antes de entrar en materia, voy a hacer un paréntesis, un lector me escribió para decirme que «tenía yo que pedirle disculpas a mis lectores» porque, según él —¡hijos!, nunca faltan los meticulosos en exceso, lo digo con todo respeto para mis demás favorcedores—, la alineación que di de la selección mexicana en el mundial de 1978 estaba equivocada. Nunca me aclaro cuál era la correcta. La verdad es que no es uno infalible, la memoria falla y a veces lo traiciona a uno, y no es excusa, la alineación que di es de la que me acuerdo. Pero ya entrando en materia, hace unos días me volví a despachar en una rápida lectura —dinámica, dirían los que saben— un libro que leí hace como… ¡pufff!, la verdad ya no me acuerdo cuando fue la primera vez que lo leí, pero ya hace muchos años de mi inicial encuentro con el texto de marras. Se trata de «Dios es redondo» (Anagrama, 2006) de Juan Villoro, escritor, periodista y columnista (Reforma), entretenido y ameno narrador todo terreno que lo mismo abarca la crónica, la crítica literaria, el rock la música y, faltaba más, el fútbol. Es un culé declarado y chilango a toda prueba —tiene un muy buen libro sobre la capital que recomiendo ampliamente, «El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México»—. En lo personal me gusta su estilo literario, pero el libro del que hablo, la primera vez que lo leí me pareció muy entretenido, hasta divertido, pero esta vez que le volví a dar una hojeada, la verdad es que ya no lo encontré tan ameno, acá entre nos me provocó una cierta repulsión. Tal vez estoy prejuiciado, la penosa situación del fútbol mexicano, el fatal estancamiento en el que vive desde hace como 30 años o, ¿quizá?, de toda la vida futbolística, ¡desde que el fútbol es fútbol!, más el deplorable papel de la selección en este último mundial, que para variar es como la expresión máxima de la corrupción de esa poderosa mafia internacional llamada FIFA —que tiene más afiliados que la misma ONU— y de lo absurdo que es a veces la vida que le da un valor desmedido a lo que no lo tiene. Y es que, pongámonos en contexto, con todo respeto, una cosa es Dios, la deidad, la adoración, pues, y otra cosa es el fútbol, por más que haya gente que endiose a figuras como Pelé, Maradona, Cruyff, Messi y Cristiano Ronaldo, e insistan en ponerlos a la altura de los dioses del Olimpo. Digo, porque una cosa son Las meninas de Velázquez o el Guernica de Picasso o La Piedad de Miguel Ángel o La habitación de Van Gogh, y otra cosa son el gol de la «mano de Dios» de 1986 en México de Diego Armando Maradona, que fue un dechado de juego sucio y tramposo, o la parábola extraordinaria de Roberto Carlos en aquel mítico tiro de castigo o el más bonito gol del rey Pelé, el que usted quiera, guste y mande, hay para escoger, no hay cómo establecer un paralelismo entre el nazareno y todo lo que rodea al balón de gajos del fútbol soccer. Hace muchos años hubiera pagado una buena suma de dinero por ir a una final de un campeonato mundial de fútbol, hoy, aunque el dinero me sobrara no lo haría. Las prioridades en la vida van cambiando, y hoy mis prioridades, preferencias y gustos son otros. La verdad es que no estoy para soportar blasfemias. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, lo sagrado es sagrado. No hay que perder de vista que el fútbol, a final de cuentas, es lo más importante de lo menos importante. Así de simple y para no complicarnos la existencia.